Cheíto

A la memoria de Pedro José Rodríguez. Tú no mueres "Cheíto", a un hombre como tú no se le puede parar el corazón nunca.

Cheíto Rodríguez. Foto: Aslam Ibrahim Castellón Maure/Facebook.

Qué cosas tiene la vida, “Cheíto”. Víspera del día de San Valentín, te falló el corazón, ese que se te salía del pecho cuando te parabas en el cajón de bateo y que jamás claudicó a la hora buena; el mismo que palpitó como un caballo desbocado cuando le desapareciste la pelota al mismísimo Rogelio García en aquella Selectiva de 1978, para que Las Villas se llevara el campeonato, en medio de una multitud enloquecida que colmaba las gradas del Coloso del Cerro.

Coño, “Cheíto”. Me parece estar oyéndote decir varias veces: “Recoge, que esto se acabó”, y salir caminando al rectángulo mientras mirabas al lanzador contrario, con esa sangre fría que solo tú tenías, y los jardineros pegaban sus espaldas en los fríos muros de las praderas.

¿Cómo se puede parar un corazón así? Un músculo a prueba de las más violentas de las emociones. Ese que se mantuvo tranquilo bombeándote oxígeno minutos antes de sacudirle un bambinazo al norteamericano Tim Leary en aquel mundial del 78, o cuando le sacaste dos esféricas por encima de la barda un año después a su coterráneo Ken Dayle en aquella Copa Intercontinental de la Habana, la última de ellas para poner a tu equipo Cuba delante en el marcador.

Deportistas cubanos lloran la partida de “Cheíto” Rodríguez

¿Cómo es eso “Cheíto”? Yo pensaba que a los inmortales no se les paraba nunca el corazón, que había que desaparecerlos de la faz de la tierra con artimañas e injusticias como la que un día te hicieron cuando te prohibieron jugar al béisbol con apenas 29 años, porque alguien encontró unos míseros dólares en tu casillero. Pero ni así “Cheíto”. Quizás destruyeron los récords y cayó a tierra tu corona de rey de los jonrones, tu motivación, y tu pasión extrema; pero tu corazón siguió ahí, martillando con un sonido fuerte y acusador sobre la cabeza de los culpables.

No se detuvo el día que debutaste en Series Nacionales (1974), ni cuando ganaste en ese año a “palo limpio” el premio de “Novato del Año”. Tampoco falló cuando te prohibieron entrar en los estadios, cuando no podías siquiera ver un partido de pelota en tu casa por la vergüenza que tenías, ni cuando regresaste, “Cheíto”, cuando regresaste ya pasado de peso y con problemas de salud, y esa muchedumbre se paró de sus asientos en el estadio para darte una ovación que parecía interminable.

No tengo dudas, tú te has muerto varias veces y has resucitado porque eres grande y único, porque podías conectar más cuadrangulares que nadie a golpe de caderas y muñecas con una cadencia rítmica que te permitía chocar la pelota a escasos centímetros del suelo; porque le agregaste la sal a nuestro deporte nacional y pusiste el nombre de esta isla en la boca de forasteros y advenedizos.

Antonio Muñoz (izq.) con Pedro José Rodríguez, vistiendo la casaca de Azucareros. Foto: Archivo.

Yo sé que en este día de San Valentín, cuando los equipos de Matanzas y Cienfuegos le dediquen un minuto de silencio a tu memoria, vas a salir por alguna puerta, debajo de una almohadilla, o detrás de alguna columna del estadio. Tu no mueres ,“Cheíto”, a un hombre como tú no se le puede parar el corazón nunca.

Dicen que fueron los riñones los que te fallaron, ok, eso lo puedo entender. Entiendo también que ya no estarás en casa como antes porque esa es la ley que el arquitecto universal nos puso, que no podrás besar a tu familia ni abrazar a tus amigos, tampoco pasearte por el barrio ni visitar ese estadio que siempre te quedaba chiquito cuando te ponías el uniforme. Pero ahora te multiplicas, ahora estarás en todas partes, como un Dios, detrás de cada estacazo de vuelta completa, en el viento y en la lluvia, en nuestros corazones y tal vez, quién sabe, en los tremendos partidos de pelota que dicen organizan los inmortales como tú en otras dimensiones.

Pasa, “Cheíto”, pasa “Señor Jonrón”, que esa muerte es mentira. Las puertas de la eternidad están abiertas.

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