Una casa en el Vedado para Dulce María Loynaz

No fue la casa de su infancia y juventud, el hogar de la familia del general mambí Enrique Loynaz del Castillo, su esposa María de las Mercedes Muñoz y sus hijos, pero sí en la que la escritora terminó sus días, convertida ya en la celebridad que nunca aspiró a ser.

Casa en la barriada habanera del Vedado, donde vivió hasta su muerte la escritora cubana Dulce María Loynaz, hoy sede del Centro Cultural que lleva su nombre. Foto: Otmaro Rodríguez.

Casa en la barriada habanera del Vedado, donde vivió hasta su muerte la escritora cubana Dulce María Loynaz, hoy sede del Centro Cultural que lleva su nombre. Foto: Otmaro Rodríguez.

En la esquina de 19 y E, en el Vedado habanero, se erige la casa donde vivió gran parte de su vida Dulce María Loynaz. No fue la casa de su infancia y juventud, el hogar de la familia del general mambí Enrique Loynaz del Castillo, su esposa María de las Mercedes Muñoz y sus hijos, pero sí en la que la escritora terminó sus días, convertida ya en la celebridad que nunca aspiró a ser.

Busto de la escritora cubana Dulce María Loynaz, en el centro cultural que lleva su nombre situado en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Busto de la escritora cubana Dulce María Loynaz, en el centro cultural que lleva su nombre situado en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.

La de Línea y 14, también en el Vedado, la vio crecer prácticamente confinada junto a sus hermanos Enrique, Carlos Manuel y Flor —ella era la mayor—, educarse con institutrices y maestros privados, escribir los primeros versos de su hoy afamada obra, y graduarse como Doctora en Leyes por la Universidad de La Habana. También acogió tertulias y visitas de notables figuras de las letras hispanoamericanas como Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral.

Esa casa de Línea y 14

Pero fue en el palacete ecléctico que compró junto a su segundo esposo, el periodista canario Pablo Álvarez de Cañas —su primer matrimonio, con su primo Enrique Quesada Loynaz, duró apenas seis años— donde la autora de Poemas sin nombreUn verano en Tenerife escribió varias de sus más conocidas obras y colaboraciones periodísticas a lo largo de los años 50, y donde luego se enclaustró durante décadas, tras cancelar sus compromisos editoriales y dejar de ejercer la abogacía. 

Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.

En esa casa, Dulce María rumió su soledad tras la partida y ausencia de su esposo y principal impulsor de su obra fuera de Cuba durante 11 años, y luego vivió su breve compañía tras la vuelta de este, ya enfermo, en 1972, hasta su muerte dos años después. Allí renunció a la activa vida intelectual que había tenido antes del triunfo revolucionario de 1959 y, distanciada del escenario político y social de la Isla, se encerró en un mutismo voluntario, apenas interrumpido por esporádicas visitas y salidas, y por amistades, mayormente epistolares, mientras la casa envejecía como ella, rodeada de un halo de leyenda.

Casa en la barriada habanera del Vedado, donde vivió hasta su muerte la escritora cubana Dulce María Loynaz, hoy sede del Centro Cultural que lleva su nombre. Foto: Otmaro Rodríguez.
Casa en la barriada habanera del Vedado, donde vivió hasta su muerte la escritora cubana Dulce María Loynaz, hoy sede del Centro Cultural que lleva su nombre. Foto: Otmaro Rodríguez.

Luego, de repente, la fama la alcanza y todos los reflectores giran hacia ella y su mística morada. Tras años de silencio, gana el Premio Nacional de Literatura y el Premio Cervantes —tras haber sido nominada previamente—; también el Premio de Periodismo Isabel la Católica. Vuelve a publicar, a viajar, a recibir homenajes, siendo ya una nonagenaria, hasta que en 1997 su frágil cuerpo cede a los años y la enfermedad, y muere antes de cumplir los 95 años en su mansión del Vedado, junto a sus libros, sus obras de arte, sus perros y su colección de más de 300 abanicos.

Dulce María Loynaz prefiere la risa

Casi una década después del fallecimiento de la autora de Jardín, su aristrocrática casona, declarada ya Monumento Nacional, se convertiría en la sede del Centro Cultural Dulce María Loynaz, tras la restauración del inmueble, gracias a la cooperación entre la la española Junta de Andalucía y el Ministerio de Cultura cubano.

Allí, a la par de la promoción literaria y la organización de diversas actividades culturales, se conserva el inmenso legado de la escritora. En esos pasillos y salones, junto a su valioso patrimonio, habita el espíritu inmortal de la Loynaz, una mujer que nunca quiso marcharse Cuba y que engrandeció como pocos el alma de esta Isla con su poesía.

Retrato de la escritora cubana Dulce María Loynaz, en el centro cultural que lleva su nombre situado en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Libro de la escritora cubana Dulce María Loynaz, en el centro cultural que lleva su nombre situado en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Abanico de la escritora cubana Dulce María Loynaz, en el centro cultural que lleva su nombre situado en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Vitral en el interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Obras decorativas en interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Esculturas en el interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Escultura en el interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Obra decorativa en el interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Lámpara en el interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
Obras de arte y otros objetos en el interior del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la casa en que la poetisa vivió hasta su muerte. Foto: Otmaro Rodríguez.
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