¿Cómo meter La Habana en el Latino?

Una hora y media antes del juego, el primero de la postemporada de la Serie Nacional 59, todas las puertas del estadio están cerradas. En el Latino no cabe más nadie y, afuera, hay otro Latino.

Las guaguas de Camagüey e Industriales no han llegado, pero ya no alcanzan los asientos, ni los refrescos, ni las rositas de maíz; no alcanza ni el aire para respirar.

Al Latino lo invaden fanáticos de todas partes. Los artemiseños que idolatran a Jorge Alomá y a los Leones, los pinareños con el corazón dividido, los santiagueros que cambiaron de camiseta, una buena banda de fieles de los Toros camagüeyanos, y los nacidos en La Habana, que al final es la reunión de todas esas facciones y un poco más.

Se llevaba días hablando de este momento, metiendo más y más leña al horno, tanto que ya no había manera de apagar el fuego. Y la grada rugió, bramó, bailó, sufrió, disfrutó.

En el diamante, el juego es un ejercicio de supervivencia. Los managers se equivocan, se precipitan, la abundancia le nubla la vista a uno, las carencias privan al otro. Salvo excepciones, no hacen nada en el momento exacto –aunque eso, lo reconozco, es subjetivo, y hay quien dirá que sí– y sus decisiones desencadenan la locura.

La tensión juega su papel. Los peloteros responden por ratos, salvo el camagüeyano Leslie Anderson, que responde todo el tiempo. Su bate hace click una, dos, tres, cuatro veces. Manda la pelota a las gradas o a territorio de nadie, impulsa la mitad de las carreras y ejerce de líder, de macho alfa.

Los swines de Leslie, y los de Ayala, y los de Santiago Torres, silencian el Latino, que resurge de la mano de Cepeda, Stayler y Samón, líderes de una rebelión que solo es aplacada con cuatro lanzadores que integraron las selecciones nacionales en 2020 y uno de los taponeros más dominantes de la temporada.

Pasan una, dos, tres, cuatro horas. Cae el último out, pero se sigue hablando de pelota, en La Habana, en Camagüey, en el Latino, donde se ha sentado todo un país.

¿No era que el béisbol estaba muerto? ¿No era que lo querían matar?

Ha hecho falta muy poco para rescatar la pasión. Juegos nocturnos, rivalidad planteada y equipos con deseos de hacer valer su ley, con el firme propósito de subir a la cima del concierto nacional. Ellos, los protagonistas, han echado por tierra los pronósticos de los pesimistas.

Pero se necesita más para perpetuar este momento, para que no se convierta en una fiebre pasajera. Por ejemplo, es inconcebible que los fanáticos hayan tenido que esperar las cuatro horas de partido para poder buscar la comida que, vaya usted a saber por qué rara estrategia de ventas, se dejó fuera de un estadio con 50.000 almas.

Corregir esos deslices, plantearse todos los escenarios posibles y planificar con mejor tino es la clave para no alejar de los terrenos a los millones de fanáticos que siguen siendo fieles al béisbol cubano.

De momento, el show ha arrancado arriba. La torcida de los Toros celebra un primer golpe con sabor a gloria, no solo por la victoria en el terreno, sino también por soportar y sobrevivir a la presión de un estadio apabullante, de una fanaticada en erupción, de una ciudad toda. En la otra acera, los parciales azules, un tanto resignados, buscan las causas de la derrota y miran con recelo las próximas pruebas.

En los días que vienen, hoy mismo, el espectáculo seguirá, en el Latino, en el Julio Antonio Mella, en el Cándido González, en el Victoria de Girón, estadios que volverán a llenarse con millones de apasionados. La pelota, por lo visto este viernes, sigue siendo la gran fiesta de Cuba.