¡Campeones Centroamericanos!

béisbol cubano

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La sequía llegó a su fin, Cuba ha vuelto a la senda del triunfo en la arena internacional. Después de malos ratos, de aciagos torneos que parecían interminables, por fin, se volverá a acariciar un oro en casa. Con el triunfo en los Centroamericanos de Veracruz, el béisbol cubano toma un aire, respira.

Al menos se ha detenido la racha negativa, quizás un freno momentáneo, pero freno al fin. Sin ser la cita más complicada de los últimos años, la imagen que deja Cuba tras el éxito, puede servir como envión de remolque, como un consuelo de contingencia que levante un tanto la moral y el ánimo.

Los cubanos llegaron a suelo azteca siendo el plantel de más pedigrí, con el cartel de amplios favoritos, todos los pronósticos coincidían. Y no defraudaron. No tuvieron rivales durante toda la ruta, no hubo quien se les posara cerca para competir. Si alguien observó solamente el desafío final contra los nicas, con eso basta para tener una imagen de lo que fue el certamen.

A lo largo del torneo, Víctor Mesa pudo explotar las mil y una estrategias de su escuadra, jugadores que se vieron enchufados de principio a fin, desde el primer out contra Puerto Rico en la etapa preliminar hasta el último contra Nicaragua en la discusión del cetro, mérito suyo por supuesto.

Armó un lineup temible, una tanda de toleteros que combinan fuerza en las muñecas y velocidad en base, capaces de mandar la bola más allá de las cercas y, a la vez, con corredor en tercera, consumar una jugada de squeeze play. Alineación sin fallo, con un Moreira excepcional como hombre proa, con Gourriel y Despaigne como artilleros incendiarios, con Yadier y Bell como escuderos para remolcar y una supuesta tanda baja con Malleta y Alarcón en la retaguardia.

El pitcheo hizo de garrote ante los rivales, una especie de tortura. El dúo de Norge L. Ruiz y Freddy A. Álvarez no tuvieron un ápice de piedad ni compasión con los que osaron parárseles delante con el madero al hombro en el home plate. Ambos, en un alarde de plasticidad, hicieron abanicar, una y otra vez, a cuanto bateador quisieron. La otra joya desde el box fue Héctor M. Mendoza que hizo de los cierres de partido una marca registrada con sus rectas de humo.

Una selección repleta de variantes, que vendió un rostro alborozado, distinto, y que con su juego puede que haya rescatado un par de amoríos desperdigados por la Isla. Con la presea dorada, Víctor Mesa destierra por fin la sombra perpetua del segundo escaño.

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