Una película de Asiel Babastro

Asiel Babastro. Foto: Alexander González.

Asiel Babastro. Foto: Alexander González.

Asiel Babastro es el muchachito que le hace casi todos los videoclips a Divan. Un guajirito de Morón que nació el día atravesado de la semana en “el año de las caras serias”, 1989. Babastro es un descendiente de mambí criado por mamá y abuela a base del Benny y Piloto y Vera, tanto que luego hacía de victrola en las fiestas del barrio a cambio de agua y refresco. Por eso estudió guitarra clásica, hasta que se cansó. Y miraba durante horas las reproducciones de Kandinsky que colgaban en las paredes de su casa allá en el pueblito de Ciego. Por eso estudió también Artes Plásticas, hasta que se cansó.

Cuando Morón le quedó chiquito inventó la Trovorragia y se fue a la capital provincial a cantar temas contestatarios, a publicar poemas y cuentos, y a tirar fotos. Finalmente una alemana llegó de la reunificada Alemania con una camarita japonesa, y gracias a esa “bendita Panasonic” empezó a hacer videoclips, hasta que necesariamente tuvo que dejarlo todo y moverse al núcleo cultural de Cuba.

Llegó a La Habana con una cartica de su madre que solo pudo abrir un mes más tarde. “Eran todas las instrucciones, desde cómo tiene que ser un hombre solo hasta en qué bolsita tenía que poner los calzoncillos sucios”. Ese papelito aún lo guarda en la mochila y va con él a todas partes. Así, entre historias familiares y consideraciones sobre Cuba y el arte, este muchachito que le hace casi todos los videoclips a Divan estuvo hablando durante una hora y media como un viejo catedrático humanista. Esta entrevista pudo tener las quince cuartillas originales.

¿Por qué viniste para La Habana?

Creo que lo que me trajo fue la necesidad, cuando se me agotaron todos los recursos expresivos. Tenía un vacío creativo. Primero me mudé a la ciudad de Ciego porque en ese momento creí que era completamente distinto, que había un desarrollo increíble, una intelectualidad robusta, y que pasaban cosas. Pero no, era todavía un ambiente muy estéril.

Además comencé a hacer videoclips y no me los ponían en el Telecentro, cosa que logré después de muchas guerras. Lo bueno de todo eso fue que me dio visibilidad y empezaron a llamarme artistas de la capital. Así que tuve que desembarcar en La Habana en 2015.

¿De dónde viene esa necesidad creativa que tienes?

Todavía no lo tengo claro, pero mi familia siempre fue sensible al arte y quizás hay tres cosas que pueden haber influido en mí. Uno: mi mamá me cantaba boleros y no nanas para dormir. Tal vez de ahí mi pasión por la música de los años 50 y el entorno del filin cubano. En vez de leerme libros de niños me leía la colección Huracán de policíacos, hasta que terminé leyéndome Y si muero mañana, de Wichy Nogueras, a los 13 años.

Segundo: mi abuela siempre estaba haciendo los cuentos de mi bisabuelo, que tocaba marímbula con Benny Moré en Lajas y era su amigo además.

Tercero: descubrí un día, hablando con mi abuela y mi padre, que Ernesto Babastro Casal, mi tátara-tatarabuelo, había sido el fotógrafo de la familia Maceo, y había muerto en el exilio con Mariana Grajales. De hecho, la única foto que se conoce de Mariana la hizo él.

Entonces alguna información genética tuvo que haberse filtrado.

¿Cuál es tu influencia estética para el audiovisual?

Duchamp es un referente directo. Sobre todo por la descontextualización de los objetos y el fetichismo, que me mueve bastante además. También me llega mucho de Godard. En mi trabajo está subyacente la ola francesa, con un discurso más atinado, más suave. Me gusta colorear un poco el entorno, enrarecerlo y apelar a la emoción y lo sensorial.

