Braudilio Vinent: “Si nos unimos, nadie nos puede ganar por ahí”

El Meteoro de La Maya, probablemente el lanzador antillano que más ceros ha colgado en la historia de las Series Nacionales, conversa con OnCuba sobre algunos pasajes destacados de su carrera.

Braudilio Vinent (al centro) recibió en 2014 su placa como miembro del Salón de la Fama del béisbol cubano. Foto: Ricardo López Hevia.

La voz de Braudilio Vinent Serrano (Songo La Maya, 1947) camina a más de noventa millas. Potentes, aunque algo enredadas y a veces hasta indescifrables, sus palabras retumban como mismo lo hizo su obra monticular, una de las más espectaculares que haya escrito un lanzador cubano después de 1959.

El Meteoro de La Maya dibujó una carrera con más de 2.000 ponches (2.134), más de 200 victorias (221), más de 60 lechadas (63), 400 aperturas, más de 260 juegos completos (265), más de 3.000 entradas (3.259,2), efectividad inferior a 2.50 (2.42) y menos de 1.000 carreras limpias permitidas (875), algo que, de manera combinada, ningún otro serpentinero ha logrado en casi seis décadas de historia de Series Nacionales.

“Mucha gente me reclaman que me retiré tarde, pero cada vez que alguien abre la boca para tocarme ese tema les digo que miren mis promedios de por vida, soy de los primeros en un montón de departamentos. Además, estaba duro como loco y me sentía en condiciones de seguir lanzando”, dice Vinent, quien cuenta historias con el mismo ímpetu que lanzaba.

Foto: Swing Completo.

Una tras otra. Las ideas le vienen como un torbellino, casi no da margen a preguntas. Habla enamorado de Santiago de Cuba, del Guillermón, de su slider, de sus batallas y, sobre todo, de sus victorias, que fueron muchas.

Entre todas, recuerda particularmente una contra profesionales venezolanos en 1977, cuando tuvo la oportunidad de enfrentar al estelar torpedero David Concepción, nueve veces All-Star, ganador de cinco Guantes de Oro, dos Bates de Plata y dos Series Mundiales con la mítica Big Red Machine, aquellos Rojos de Cincinnati de Johnny Bench, Pete Rose, Joe Morgan y el cubano Tany Pérez.

“David era una fiera. La primera vez me dio jit, pero yo tenía una maestría de madre, y en el segundo turno le tiré slider. El bate pasó como a tres cuartas de la pelota y pensé: «bah, me lo comí». Muchacho, le metí tres ponchaos. Después me dijo que la había cogido con él”, recuenta Braudilio, hombre que definitivamente nació para reinar sobre la lomita.   

¿Por qué el béisbol?

Mi padre lanzó, ni sé en dónde porque no lo vi, y quizás eso me inclinó al deporte desde que era chamaquito allá en el monte, en Jarahueca. Primero boxeé, tiré como tres peleas, pero lo que me gustaba era el béisbol. Imagínate, un negrito que tiraba duro y bateaba bien, enseguida llamé la atención del comisionado Manuel Caballero, quien me captó en La Maya. A él tengo que estar eternamente agradecido por traerme a Santiago de Cuba y encaminarme en el béisbol.

Yo vengo de una familia humilde, descalzos recogíamos café para sobrevivir. Nadie sabe el trabajo que pasábamos. Entonces el béisbol fue también una salvación, porque me dio muchas oportunidades de prosperar.

Y si bateaba bien, ¿qué le impulsó a lanzar?

Mira, cuando yo empecé a jugar pelota me ponían en los jardines, en el cuadro, en cualquier posición, y de verdad era buen bateador. A la gente se le ha olvidado, pero yo di tres jonrones grandes en el Guillermón Moncada en Series Nacionales, las metí pa llá arriba, la saqué por el center field.

