Una cubana en Broadway

Antes de abordar el avión Zammys Jiménez Denis tuvo cita con un muerto. De esa clase de muertos oraculares que mueven los hilos de algún médium. El mismo sistema adivinatorio que seis meses atrás precisara el éxito apabullante del musical Rent (su puesta en escena para Cuba) ahora le presagiaba un destino luminoso. Zammys nació envuelta en un zurrón, pero los ojos milenarios de la santería ven, por membranas de piel, una cápsula a prueba de fiascos.

Cuando Andy Señor Jr. y Reinier Rodríguez vertebraban a la probable Maureen Johnson ya Zammys había sido histérica, ya había detonado revoluciones y desorden, mucho desorden. Zammys no se vistió de Maureen, el 24 de diciembre de 2014 el personaje lució su cuerpo.

En seis meses de ensayos varó por tres casas de alquiler y otras tantas de familiares, amigos, conocidos, desconocidos. La actriz memorizaba parlamentos en una amnesia geográfica. New York o La Habana o cualquier ciudad se levantaban sobre el relieve de un libreto. Comenzó a vivir en Rent. Era solo subir al escenario y hablar de sí. La Habana, como un gran fonógrafo, sonaba villancicos.

Luego de exhibirse en Cuba hasta entrado el 2015 y de que Zammys aprendiera a distinguir los tipos de aplausos contenidos en un país, el proyecto se traslada a los Estados Unidos con un extracto del elenco. La actriz santaclareña de veinticinco años, que sedujo por igual a directores y auditorio con su Maureen Johnson en la adaptación cubano-estadounidense del musical Rent, se adentraba en la arquitectura física de la obra.

A trazos, la compañía Neverlander World Wide Entertainment, señaló las visitas imprescindibles para los artistas en ciernes. La hoja de ruta no era más que el centro del vórtice, ojo de huracán, brújula calma para suspirar en medio del estrépito. Zammys había llegado a los Estados Unidos y una urgencia desconocida la embestía como un predador.

“New York no es generoso. New York es una tómbola que no puede detenerse. Fue sobrecogedor el encuentro con una realidad así. Era la primera vez que salía de Cuba y para quien vive medio adormilado, New York puede ser una sacudida. Esa ciudad te anula, te confunde. Caminar por New York es lo más parecido a la libertad, que yo recuerde.”

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Una vez en Broadway visitaron teatros (como espectadores), cenaron con celebridades, sonrieron, cantaron para uno o dos cazatalentos en el jardín de una residencia y se tomaron fotos hasta la fatiga. El equipo norteamericano que configuró Rent (por primera vez con un elenco cubano) ahora exhibía las piezas animales de su montería, y estaba bien. Entender el teatro musical, respirarlo, debe agradecerse. Ver o ser vistos daba igual, estaban en Broadway y era suficiente lección.

Posiblemente porque muestra a un hombre corriendo mientras es baleado. Posiblemente porque el hombre no sucumbe hasta que el pecho se hace un encaje. Posiblemente porque Zammys ha tenido alguna vez el pecho bordado y vio en el pecho del actor su propio pecho, el de la isla. Posiblemente por eso el performance argentino Fuerzabruta haya sido lo más memorable en su paso por los teatros de Broadway.

“Cuando vi Fuerzabruta comprendí todo cuanto le falta al teatro musical cubano. No contamos en Cuba con una preparación tan consumada en que los actores ensamblen el canto, la actuación y la danza con la destreza de un artista circense. Nos falta, tal vez, una educación física enfocada en la escena. Falta ver las tablas como santuario y dedicársele por completo. Falta método. Situar sobre una balanza el teatro musical cubano y el norteamericano es desleal, no lo haré. Pero el patrimonio sonoro cubano no es nada desdeñable y quienes asumen la realización del musical deben tenerlo en cuenta. Creo que aún no se ha comprendido la totalidad que exige esta expresión dramática. Cuando trabajé con el coreógrafo Marcos Paul James o con el director musical Many Schvartzman supe que nos falta disciplina.”

Al dominio de lo privado pertence la felicidad. Zammys no vio el Empire State, ni el Madison Square Garden con el espectro de Led Zeppelin atornillando la magia. No vio el Central Park, ni la Estatua de la Libertad. No visitó Zammys el edificio erigido en el World Trade Center donde el hombre debería llorar, donde la ilusión tan perfecta modela una tristeza que no te pertenece, pero se debe llorar. Zammys solo anduvo New York, eso. Exploró todo el Broadway Time Square de la encarnada forma que explora Maureen Johnson, y llegó al Life Café porque allí está Rent latiendo. Se adentró en los barrios, vio la fealdad y vio escombros, la estándar pobreza por la que el hombre no llora, pero la felicidad pertenece al dominio de lo privado. Zammys fue feliz y el New York que vio le pareció hermoso. Tal vez le pertenezca esa clase de tristeza.

“Creo que tengo más posibilidades de realización fuera de Cuba. No veo el extranjero como un escenario demasiado hostil para la creación, por el contrario, creo que el talento es un arma innegable que solo debe pulirse con oficio. Me gusta el dinamismo que vi fuera de Cuba, donde tal parece que aprovechas todos los segundos de tu vida. Ese ritmo acelerado te quita la pereza, no es piadoso, te empuja a trabajar, se convierte en una carrera por la supervivencia. La democratización de internet es muy beneficiosa para el creador, ofrece espacios para mostrar tu obra que, aunque de forma muy elemental, te permiten expresarte sin grandes mediaciones burocráticas. En Cuba hay una gran apatía entre los jóvenes, un desanimo que no alcanzo a explicar, una ecuación insoluble. Sería demasiado fácil atribuirle las causas a las circunstancias económicas. Pero si algo ha despertado el contexto cubano de las últimas décadas es la somnolencia.”

A Zammys Jiménez no la ha arruinado ninguna desgracia, ni tiene testimonios feroces con que traficar. No hay vitrina de trofeos que hable por ella. Zammys actúa y canta y tiene miedo. Un miedo que la hiere y la salva. Un miedo al que aplaudir desde alguna butaca en la tercera fila. Ese espectador ejemplar que es Raúl Martín (Teatro de la luna) ha sumado las destrezas de la intérprete a su cartel y la estrena como as de triunfo en la próxima edición del Festival de Teatro de La Habana.

Para diciembre la compañía Neverlander World Wide Entertainment ha diseñado un periplo por los escenarios de México y en enero del año próximo vuelve la actriz a New York, esta vez  para ser ella quien corra sobre las tablas de Broadway, baleada por mil ojos que le bordarán el pecho. Volverán a encontrarse la actriz y la ciudad, y se reconocerán al instante, y hablarán en esa lengua absoluta y muda que no todos traducen: el idioma de escribir historias.

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