Otro referente importante es Martin Scorsesse, que me parece el cineasta más sincero y coherente de su generación, quien mejor ha encontrado el camino entre lo comercial y lo estético.

https://www.youtube.com/watch?v=XDBjprSl78

¿Qué es el videoclip para ti?

Siempre he creído que la adultez en el audiovisual es el cine, donde puedes de alguna manera dominar recursos expresivos que te permiten ser más consciente de lo que se quiere decir. No así el videoclip, que limita y condiciona el discurso. Por eso tengo claro que para mí es un trayecto, que uso de manera consciente y coherente, pero sin adulterarlo ni hostilizarlo porque yo tenga necesidades expresivas que deba exteriorizar por sobre todas las cosas.

El trabajo con actores es consistente en tus videos, ¿por qué?

Porque soy muy pretencioso. Lo mío es el cine y por tanto me planteo cualquier trabajo audiovisual como tal. Me gusta utilizar actores por lo que pueden ofrecer desde el punto de vista sensorial y para que exista un proceso artístico en esa asimilación del personaje que uno plantea. Si mi pretensión es cómo llegar a la gente, si tengo tres minutos, y soy un artista que influye a un público amplio, tengo que decir algo. Y son justamente los actores quienes tienen las herramientas para la interpretación de ese discurso.

¿Y logras decir algo en todos los videoclips?

Hay algunos de los que no me siento orgulloso, pero tampoco reniego. Si entiendes que te debes a una disquera que está pidiendo un producto parecido milimétricamente a como ellos lo quieren, es así y punto. La renta hay que pagarla. Soy un artista y estoy dispuesto a probarlo pero este es mi trabajo y funciona de esa manera.

A mí me gusta creer que siempre hay algo que lo marca y lo diferencia de un trabajo puramente mercantil. Uno como director sabe que tiene responsabilidad y poder de decisión sobre las masas, que puede modificar conductas, modos de comportamiento y de comprensión. Por eso intento que el videoclip siempre me sirva para decir, para denunciar, y una denuncia no tiene que ser necesariamente grotesca, despampanante, exuberante… Basta con que levantes la mano y lo digas.

¿Qué crees que es el videoclip en Cuba?

Un videoclip es caro, y tiene beneficios significativos fuera de Cuba. Por tanto, y aunque atente contra mí mismo, creo que aquí es vanidad. Es importante porque te genera visibilidad y crecimiento, pero la función real del videoclip en la Isla es a veces más un resultado para el director que para el propio músico porque los canales de distribución son nulos. Ahora hay un Canal Clave, pero si no, el paquete es el nicho del videoclip. Incluso Lucas, por la cantidad de videos que tienen al año, podrá ponerlos dos o tres veces máximo.

Estamos hablando de un género comercial existiendo en un país que ha estado de espaldas al mercado durante casi 60 años. Es como una perreta mercadotécnica. Ha sido más de autor, eso sí, y lo agradezco. Si fuera director de videoclip en Nueva York hoy, no fuera lo que soy, ni hubiera dicho lo que he dicho, aunque ha sido poco aún. Cuba tiene limitantes y posibilidades, es ambivalente en ese sentido.

Recién se dieron a conocer las nominaciones a los Premios Lucas 2017. ¿Cómo ves este proyecto?

Siempre he sido muy cuidadoso para referirme a los Lucas, es mi trampolín y ese espacio me dio a conocer cuando estaba en Morón y Cruzata me puso en el mapa. El empeño de Cruzata es innegable y reconozco su valía, eso nadie podrá negarlo. Ha sido la vidriera de un montón de directores que han devenido cineastas. Definitivamente es el único asidero que ha tenido Cuba cuando de videoclip se trata. Eso lo agradezco infinitamente.

