Tres preguntas a Cosme Proenza

Hace años conversé con Cosme Proenza, evoco hoy algunas de las respuestas del artista visual cubano, fallecido hoy en Cuba.

Artes Plásticas Cosme Proenza foto Kaloian-1

Cosme Proenza. Foto: Kaloian.

Hace años conversé con el pintor Cosme Proenza (1948-2022) para La Gaceta de Cuba. Vivía en el reparto Peralta, al doblar de mi casa. Éramos vecinos y me lo encontraba a diario. Todo el que pasaba por allí se enfrentaba a la réplica de la Virgen del Cobre que centraba su jardín y era frecuente encontrarse al propio Cosme. 

Antes, habitaba un reparto suburbano llamado Zayas; del Peralta pasó después a la casa que fuera pensada y construida por el arquitecto Luis Felipe Rodríguez Columbié. Fue este el último sitio que habitó antes de enfermar de coronavirus, causa de su muerte este lunes 12 de septiembre. De aquella conversación, evoco, por esa razón, algunas respuestas.

“Vivía en el central de Tacajó y pintaba bajo un tórrido techo de zinc que, al mediodía, daba la impresión de estar dentro de una olla arrocera. Más los ruidos de la calle, los apagones, todas esas cosas que molestan la creación. El ser humano tiene el don de crear una especie de círculo estanislavskiano, para protegerse. No tiene más remedio. En esa época agarraba un serrucho y, si me salía recto… qué bueno, hacía un bastidor. Agarraba la tela de una sábana, la estiraba y ya”.

En las décadas del 70 y el 80 fue profesor en la Escuela Profesional de Arte. Con los años seguía pareciéndose al hombre que se dibujó en los autorretratos de esa etapa. Visiblemente evocaban el arte pop y la pintura europea. Sin embargo, en los 90, inició una etapa definitiva para la estética que distingue a su obra.

Proenza en la organización de una muestra personal. S/F. Foto: Amauris Betancourt.

Dejó de pintar espectros como Antonia Eiriz. Echó a un lado a chicos y chicas sensuales, como Andy Warhol. Retrocedió dos siglos y se detuvo en el medioevo, mostrando una imaginación peculiar y un gusto refinado y extraño. Detrás de sus apropiaciones existe un discurso en función de los propósitos que le han convertido en un artista aferrado al sitio en el cual nació.

Usted pertenece a la llamada generación del 70, ¿me puede hablar un poco de ese grupo etáreo?

Pertenezco a la generación de los años 70, década llamada por algunos historiadores y críticos como “decenio oscuro de la plástica cubana”. No tiene que ver con la concepción de “decenio negro” o “quinquenio gris” de la cultura cubana. Era un momento en que los plásticos cubanos teníamos una serie de salones, prevalecía el salonismo, la única manera de darse a conocer en el país y de recibir uno que otro premio, a cambio de nada. Pero, esta situación marcó un estado de producción importante. Abundaban diferentes discursos, desde la política hasta la plástica pura. No teníamos problema con respecto a la producción. Sin embargo, nuestra generación se cataloga de oscura porque no responde a una serie de presupuestos que se le ha exigido al artista cubano de esa época durante la primera anti-modernidad. No es hasta los 80 cuando ocurre un renacimiento de las artes plásticas cubanas, cosa que a mí me alegra mucho, pero creo que es un término bastante apresurado. Hubo un discurso múltiple. El arte cubano con las nuevas generaciones comenzó a dar pasos mucho más interesantes, profundos, menos dependiente de los recursos plásticos establecidos desde la época del humanismo renacentista.

 

Lamento mucho que a nosotros se nos pusiera una capa oscura encima y, en mi caso, que no se dieran cuenta de que estaba haciendo un discurso anti-vanguardista y alejado de la idea de progreso. He sido uno de los que ha sufrido las consecuencias de la poca capacidad de ver en profundidad, de ser analítico y encasillar. No estaba en condiciones de ser aceptado en esa época, en los 70, porque no era un pintor sumado a la expresión del arte abstracto, inconclusa en Cuba en esos momentos. Hay como una rencilla histórica porque no se concluyó esa etapa tan apreciada por algunos, a la cual no me sumé porque no era mi manera de ver el arte. Soy un revisionista y los revisionistas lo revisamos todo. También fui muy mal visto por un concepto torpemente tratado en ese mundo especializado, es decir el concepto de lo académico. Para estas personas, académico se refería a lo figurativo, un disparate enorme. Es tan académica una trayectoria cubista como la de Jackson Pollock. Todo está en la reiteración constante de un sistema, de un estilo. Yo no tenía un estilo. Esa reiteración se convierte en academia, y esa palabrita tan mal ubicada se convierte en una mala palabra para las generaciones de esta escuela de La Habana. Había una negación a todo el arte europeo, había una newyorquización del arte. El centro era la escuela de Nueva York y por lo tanto estos artistas respondían a esa nueva visión.

