Propuestas (no tan serias) para la crisis del béisbol cubano

Las continuas derrotas y papelazos de los peloteros cubanos, lo mismo en Juegos Panamericanos que en el Premier 12, ya no son noticia. Tampoco un chiste. Ante tanto palo recibido y muy probablemente por recibir, se hacen necesarias soluciones urgentes.

Foto: Jit / Facebook / Archivo.

Foto: Jit / Facebook / Archivo.

Que el béisbol cubano está en crisis ya no es noticia. Tampoco un chiste, o, si acaso, uno muy malo, de esos que no le dan risa ni al más mentecato.

Las continuas derrotas y papelazos de nuestros peloteros, lo mismo en Juegos Panamericanos que ahora en el Premier 12, lo que dan es ganas de llorar, de romper un búcaro –para no tirárselo a alguien, probablemente inocente– y ponerse colorado de la vergüenza y la indignación. Eso, si todavía nos quedase un mínimo de orgullo y sangre en las venas.

Sin embargo, cada vez son menos los que se lo toman tan a pecho. Cada vez son más los que hacen de tripas corazón y prefieren apagar el televisor antes de que les dé un infarto. O, sencillamente, ni siquiera lo encienden, seguros de antemano de que al equipo Cuba, como al difunto Titanic, no hay quien lo salve de hundirse en las gélidas aguas de la decepción.

El iceberg ya ni siquiera tiene que ser una gigantesca mole de hielo ni llevar el uniforme de Japón o Estados Unidos. Basta con que sea un mínimo montículo helado, vestido lo mismo de Corea, Canadá, Colombia o Dominicana, para que el endeble bote cubano se vaya a pique irremediablemente.

Por suerte, todavía quedan aficionados conscientes y constantes que se resisten a contemplar impasibles la agonía del aún llamado deporte nacional. Algunos, incendiarios –y con su razón– proponen no dejar títere con cabeza en el béisbol cubano, barrer desde la cúpula hasta la base. Otros, más cautos, apuestan por paliativos y correctivos, pero sin demoler toda la pirámide.

Lo cierto es que, ante tanta inconformidad y humillación, es imposible cruzarse de brazos. Ante tanto palo recibido y –lo peor– muy probablemente por recibir, se hacen necesarias soluciones urgentes.

Las más serias y especializadas las dejo entonces a los serios y los especialistas; esos que, por demás, llevan años –sí, años– llamando la atención y haciendo propuestas que nadie con inteligencia y poder de decisión –una fórmula a veces irreconciliable– parece haber tomado en cuenta.

Me quedo con las no tan serias. Las que, en tono de burla, con el choteo como bálsamo, hacen los aficionados a los que los disgustos beisboleros no le han consumido el hígado todavía. Aquellos que aún son capaces de rescatar una sonrisa entre mueca y mueca.

Les dejo entonces con algunas de esas propuestas, escuchadas, leídas, imaginadas. Quizá estas, en apariencia absurdas, sí encuentren oídos atentos en los mandamases de la pelota o –mejor– de más arriba. Quién sabe.

1 Declarar como deporte nacional –públicamente y mediante decreto– al dominó, o al boxeo, o a la lucha –que, a fin de cuentas, ya lo es, al menos metafóricamente–, o a la quimbumbia, o al ajedrez con vallas, o a la caza del caracol africano. A lo que sea menos al béisbol, a ver si así le quitamos presión de encima y, liberados sus hombros del enorme peso de la historia, sale a dar la cara sin complejos en la “arena internacional”.

No obstante, esta medida tiene el inconveniente de que va y la pelota se lo toma mal y, lejos de ayudarla, le damos un golpe mortal a su alicaída autoestima y entonces ya no podríamos ganarle ni a Botswana.

El béisbol cubano está necesitado de soluciones que le devuelvan el oxígeno y le cambien la cara. Foto: Jit / Facebook.
El béisbol cubano está necesitado de soluciones que le devuelvan el oxígeno y le cambien la cara. Foto: Jit / Facebook.

2 Rescatar el batos, aquel juego legendario de nuestros antepasados taínos que hoy apenas da nombre a la marca deportiva cubana. Aplicar un programa intensivo, contra reloj, para su difusión por toda la Isla, lo mismo en escuelas primarias y áreas deportivas que en las teleclases del Canal Educativo, y crear rápidamente su propia Serie Nacional en la que involucremos lo mismo a peloteros que voleibolistas y hasta nuestros heroicos y maltratados –por los equipos contrarios, entiéndase– futbolistas.

Con este aval, y ya cuando dominemos el juego de pe a pa, promover su práctica internacional, la creación de sus propios campeonatos mundiales y su incorporación a eventos multideportivos, a ver si con la ventaja inicial podemos ganar algunos torneos antes de que a los japoneses y a los coreanos les dé también por el batos.

3 Recetarle al béisbol cubano no un año –como se hizo con el voleibol– sino un cuatrienio sábatico a nivel internacional, al menos de los eventos en la principal categoría. De esta forma, todos los que se montan en el avión año tras año, sin importarle las toneladas de bochorno que cargan a su regreso, dejarían de hacerlo y así, tal vez, pondrían un poco más de empeño en revertir en ese tiempo el penoso panorama de la pelota, si no por el deporte en sí, al menos por volver a montarse en el avión.

