Yolo Bonilla: un trovador en la ruta de la libertad

Fue uno de los trovadores más originales de su generación, que sostuvo su obra sobre la avidez por la  experimentación sensible con ritmos cubanos, caribeños y brasileños.

Foto: cortesía de Ariel Díaz.

Si bien nunca se concibió dentro del estrecho margen de una franja de tiempo o de un grupo definido por encorsetadas reglas sociales, Yolo Bonilla fue uno de los trovadores más originales de su generación 

Nacido como Yolepsis Echeverría Bonilla, fue uno de esos espíritus libres que sostienen su obra sobre la avidez por la  experimentación sensible con ritmos cubanos, caribeños y brasileños, sin detenerse a pensar si se ganaba la aceptación del público o la crítica. 

Durante su carrera,  siempre creó para él mismo, para expandir  hasta donde pudiera los lenguajes musicales que lo vieron nacer dentro de la trova y alimentar esa sed de libertad que atraviesa profundamente su obra. Fue, además,  un ejemplo de cómo un trovador puede evolucionar hasta crear un sinfín de caminos sonoros que luego influirían en el andar de otros juglares. 

Yolo se graduó de Medicina a fines de los años 90, antes de dedicarse por completo a la trova, una escena en la que se ganó la amistad, la admiración y el respeto de trovadores de todas las generaciones. Compuso numerosas canciones que pasaron a ser referentes para otros trovadores y   grabó discos como Yolinho habanero, un  extraordinario testimonio de su ímpetu creativo y de su interés en darle forma a nuevos lenguajes sonoros, quizá solo con la intención de calmar ese indomable mundo interior que lo definió. 

Yolo era un universo abierto a la riqueza musical de Cuba, Brasil y de otros países de la región, con un poder de convicción difícil de superar. Su obra no contó con el respaldo de las disqueras cubanas ni de los medios de difusión de la Isla, pero contagió al público y a los trovadores con una proyección que nunca dejó de responder a las bases de su estilo y a su manera de comprender el mundo, siempre a contracorriente del mercado.  

Foto: Facebook.

En los últimos meses, Yolo había cerrado sus redes sociales y limitado la comunicación con sus amigos en Cuba y alrededor del mundo. Ese hecho preocupó a las personas cercanas a su círculo íntimo, quienes comenzaron a indagar por sus pasos más recientes y su estado de salud. El trovador luego se comunicó brevemente con algunos, sin embargo, la preocupación no disminuyó.

La noticia de su muerte en Italia este lunes, a los 44 años y tras una irreversible etapa de inestabilidad emocional, conmocionó a una parte de la escena musical cubana, a los trovadores y a todos los amigos que hizo  en el camino, gracias a esas canciones llenas de energía y al carisma de su personalidad.

La doctora Patricia Alonso Galbán compartió los años de estudiante con Yolo, antes de que se convirtiera en el músico que fue. Recuerda que desde entonces percibía en él esa irrefrenable motivación por la música y los escenarios. “Quienes compartimos esos espacios con él teníamos mucha fe en su capacidad como músico. Claro está, era algo aún en proceso, en formación. Pero ¿cuántos talentos de la música cubana no han emergido de los movimientos de artistas aficionados de la FEU?”, dice a este redactor. 

Ella me habló de la sinceridad como la principal cualidad de aquel joven que estudiaba Medicina, pero que tenía la música como un motor que de a poco le iría cambiando radicalmente su vida.

“Era un muchacho jovial y carismático. Tenía muy buenas relaciones con todos, pero te decía de frente lo que pensaba. Admiro mucho eso en las personas. Creo que es una de las razones por las cuales congeniábamos. Una cosa sí te digo: él componía y cantaba con el alma y, cuando cantaba, todos cantábamos con él.