Por mi parte, he planteado una revisión del arte occidental desde la pintura misma. Y la pintura no es para mí solamente la perteneciente a esta escuela: la pintura pura. Europa tiene una tradición que es imposible no tenerla en cuenta. La producción de arte contemporáneo allí no es menos interesante ni menos importante que la norteamericana.

En los 70 y todavía en pleno siglo XXI en Cuba hay un pensamiento anquilosado que observa como valores en la plástica la idea de vanguardia, de estilo. Creo que hay que revisar bien a fondo la idea de una Escuela de La Habana. Ello favorecería a las producciones plásticas posteriores al 70.

El arte contemporáneo cubano me sorprende por su compromiso y profundidad. Es torpemente valorado o manipulado por los gestores de la cultura que supuestamente debían validarlo. Influye la carencia de un centro de arte contemporáneo donde debía estar presente esta “revolución de la plástica de los 80” para acá, con todas sus expresiones y ciclos de ser del arte, y aunque a muchos les insulte y le parezca una mala palabra, parte de mi obra debía estar también.

Me incluyo dentro del pensamiento revitalizador de la visión latinoamericana, caribeña y cubana, que no es únicamente favorecido por la autocrítica de la sociedad occidental. Me considero defensor de la visión que hace un pintor desde la periferia ante y con los grandes centros de producción de la pintura europea, que se dio y se presentó como universal. Me he encargado de quitarles ese contenido prepotente, contenido que pertenece a una cultura dominante, que se creyó superior. Aquellas imágenes adquieren el nivel que les corresponde desde el contexto en el que son tratadas, y con una óptica completamente contemporánea.

Foto: Kaloian.

 

En algún momento le llamó a su generación: “generación maldita”. En su caso usted está maldito doblemente: por la poética que ha decidido para desarrollar su obra y por su propia ubicación geográfica. ¿Cuánto le debe su obra al lugar desde el cual trabaja?

De una de estas maldiciones he sido el responsable. Cuando, una vez que me gradúo, decido radicarme en la zona que me vio nacer. Una cantidad de mis contemporáneos están muy bien reconocidos y ubicados. La mayoría se quedaron en La Habana. En mi caso sucede todo lo contrario. Decidí vivir en el lugar donde precisamente tiene sentido mi obra. En Holguín se produce en mí todo un concepto, una manera de ver el arte, aunque venía trabajando sobre ellos desde que era estudiante en la Escuela Nacional de Arte. Conservo obras que son testigo de estas posiciones. Pero como no pertenezco a la denominada “Escuela de La Habana”, ni al ritmo capitalino, institucional y social de la capital tengo el privilegio de ser un tipo exento. Esta maldición la considero un privilegio porque me permitió meterme en mi propio mundo, en los conceptos que valido como arte: trabajar desde el contexto, para mi espectador más cercano y no para un espacio institucional, para una caja blanca donde se me coloque y haya personas “especializadas”. Para mí eso actualmente no tiene ningún valor. Estoy y estaré en Holguín. Lo que sustenta mi obra es mi permanencia aquí, mi colección personal y mi obra vista desde este espectador.

No por un problema de chovinismo. Fíjate hasta dónde llega la “maldición”: todo el mundo sabe que en este país largo y estrecho hay personas que nunca han ido a La Habana, otros que nunca van y otros que sueñan con ir. Cada uno se cocina en su caldo regional. Este público de aquí no ha podido ir al Museo Nacional a ver las Bellas Artes. Este Museo a su vez no se expande hacia el interior, no recuerdo una exposición del Museo Nacional de Bellas Artes con sus originales en provincia, mucho menos en Holguín. Para muchos guajiros de acá, La Habana es tan inasequible como París. La cultura se consume a partir del conocimiento. Sin él no hay cultura disfrutable y esto implica reconocer nuestra tradición, la africana y la europea, sin mencionar otras.