Ahora bien, en el caso de los premios confieso que no sé cómo funcionan, y cada vez el sabor de boca es más amargo. El problema está en validar propuestas que carecen de todo tipo de arte y conocimiento de causa. Hay una responsabilidad estética que no se puede dejar de lado pues se comete el error de reproducir el mal hacer. A la vez, habría que ver cuántos creativos dependen de la mimetización para el desarrollo de su obra. Es muy difícil convencer a un músico de que tu propuesta será distinta a lo que él ha visto que funciona, y mucho peor convencerlo de que lo que él cree que funcionan es malo, y lo que funciona o no está validado en gran parte por los Lucas. Entonces no sé hasta qué punto se aprecia en realidad el trabajo de los especialistas. He visto fotógrafos salir muy disgustados porque la obra que ha resultado nominada o premiada no es la mejor lograda por luz. Ese es un ejemplo muy ilustrativo del poco cuidado que tiene el jurado con la selección de los trabajos en concurso. Eso a la postre degenera el bonito y necesario gesto de Cruzata con el proyecto Lucas.

Me preocupa mucho cómo se deciden estas cosas, y uno al final se siente muy lastimado como creador. Es irrespetuosa a veces la manera en la que se manejan los premios. La opinión pública es complicada y a veces te gastas explicándole a la gente qué es y qué no es. Y no hablo de gusto ya que eso es subjetivo. Hablo de lo que es correcto o no, y eso forma parte de factores semiológicos y estéticos, que son desmontables y cuestionables con herramientas, con medidores artísticos. La técnica es la técnica.

Yo defiendo a Lucas y no levanto la mano contra el proyecto que tiene tantos aciertos también. Lo valioso es que lleva 20 años y aún es joven. Pero tendremos que ver cuánto se desarrolla y madura. De momento participo atento, y como buen colaborador anoto y denuncio las incidencias. Nunca he sido un participante pasivo. Además creo que es importante que se digan estas cosas, eso es auténticamente responsable siempre y cuando sea una crítica en virtud de su buena salud.

¿Cómo funciona la producción del videoclip en Cuba hoy?

Sin caretas. En Cuba aplica siempre, siempre, el realismo mágico. No existe realidad, no existe nada concreto, todo es nebuloso y oculto. Las dinámicas de producción son complejas y surrealistas. Yo, por ejemplo, pago una cámara cuyo precio es un tercio del costo de producción de un video, porque necesito un estándar de calidad que supere la media. Y así, todos los precios son completamente distintos a la realidad que nos mueve en este minuto. Eso solo en la parte numérica.

Súmale lo accidentado que es el proceso de creación: por los presupuestos, los permisos, el entendimiento entre el realizador y el músico, la conexión del staff del video con tu idea. Y después, además, la censura.

Yo creo que quien hace videoclip en Cuba, sabe lo que es el género, se dedica de manera profesional a eso, y tiene resultados en ese sentido, es admirable porque está jugando a ser millonario sin un centavo. Incluso el nivel de factura que se logra en esa situación es a veces muy superior al que tienen producciones de 100 mil dólares, y eso es sencillamente increíble. Entiéndase, claro, que no me refiero a quien tiene una camarita y se vende como director de videoclips, porque la democracia es del carajo…

Creo que las disqueras tienen que revisar los presupuestos que manejan para un videoclip porque son ridículos, pero claro, es que están jugando a un mercado que no existe, porque en general no hay plataformas reales para la música o las que existen no están monetizadas.

Hablabas de la censura…

Thomas McEvilley, uno de los grandes teóricos del arte, tiene 13 preceptos que son como mandamientos para el artista moderno. Uno de ellos expone básicamente que el artista, en un intento de controlar o dirigir la lectura de su obra, emite un suplemento verbal para ello. Esto es, si uno ve un cuadro con armas y caballos puede ser cualquier batalla; sin embargo, cuando le pones “Batalla de Waterloo” tienes que limitarte temporal y espacialmente a una lectura específica. Yo soy muy cuidadoso con eso. Si quiero que se lea bien claro uso todos los delimitadores posibles. Cuando quiero que sea más polivalente simplemente no los utilizo pues contraes y delimitas demasiado esa lectura.