“A pesar de su interés por adentrarse en la trova y las exigencias que esa disciplina implica, nunca descuidó los estudios en la facultad del hospital Miguel Enrique. Era un buen estudiante en general, pero desde entonces se notaba que le gustaba mucho más la música. Siempre andaba con la guitarra y, en cuanto se podía, pues cantaba y se unía a los demás miembros del movimiento de artistas aficionados. Nos sabíamos de memoria sus canciones… las cuatro o cinco de aquella época. Las cantábamos juntos en la peña de la Casa de la FEU de Medicina, que por aquel entonces radicaba en Playa. Claro, cuando aquello no llevaba los dreadlocks, porque no se podía. En la carrera de Medicina, con el uniforme, tenías que estar bien peladito (bueno, ahora tampoco se puede)”.

Eric Méndez es uno de los trovadores que estuvo muy cerca de Yolo desde que se conocieron hace más de 20 años. “Fue en el 2000, en un curso de trova. Ambos teníamos una afinidad grande por las canciones que hacíamos. Los primeros temas de un trovador de mi generación que me aprendí fueron los de él. Hacíamos viajes juntos de ‘guerrillas’ y recorrimos toda Cuba para participar en los festivales. Era una persona muy inteligente, con una vasta cultura. Muy creativo. Podía escribir canciones con temáticas muy diferentes y siempre estaba trabajando en proyectos distintos entre sí. Él no era muy dependiente del cariño de los demás, no era muy comunicativo en ocasiones con los amigos, pero nada de eso influyó en el cariño que le profesamos”, recuerda.

“Él se metía en caminos creativos escabrosos y siempre se puso el listón muy alto. Por eso, también me gustaba colaborar con él, porque aprendía. A Yolo siempre le gustaba trabajar con lo mejor de los músicos jóvenes. Trabajó con muchos instrumentistas. Todo el tiempo buscaba una sonoridad que no fuera sencilla ni tradicional. Yo desarrollé eso porque lo aprendí de él”.

Lloviéndote - Yolo Bonilla (2006)

La obra de Yolo no escapó a la falta de interés que existe en el circuito mediático hacia el quehacer de los trovadores. No importa que su trabajo resalte por su calidad o por un pensamiento progresista dentro de la evolución de la música. Si no encajan completamente dentro de una actitud poco cuestionadora de la vida y la sociedad, los trovadores encontrarán una barrera para llegar mediáticamente a mayor cantidad de público. 

“Nosotros hemos tenido la mala suerte de crecer en una época con mucha censura hacia la obra tanto de  trovadores como  de raperos. Después del alcance de  la música de Carlos Varela en los 90, las entidades culturales han tenido mucho miedo en permitir que los trovadores hagan su música libre. Nos han mantenido en círculos pequeños. En los medios se publica a trovadores que no dicen nada o lo que dicen es bonito. Eso va en contra de trovadores con una obra más grande, con canciones importantes y profundas. Eso también sucedió con Yolo, cuya música fue muy importante para mucha gente. Su disco Yolinho es una muestra. Sin embargo, su trabajo no fue  reflejado en el ámbito nacional”.

Yolo fue un artista multifacético, que incursionó en la realización de videos, guiones, en la investigación científica e incluso en el estudio del deporte. Antes de fallecer abruptamente, terminó un libro sobre estadísticas, que alcanzó resonancia entre instituciones deportivas. “En Italia escribió una obra sobre el análisis de las estadísticas en el deporte que, según muchos reconocieron, permitía a los atletas tener un mejor rendimiento. Me dijeron que fue un proyecto revolucionario y estaba al parecer en conversaciones con instituciones deportivas grandes. Él, como científico, tenía un abanico investigativo muy diverso”, señaló Eric.

El trovador Pedro Beritán, exintegrante del proyecto La Séptima Cuerda,  fue otro de los músicos que se identificó con la obra de Yolo,  con quien estableció una estrecha amistad. “Llegamos a ser tan cercanos que me parece que borré el día que lo conocí. Por más que me exprimo el cerebro, me parece que siempre ha estado ahí. Era un melómano, como el que más. Tenía una sensibilidad artística muy alta. Prueba de ello es que en cuanta empresa se embarcó, lo hizo extremadamente bien. Fue realizador audiovisual, compositor de bandas sonoras para animados, escritor, analista deportivo, en fin, un tipo integral que la muerte nos arrebata demasiado pronto”.