Una de las obras de Cosme Proenza para acompañar esta entrevista.

 

En mis inicios expuse una serie de obras del arte occidental en Holguín. Fue la primera posición ética con respecto a mi obra y a mi público. El holguinero tuvo la posibilidad de ver, a través de mi visión y de lo que mis manos pudieron hacer, obras del arte europeo que iban de la tradición a la innovación, es decir, desde la primera modernidad histórica hasta la vanguardia. Hice copias a tamaño original, con una técnica cercana, hasta donde podía, sin pretensiones de demostrar que era capaz de pintarlo todo, sino de acercarme a cada una de ellas desde mi contemporaneidad. Del Renacimiento al siglo xx se hizo aún con los límites de espacio y materiales que había en el Holguín de esa época. Empezaba con Leonardo y terminaba con Picasso, pasando por Rubens, Velásquez y Van Gogh. Estos artistas estuvieron en Holguín a través de mi visión e interés personal. Quería acercarme a lo que la gente no podía ver.

Esta provincia tiene aspectos muy importantes, y no es que sea la superdotada del país, pero tiene, para mí, tres características especiales: una, es el lugar de Cuba donde ocurre el encuentro entre el nuevo y el viejo mundo. Las tres carabelas de Colón, aunque no venían cargadas de filósofos y artistas, traían una cultura que se presentó como universal, a pesar de la autocrítica actual de la sociedad occidental. Pero también en ellas llegó una maravillosa manifestación artística: la pintura. Segundo, Holguín es actualmente la provincia más rica en sedimentos aborígenes de Cuba. El enterramiento más importante del Caribe hasta el momento está aquí, pero tristemente no hay indígenas o movimientos indigenistas que proclamen su espacio. Holguín no fue Villa Primada, batalló contra el cabildo de Bayamo, a donde pertenecía la región en esa época, y logró ser nombrada Ciudad, aún sin tener grandes construcciones. Su pensamiento cultural ha sido más importante que su desarrollo arquitectónico, ahí están los nombres de los espacios y la historia. El otro gran símbolo patriótico de Cuba entró por aquí, digo patriótico porque la fe pertenece a la patria. Uno de los símbolos utilizados durante las guerras de independencia fue la Virgen de la Caridad, que entró por la Bahía de Nipe. Esta provincia tiene mucha tela por donde cortar.

Soy un pintor muy raro en este país gracias a ese alejamiento de los centros culturales, o al único centro cultural de importancia, el mayor: La Habana. Todo esto ha sido muy bueno porque ha evitado que mi producción se comercializara en un principio y luego, con el advenimiento de favorables posibilidades, no lo hiciera. Conservo una colección basta de mi obra desde mis días de estudiante. Esa colección implica posteriores decisiones, emplazamientos futuros. Pretendo que esta obra, hecha desde Holguín, permanezca aquí. Actualmente es muy difícil ver mi trabajo, aunque haya cantidades enormes guardadas no tengo el espacio para mostrarlo de manera permanente. No he podido hacer exposiciones antológicas, concebidas de la manera en que se debiera.

De no habitar esta ciudad, ¿qué otro espacio elegiría?

La patria no es exactamente el lugar dónde vives, sino donde te sientes mejor. Me he sentido muy bien en otros lugares, pero sigo pensando que el lugar donde uno vive es el más grato, aunque ingrato parezca. Soy de las personas que, no obstante haberse quedado en su tierra de origen, tiene el privilegio de romper el autismo de esta zona y poder echar a un vistazo al conjunto del orbis. El mundo está lleno de cosas agradables. Y por lo menos con mi obra he tratado de darle a la gente una visión de lo hermoso, de lo bello, aún cuando en mis inicios fuera combatido. Vivimos épocas muy dura, tanto desde la realidad como desde la subjetividad. Los seres humanos agradecemos muchísimo la belleza. Creo, como Warhol, en ella y comparto con él que si algo quedará del arte será su belleza.

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* Fragmento de la entrevista Cosme Proenza: si algo quedará del arte será su belleza, concebida para la Gaceta de Cuba y publicada en 2009.

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