Además, con lo que se ahorre por los viajes no realizados, se podría invertir en pelotas, bates, reparación de los estadios y hasta en transporte para los árbitros de la Serie Nacional, los que, según dijo un comentarista por estos días en la televisión cubana, tienen que moverse por su cuenta por culpa de la “coyuntura” económica que atraviesa el país.

4 En caso de no prosperar la propuesta anterior, se podría rotar organizadamente los cuerpos de dirección del equipo Cuba, y los peloteros también, de manera que la vergüenza por las derrotas sufridas y por sufrir no recaiga siempre en las mismas personas, con su consiguiente efecto psicológico. Así, nadie podría acostumbrarse a los repetidos descalabros –ni a salir inmunes de ellos– y padecer estrés postraumático por esa causa.

Basta mirar la cara de angustia de Anglada en Lima, la Borroto en Seúl, y la de Gracial en ambos torneos, para comprender que es una carga demasiado pesada para no ser compartida. Como dice el refrán: entre muchos, toca a menos. No obstante, es bueno aclarar que la Federación Cubana, tan preclara, lleva ya un tiempo aplicando esta medida, al menos en el caso de los directores, y hasta ahora, la verdad, no ha dado resultado.

Premier 12: Muy cerca y muy lejos

5 Contratar un equipo de psicoanalistas y, si es posible, resucitar al mismísimo Freud, para que cure o, cuando menos, intente curar a los peloteros y directivos cubanos de cualquier estrés y complejo que padezcan por todos los golpes recibidos en torneos internacionales o por cualquier otra razón. Que los acuesten en sus cómodos divanes e indaguen en sus traumas, en sus miedos, en su pasado y, de ser necesario, los hipnoticen para aligerar sus atribuladas mentes.

De no dar la cuenta los psicoanalistas, probar entonces con clarividentes, sacerdotes de vudú, babalawos, astrólogos y hasta exorcistas, porque la transformación que sufren los miembros del equipo Cuba cuando juegan fuera la Isla no puede ser normal y requieren de toda la artillería espiritual, aunque haya que ir al fin del mundo a buscarla. Que para eso también pueden servir los ahorros del cuatrienio sabático.

6 Negociar, demandar, pedir y, si es preciso, rogar, para que la Federación Internacional permita a los nuestros jugar sin el uniforme del Cuba. Para que se hagan la idea de que están en otro evento, en otro escenario, jugando para otro equipo, ya sea Las Tunas o los Halcones de SoftBank.

¿Se imaginan a Despaigne y Gracial con la casaca de los actuales campeones de la liga japonesa? ¿O a Alarcón y Ayala con la franela verdirroja de los Leñadores con la que se coronaron en Cuba la serie pasada? Quizá una treta semejante para sus sentidos –que debería ser, al mismo tiempo, una inyección para su autoestima–, es lo que necesitan para despachar los batazos que los aficionados cubanos esperan de ellos.

Ni todas las prácticas de bateo del mundo, ni la presencia en el equipo de figuras que han brillado en la liga profesional de Japón, pudieron evitar la triste imagen de Cuba en el Premier 12. Foto: Jit / Facebook.
Ni todas las prácticas de bateo del mundo, ni la presencia en el equipo de figuras que han brillado en la liga profesional de Japón, pudieron evitar la triste imagen de Cuba en el Premier 12. Foto: Jit / Facebook.

7 Firmar con Japón un memorando de entendimiento, acuerdo de colaboración, convenio de intercambio o comoquiera que pueda llamarse el trato para que, en lugar de seguir mandando camiones recolectores de basura a La Habana –que, en definitiva, no alcanzan para aliviar a la capital de tantos escombros y desperdicios–, envíe a la Isla un grupo de expertos en béisbol y kárate, que bien pudieran insertarse en las academias, direcciones provinciales y equipos de los torneos domésticos.

En béisbol, para que le den un repaso o, en realidad, un doctorado en técnicas y estrategias modernas a peloteros, entrenadores y directivos, incluidos los de la inamovible Federación Cubana. Y en kárate, para que le suenen una mawashi o un tsuki a los que hagan lo contrario a lo que ellos digan. A ver si así aprenden.

8 Eliminar las narraciones deportivas de los eventos internacionales porque, a estas alturas, lejos de ayudar, contribuyen al clima general de derrotismo. Y eso los peloteros –aunque estén Corea o la Conchinchina, mientras los narradores muchas veces se quedan en Cuba–, lo sienten, lo perciben, lo captan. Se dan cuenta de que el narrador, despojado a fuerza de decepciones de su natural triunfalismo, no presagia otra cosa que un ponche. Y se ponchan.

Además, imposibilitados de apelar a sus agudas y celebérrimas frases como “se sufre, pero se goza” –porque ya el gozo es mera ficción– o “esto no se acaba hasta que se acaba” –porque ya a la altura del quinto o sexto inning el juego suele estar definido; en contra, desde luego–, los narradores cubanos tienen poco que decir, que entusiasmar. Y eso, solo deprime más a los ya deprimidos televidentes, que para deprimirse les basta con las deprimentes imágenes televisivas del juego. Así que no hay por qué ser redundantes ni alevosos.

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