Una ciudad en resurrección

Siempre me sorprende. Roberto Chile tiene el don de atrapar en imágenes las emociones humanas en su sublime expresión. Sin darnos cuenta, hallamos en cada esencia lo indecible, lo transformador, la utopía hecha luz.

Tras el lente no tiene descanso en busca de la historia que pocos llegan a vivir, de la gente común que engrandece el orgullo de sentirse hijo de esta tierra preñada de lo real maravilloso, del más exiguo detalle que bien podría quedar en el olvido, pero sus ojos de soñador lo convierten en pasión abrumadora. Iluminar La Habana se mete en la piel del artista de la luz que en ocasión de la visita a Cuba del Papa Benedicto XVI, a finales de marzo de 2012, inundó de imágenes la Catedral habanera.

Claro, nadie visita nuestra capital sin acercarse a este lugar mágico donde la piedra corroída por el tiempo guarda muy dentro pregones, cartománticas, turistas, todo un ajiaco de personajes tipo. Así nos llega entonces, el susurro de un creador que desde su iconoclasta manera de pensar el arte enamora entre colores. El italo-francés Gaspare Di Caro regresa a la Isla que le dio abrigo cuando apenas se levantaba en pie. Después de dos décadas persiste en sentirse cubano de corazón y aun guarda en su pecho una moneda de tres pesos con la imagen del Che, de “un santo revolucionario”.

Su talento no pasaría inadvertido, pero tampoco esa manera sui géneris  de imbricar el portugués, el italiano, el francés y el español en un mismo dialecto. Chile, cual cronista de su época, reconstruye el apego de este hombre por la ciudad desde un sentimiento de identidad habanera, capta en ambientes su dedicación por la luminografía. 

Para Gaspare “uno nace siendo artista, lo eres o no, eso no es culpa tuya”. Por ello su formación autodidacta en una de las escuelas de arte más importantes del sur de Francia como Niza no es casualidad, allí donde se formó el internacionalmente conocido Yves Klein, inventor del blue, pudo alimentarse de otras visualidades y herramientas que moldearon su visión contemporánea del arte hasta llegar a la luminografía, a la luz que para él es “un catalizador como para otros artistas puede serlo el agua o el óleo. Pinto, escribo con la luz”.

“¿Por qué esperé 20 años para regresar a Cuba? Porque en la vida no se puede hacer siempre lo que quieres. Cada uno de nosotros tenemos un camino y en mi caso me llevó por muchos lugares del mundo. Mas, de una forma u otra, la palabra regresar la tenía incorporada en mí porque siempre tuve a Cuba conmigo, si no fue físicamente, por lo menos mentalmente, o mejor, espiritualmente.

“Cuando supe de la visita del Papa a la Isla yo pensé: este momento va a ser histórico, quiero vivirlo, estar presente, hacer una cosa y formar parte de ese instante donde los destinos de mucha gente de todas partes del mundo van a llegar a Cuba y quiero formar parte, no como un extranjero sino como un cubano, como un pescador de balsa, un bici taxi de la calle Brasil, un vendedor de perro caliente en la calle 23…Bueno como un personaje de la novela de Padura”.

Al terminar el material, para nadie será un secreto: entre la cámara de Roberto y Di Carlo reina una simpatía cómplice. Y aunque el proceso de trabajo “fue como una guerra contra el tiempo, contra la incertidumbre de los resultados de mi luminografía, con Chile, su hijo y Salvador (Combarro) estaba seguro de vencer. Desde el primer momento entendí su forma de trabajar, yo sabía lo que él quería, la manera de hacer los cortes, hubo mucha improvisación. Por un momento pensé que los 4 éramos como 4 músicos de jazz que estábamos improvisando durante una jam session”.

¿Cómo recuerda ese momento en la Catedral de La Habana cuando se iluminó?

“Esta es una pregunta linda pero también difícil de responder, porque no tengo el talento para decir lo indecible.

“Recuerdo que no era yo solo, estaba con la gente, los trabajadores del museo que está situado frente a la Catedral donde estaban los proyectores. Ellos estuvieron conmigo en el período de los cálculos ópticos, en la instalación del equipo; aunque ciertamente estaban pensando quién es este hombre. Estaban muy curiosos, pero también muy discretos, muy gentiles.

“Cuando la luz iluminó la Catedral yo percibí una estupefacción, tranquila, contemplativa. Ese fue el recuerdo más bonito.

“Después recordé a la Catedral que conocí 20 años antes cuando caminé por las calles para ir a la Bodeguita del Medio y también cómo me gustaba sentarme en sus escaleras”.

¿Regresará pronto?

“Espero regresar a Cuba en dos ocasiones más. La primera para iluminar con Enrique Ávila sus estatuas de la Plaza de la Revolución del Che y Camilo que yo llamo santos revolucionarios. La segunda es que tengo una hija de un año que se llama Anita y me gustaría mucho que estudiara en la Isla porque el nivel cultural y de educación cubanos son superiores a todos los que se puedan imaginar”.   

Así, sin más, llega el arte como rabo de nube a consumir el alma, el espíritu, cada detalle de esta vida.

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