Lo que pasa es que me incliné a lanzar porque tiraba duro, muy rápido. Es cierto que era un poco wild, daba una cantidad de bolas terrible, pero los entrenadores decían que si con esa velocidad empezaba a dar strikes, seguro iba a ser grande. Entonces empezaron a trabajar conmigo, Roberto Ledo, Francisco Salfrán y otros entrenadores, quienes me ayudaron a corregir el problema del descontrol.

Ya el resto de la historia tú la sabes. Desde que debuté fue candela. En mi primer año quedé líder en carreras limpias con 1.03, con 21 añitos nada más. Ya en ese momento controlaba mejor los pitcheos y después que empecé a dar strikes, papa, con mi slider que era una recta movida de 90 millas, se les fue el tour a los bateadores.

Más allá de su calidad natural, muchos que le vieron lanzar dicen que lo más impresionante que tenía era la disposición y el coraje para enfrentar cualquier situación. ¿Cree que esas armas fueron tan determinantes en su carrera como sus habilidades?

Me parece que el éxito tiene de las dos cosas. En primer lugar, los entrenadores tuvieron una luz conmigo, porque yo era un joven con condiciones, pero muy verde, un diamante en bruto. Ellos se enfrascaron en trabajar, en enseñarme, en darme todas las instrucciones necesarias para explotar mi talento natural.  

Mi mayor virtud creo que fue captar rápido todos esos conocimientos, tan rápido que en mi primer año, cuando casi nadie me conocía, me dieron la bola con los ojos cerrados. Yo respondí, la presión no me molestaba, solo estaba enfocado en trabajar, en sacar outs y ganar juegos.

El hecho de tener tantas responsabilidades desde joven de alguna manera terminó forjar ese carácter fuerte, esa disposición y ese coraje del que me hablas. Y lógico, un tipo con herramientas naturales para el béisbol y con valentía para retar a todo el mundo desde la lomita, es una joya. 

A mí los managers me tenían una confianza del carajo. Enseguida me convertí en un abridor de puntería, un cinchete en la Serie Nacional y en el equipo Cuba, sin subestimar a las estrellas de aquella época como José Antonio Huelga o Santiago “Changa” Mederos. De hecho, yo siempre estaba pegado a ellos para tratar de aprender de su experiencia, nunca los miré por arriba del hombro ni ninguna tontería de esas.

¿Cree que con todos esos atributos hubiera podido llegar a lanzar en Grandes Ligas?

Yo tenía pa´ eso. En mis mejores condiciones, podía haber pitchado en Grandes Ligas sin problemas. En Japón tiré 101 millas una vez, fíjate como estaba el negrito ese, prendío. A mí me pusieron cheques en blanco, pero yo no quise dejar atrás a mi familia y a mi país. Lo mío era traer la victoria pa´ Cuba.

Braudilio Vinent junto a Orlando “El Duque” Hernández en una visita a Miami. Foto: Tomada de El Nuevo Herald.

De aquellos años, ¿cómo recuerda los duelos entre las novenas orientales y los habaneros? ¿Cree que se ha perdido un poco esa rivalidad?

Eso no tiene nombre. Juegos duros, a muerte, en el mejor sentido, porque independientemente de la rivalidad no había malas intenciones. Nosotros después nos uníamos en el equipo nacional y éramos uno. Pero en la Serie nos batíamos como si no hubiera un mañana.

Para mí era un espectáculo tremendo, siempre me gustó lanzarle a los habaneros, sobre todo en la capital. Allí la afición es de madre, te quieren porque representas a Cuba, pero son muy defensores de su equipo, muy industrialistas, y cuando estabas jugando en la Serie, no entendían, te machacaban.

Hoy todavía esos juegos se viven con pasión, es una rivalidad que el público sigue aunque la calidad no sea la misma. Lógico, hace falta seguir trabajando, que los peloteros y los técnicos se esfuercen por subir el nivel para que más personas se interesen, sobre todo los jóvenes que no vivieron los tiempos más gloriosos.  

¿Se considera el mejor lanzador en la historia de las Series Nacionales?

Eso que lo digan los que me vieron. Yo lo más que puedo decir es que hice cosas para ser considerado el mejor, sin subestimar a los demás compañeros que tenían condiciones y también aportaron muchísimo, tanto en Cuba como en torneos internacionales.