Claudia Expósito es una de las productoras de mayor trascendencia  dentro de la trova cubana y de la música alternativa. Ella recuerda su participación en la primera producción discográfica de Yolo como un momento cardinal en su trayectoria. Lo grabó luego de que quedara prendada por  la personalidad del músico durante un concierto en el teatro Astral. 

“El Yolo llegó a mi casa un día. Trencitas cortas, que finalizaban con un pedacito de metal del tubo de pasta de dientes, un pantalón blanco impoluto y una camisa ancha ‘guarapeteada’. Nos habíamos visto alguna vez, ya yo conocía al trovador Kaweiro, quizás él nos presentó. Estaba en su último año de Medicina y lo habían galardonado en los festivales de la FEU. No quería ser médico, estaba dispuesto a empezar con todas las fuerzas y pasión su carrera musical. Tenía casi conseguido el Teatro Astral para hacer un concierto por la FEU. Quería que yo le ayudara a pensar el espectáculo, a promocionarlo. Le dije que sí, que contara conmigo. De momento, le pedí que se quitara los hierritos de las trenzas. Me devolvió su inmensa sonrisa de dientes grandes y clara mirada.

“Hicimos el concierto. Quedé impresionada con su swing, con la mezcla de ritmos y sonoridades. Me encantó. Fuimos amigos para siempre”. 

En la Madriguera, la sede la Asociación Hermanos Saíz en La Habana, Claudia recuerda que impulsaron la carrera discográfica del trovador. “Luego yo empiezo a trabajar en la Madriguera. Allí él era rey, amigo íntimo de los que después fueron mis hermanos de alma y lucha (aún lo son). La AHS en La Habana era la de los Topos, que allí trabajábamos, amábamos, vivíamos. Nuestra primera producción discográfica se la hicimos al Yolo: su primer disco, Y Entonces Qué?, bajo el sello del proyecto El Topo Producciones y grabado en el Estudio de Celso, en17 e I. También impulsamos su segundo disco, haciendo una donación al estudio de Alejandro Lugo, a cambio de grabar Yolinho Habaneiro, con canciones cubanas en portugués. Ese disco fue premiado por el  Festival Cubadisco en el 2012. En ese lapso creció su música y nuestra amistad. Se quitó los hierritos de las trenzas cuando él quiso y me los regaló”.

En una mañana de1996, Fernando Bécquer participó en la audición que le hicieron a Yolo en La Madriguera. “Me llamaron para estar en la audición a un trovador naciente llamado Yolexis Bonilla. De inmediato me aclaró que lo llamara Yolo y me comentó que era estudiante de Medicina, pero que lo suyo era la trova. Par de canciones fueron suficientes para obtener la membresía de la AHS, en la cual años después (2004) fue especialista de la sección de música. Compartimos escenario un montón de veces, en cuanta peña se inventaba, y también en el exterior junto a Kiko —de la banda Tendencia— y a Kumar Mora, en la Martinica francesa, donde coreábamos  su popular tema “La  mecánica”, acabadito de salir del horno. Pasó el tiempo y se metió de lleno en una producción discográfica hermosa, llevando clásicos de la música cubana al terreno del gigante suramericano. Un día no lo vi más y ahora me entero de la triste noticia de su muerte”, dice Bécquer.

Fernando Bécquer y Yolo Bonilla. Foto: cortesía de Fernando Bécquer.

No son pocos los trovadores y músicos en general que han expresado en las redes sociales sus testimonios de amistad y admiración por Yolo y el dolor por su muerte.

Todos coinciden en la magnitud de su obra, en que abrió a conciencia un camino en la trova cubana, recorrido por otros, a partir de un discurso propio. Una obra que los medios no deberían obviar, para bien de la trova insular, pero además, de esa cultura cubana a la que él aportó considerablemente sin quedar enmarcado nunca en su propio individualismo. Fue un trovador que no se rompió la cabeza con vivir del arte. Por el contrario, intentó abrir lo más posible las rutas para expandir la música de la Isla y habitarla con todos los sonidos del mundo, esos que rondaban como un estallido su fértil mundo creativo. Los convirtió en canciones y le dio cuerpo a una vida que sigue latente, a pesar de haberse ido cuando la trova cubana más lo necesitaba.

 
 

 

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