A mí, por ejemplo, me han censurado un video por tener una imagen de la Plaza de Tiananmén, y a la vez en una disquera me han rechazado proyectos por no incluir coreografías cuando para ellos tiene que haberlas. Entonces, la censura depende de muchas cosas, pero cuando conoces el canal te equivocas lo menos posible.

¿Ha evolucionado la narrativa del videoclip en Cuba en los últimos 20 años?

El videoclip en Cuba tuvo una época en la que fue mucho mejor que ahora porque era más polisémico. Los realizadores sabían lo que estaban haciendo. Tenían una responsabilidad estética y un dominio discursivo con preocupaciones intelectuales distintas a las de ahora. Fue la época de Santana, Bilco Cuervo, Yusnel Suárez, Julio César Leal, Ismar Rodríguez, Lester Hamlet…

Creo que ha degenerado, no creo que haya mejores videos ahora. Hay más tecnología… y otros artistas.

¿Los reguetoneros?

A mí me gusta el Chacal, por ejemplo, pero me gusta la parte bonita del Chacal. Pero también me gusta Silvio y la poesía, y porque la escribo y la entiendo defiendo “Androide”. El Chacal es moderno, un tipo igual a su tiempo y que no tiene que ser Silvio Rodríguez. Entonces cada cual se parece al segmento a que responde y en una misma época puedes tener fenómenos totalmente diferentes.

Yo sí creo que el reguetón es bueno reflejando, es un espejo de la depauperación y la degeneración de la sociedad actual. El reguetón es hijo de su época y de su segmento social, hijo incluso de América Latina. Eso no se lo va a quitar nadie. Es un producto de ella y esa es la América de hoy. Es un fenómeno que llegó para quedarse y va mutando a peor, precisamente porque vamos a peor.

¿A qué artista te gustaría hacerle un videoclip?

Uno de mis sueños ya lo cumplí: hacerle un videoclip a Omara Portuondo. Es un dúo con Lila Downs de un tema que me mueve mucho además, de Fito Páez, “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Todas las ventas del tema y del video se van a usar para recaudar fondos para los damnificados de Cuba por el huracán y México por el terremoto. Ha sido una experiencia muy interesante y emotiva. Ser parte de esto para mí es un regalo, y justamente además cuando mi provincia fue una de las más afectadas, mi pueblo de hecho quedó roto y entonces esto es un proyecto que me toca de cerca.

Pero también me gustaría trabajar con Silvio, y tengo muchas cosas que decir sobre sus canciones; y Pablo Milanés, claro. Hay mucha gente en realidad, y hay muchos muertos también, como el Benny porque además es una deuda familiar.

¿Has hecho audiovisuales fuera del videoclip?

A mí me gusta la catarsis y la crueldad porque me parece que por ahí se llega más rápido a las emociones. Entonces estoy preparando una serie: Bolero cruel de La Habana. Ya estoy realizando mi primer cortometraje del cual faltan algunas secuencias por filmar.

Quiero que este corto sea un piñazo. Yo lo escribí y lo dirijo. Tiene a La Habana como escenario discursivo y es sobre las personas que muchas veces van por la vida y murieron hace mucho tiempo sin saberlo; gente que no ha encontrado su verdadera historia y eso no les permite pasar de ese limbo que les provoca el desconocimiento de tal estado; gente que no sabe ni de sí misma.

Trabajo con Veronica Lynn, Héctor Echemendía, Fernando Hechavarría, Alicia Hechavarría, Carlos Massola y una niña muy linda que se llama Lauren. Quizás también trabaje una actriz española bien conocida por la serie La que se avecina.

¿Por qué no has hecho un largometraje aún?

Creo que precisamente por las ganas que tengo de hacerlo. No es que no tenga la suficiente lujuria como para hacer cine ya, pero el respeto que le tengo al género y a lo que yo quiero lograr con él es lo que no me ha permitido lanzarme. Además, cuando me hice más viejo aprendí a no decir toda la verdad de un golpe.

