Apuntes de refuerzo

Alfredo Despaigne

Alfredo Despaigne

El hecho de que la elección de los refuerzos para la segunda etapa de la Serie Nacional haya provocado cierta dosis de expectativas en la afición es el único síntoma de que el certamen beisbolero todavía nos interesa algo. Cuestionable o no, la concentración del supuesto talento apunta a una suerte de cooperativización como aparente vía de escape para un béisbol sumido en una crisis de desinterés generalizado que apenas atrapa a los puristas de antaño.

Queda claro que los refuerzos no son, ni de lejos, una creación divina, pero tampoco hay para mucho más en las circunstancias actuales. Lo único objetable del método es que ver santiagueros jugando con Industriales, o villaclareños jugando con Pinar del Río es asistir a la sepultura de confrontaciones necesarias en nuestro béisbol. De cualquier forma, asumo tranquilamente que la variante que le suceda a la actual estructura difícilmente le supere, porque todas, a estas alturas, no son más que la cinta adhesiva que dilata la vida útil de un spike, y todos sabemos que cuando usted apela a parches de esta naturaleza, su calzado tiene los días contados.

No obstante, resulta imposible entender la baja de nuestro beisbol como un fenómeno marginado al contexto cubano de la Serie Nacional. Aunque el término crisis se ha incorporado peyorativamente al argot deportivo para difamar de todo aquello que no sienta bien, en teoría, hay una crisis que insinúa escasez y otra que alude a la concentración desmedida de capitales en un solo lugar (o eso creo yo). En ese sentido, las dinámicas de un planeta béisbol que gira en torno a la MLB han convertido al resto de los certámenes (incluido el nuestro) y ligas foráneas (que tampoco es que haya muchas) en  simples medios para llegar a la Gran Carpa, desmantelando en la jugada a un ya de por sí devaluado calendario IBAF, que tantas alegrías nos dio en el pasado.

Ahora, y volviendo al caso Cuba, cabe resaltar que somos nosotros, hijos predilectos del amateurismo filosófico, quienes padecemos en mayor medida que nuestro otrora foco de beisbol revolucionario de altísimos quilates -apuntalado por un patriotismo casi surrealista-, no sea hoy ni la sombra de lo que fue alguna vez. Haya o no entendimiento con MLB, no existe estructura que ponga freno al disolvente número uno de la Serie Nacional, que es la aspiración del atleta de probarse al máximo nivel de su disciplina. Ese es, ahora mismo, un tema que entra en una agenda razonablemente extradeportiva.

La otra parte del asunto, el seguimiento a nuestro legendario team Cuba, apunta a que debemos adaptarnos a una forma de entender los deportes colectivos en la cual la selección mayor solo se reúne en pleno, con nacionales y legionarios, en certámenes de puntería. Ello, lejos de restar, no haría más que potenciar el Clásico Mundial y convertirle en un evento de mucho más nivel, algo que para el béisbol, vistas las particularidades del calendario de MLB, debería ser mucho más importante que regresar a los Juegos Olímpicos.

Respecto a las incursiones gloriosas en eventos múltiples, basta decir que una mirada al deporte actual muestra que la tendencia es a que las federaciones internacionales de las disciplinas colectivas favorezcan sus campeonatos por encima de certámenes multideportivos regionales o continentales. Dicho esto, de éxtasis beisbolero nos quedarían los Play Off, la Serie del Caribe y el Clásico Mundial. Supuestamente, este año corresponde el turno al famoso Premier 12 que, ambiguamente, se nos viene anunciando con bombo y platillo como uno de los nuevos logros de la gestión mancomunada entre IBAF y Grandes Ligas. Recemos, pues, para que no se convierta en lo mismo que un mundial de los de antes o una Copa Intercontinental.

Aplicarnos a las nuevas reglas del juego implicaría también reconvertir la sacrosanta Serie Nacional en una liga invernal, como lo son sus pares del Caribe, dejando la vía expedita para que nuestros atletas puedan insertarse en campeonatos foráneos sin que ello afecte su participación en la misma. Eso, si es que pretendemos insertarnos con naturalidad en la singular geopolítica del béisbol. En ese rejuego de contextos desconocidos, las horas de pelota cubana disminuirían, lo cual también obligaría a suministrar una dosis de vitamina MLB, para que no se nos olvide que el béisbol de alto nivel sí existe. Habría que ver y tomar nota de qué se hace en Venezuela o República Dominicana para que sus torneos domésticos, de tres o cuatro meses, mantengan la preferencia de la afición pese a lo efímero de sus calendarios.

Por décadas, la Serie Nacional fue la culminación de un mito identitario cuya fecha de caducidad no habría sido advertida ni por los videntes más encumbrados de las altas culturas americanas. Ahora, lamentablemente, no es posible mantener el interés por un certamen donde buena parte de los protagonistas de turno son los extras de hace algunos años. No seremos los primeros en la historia que hayan tenido que adaptarse con tal de sobrevivir. Mucho peor sería asumir el riesgo de que usted o yo podamos ser los refuerzos en un futuro sospechosamente no muy lejano.

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