Mira, una muestra simple son las 63 lechadas que propiné, algo que nadie ha logrado en los torneos de aquí. Oye, se dice rápido, pero 63 lechadas en Cuba más todas las que di fuera, son números fuertes, sobre todo porque muchas de ellas fueron en partidos de tremenda importancia.

Pero de ahí a decir que soy el mejor de la historia, que va, eso no me corresponde a mí.

Por sus méritos fue exaltado en 2014 al Salón de la Fama del béisbol cubano, el cual ha sido objeto de polémica en los últimos años. ¿Qué opinión le merece la postura que defiende la no inclusión futura de hombres como Antonio Pacheco, por ejemplo?

Yo he hablado de eso ya. Dije hace unos meses que Pacheco no ha traicionado a nadie y lo reafirmo. Está por allá, pero nunca ha dicho nada en contra de Cuba, ni ha traicionado. Ya por lo menos estuvo en Santiago, le vi feliz, contento.

Él merece tanto como otros estar en el Salón de la Fama del béisbol cubano, espero que algún día eso se resuelva. Hace años ya, cuando me exaltaron a mí, creo que Pacheco también cabía. No voy a decir que fulano o mengano no debían estar, porque cada cual tiene sus méritos, pero Pacheco cabía, seguro.

Si volviera a lanzar, ¿qué receptor quisiera tener detrás de home?

Foto: Tomada de Nuevo Diario.

Ahí la pusiste buena (sonríe). Mira, cuando yo estaba en el equipo grande los managers eran los que decidían quién sería el receptor, como es lógico. Y había para escoger, leones detrás del plato. Lázaro Pérez, Ramón Echevarría, Albertico Martínez, Evelio Hernández, con todos ellos yo trabajaba bien, porque defendían y yo necesitaba un cátcher que me diera confianza para tirar sin miedo a que se escaparan las bolas.

Pero honestamente, (Juan) Castro fue el más espectacular, una fiera. Me decía, “tírala como tú quieras”. Oye, eso era una locura conmigo, porque cuando lanzaba el slider y la pelota picaba, no se sabía para dónde iba a coger. Pero él las paraba todas.

Una vez en un torneo internacional le dije a Pineda: “si quieres ganar ponme al blanquito ese de cátcher”. Y bueno, metí lechada ese día con Castro defendiendo. Olvídate, Juanito era un monstruo.

Y a qué bateador le gustaría enfrentar…

Bateadores siempre a los grandes, a mí dame a los más duros. Yo le lancé a las estrellas, me pegaron jonrones como a cualquiera, pero no era fácil, me ponía incómodo para conectarme. Aunque en aquellos tiempos había que ser agresivo contra el tipo más fuerte y contra el más débil, porque todos los peloteros eran guapos.

¿Qué ha pasado para que el beisbol cubano descienda tanto en la arena internacional?

Hay más calidad, los rivales de afuera son equipones de pelota, bien preparados, profesionales, muy serios con su trabajo. No digo que aquí no lo seamos, pero nos falta para llegar a ese nivel. Por lo menos tenemos la madera, hay muchachos buenos, talentosos, que necesitan técnicos de altura para levantar.

A los pitchers, por ejemplo, hay que enseñarles a lanzar por dentro, por fuera, a usar mejor su repertorio. Hay que trabajar de manera más seria en el tema de la velocidad, no puede ser que un chiquito con 16 años tire 90 millas y después con 23 años llegue malamente a las 85 millas. Si un pelotero joven y de condiciones involuciona, sin lesiones, es culpa de la preparación.

Lo otro que nos golpea es la cantidad de gente que está fuera. Hay que recoger a todo el mundo y llevar lo mejor a los eventos internacionales. Papa, mira, tenemos una pila de bateadores duros, la calidad del pitcheo es un poco inferior pero igual hay nombres destacados, entonces, si nos unimos, nadie nos puede ganar por ahí.

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