A eso súmale que Cuba, donde no hay ley de cine, ni una industria real, donde se producirán si acaso diez películas al año, es un país que no ofrece la posibilidad de hacer cine. Se queda en pura pretensión o en un hecho heroico hacerlo.

¿Dónde quedó el film sobre el general mambí?

Esa es la película que quiero hacer. Esto viene porque mi familia paterna es de ascendencia mambisa. La historia de los Babastro en Cuba es de dos terratenientes franceses que llegaron a la Isla, fundaron un ingenio y uno de los hijos de esos terratenientes se acostó con una negra. Yo soy descendiente de esa unión franco-africana. Como todos mis trabajos son autoreferenciales, la película es una historia colateral a la guerra sobre un general mambí que se va a pelear en ella y la familia que deja atrás.

He estado conversando con Eliseo Altunaga para el guion y estamos intentando concretar todo. Como parte del estudio para la película, recién terminé de leer “Cartas a Elpidio”, el epistolario de Félix Varela, y la Cuba que describe en esa época es tan igual a esta que me da un miedo horrible porque te das cuenta de que no ha cambiado.

¿“Todo sigue igual. Aquí todo sigue igual”?

“Memorias del Subdesarrollo” es mi película preferida, y sí, me pasa lo mismo cuando la veo. También cuando oigo decir a Eusebio Leal que Cuba aún no ha cuajado. O cuando escucho a Gerardo Alfonso hablando de racismo. Te das cuenta de que todavía, de alguna manera, estamos en taparrabo. Hay muy poco sentido patrio, no sé si es un síndrome solo de este país.

La preocupación mía es esa. Y me preocupa cuando Silvio dice que le gustaría vivir en un país donde los jóvenes no quisieran irse, sino venir a vivir a él. Y me preocupa porque en algún momento nos toca a nosotros sostener este país. Siento que tengo una responsabilidad ciudadana, patriótica.

Hay un poema hermosísimo de Neruda que se llama “Ahora es Cuba” y comienza: Primero fue la sangre y la ceniza / después quedaron las palmeras solas. Eso es brutal porque uno dice: coño, ¿y ahora? Es una incertidumbre que yo tengo.

Creo que el arte y Cuba tienen que ocuparse ahora mismo como país en que la gente se preocupe más por la Patria, por los arquitectos de la nación, por no dictar la historia, sino contarla, porque la gente sepa de verdad quién es Gómez, Maceo, Agramonte, Martí, y qué querían. Pero no de manera didáctica y viciada, sino humanizarlos para poder involucrar a las personas.

Creo que la ligereza y el poco fundamento que hay hoy en asumir una conducta artística viene de lo que se siembra desde la casa y la escuela, y es el resultado de lo que se ve hoy en la música y el arte en sentido general. Si no hay una formación real, un cultivo de valores, dentro de cinco años habrá niños que nunca hayan visto un discurso de Fidel, no les interesará, y habrá niños que no sabrán quién es Martí y tendrán que buscarlo en la Wikipedia.

¿Todavía estás de paso por La Habana?

A mí me parece que estoy de paso todo el tiempo. Siempre tengo la maleta hecha. No tengo casa en La Habana, de hecho vivo con mi mujer. Tal vez cuando pueda me compraré una porque no me veo volviendo a Morón. Tengo sentido de pertenencia con mi pueblo porque soy de ahí y por tanto un resultado de haber vivido en ese sitio, de conocer a gente, de oír al gallo cantar a las 6 de la mañana y a las 6 de la tarde, pero el entorno no es positivo para crear y producir.

Ahora estoy en un momento de mi vida donde necesito viajar, ver mundo, encontrarme con cosas y drenar todo eso que vea. Soy bastante desconfiado y no me gusta que me cuenten nada, me gusta verlo. Nunca me he planteado vivir fuera de Cuba y no me interesa porque tengo una responsabilidad ciudadana y esa me toca a mí.

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