Ciego de Ávila, dueño de nueve coronas en baloncesto

Foto: Calixto N. Llanes / Siluetas de Cuba (Tomada de Cubahora)

Foto: Calixto N. Llanes / Siluetas de Cuba (Tomada de Cubahora)

Cuatro partidos fueron suficientes para definir al campeón de la XXIII Liga Superior de Baloncesto en Cuba, una barrida en cuatro actos que no tuvo espacio para las sorpresas y terminó por coronar a los históricos Búfalos de Ciego de Ávila por novena ocasión en los últimos once años.

En sus predios de la Sala Giraldo Córdoba Cardín, de la capital avileña, los discípulos de Jesús Martos dieron el tiro de gracia el pasado sábado 9 de abril (68-64) a unos diezmados Capitalinos, que no consiguieron parecerse a la tromba azul que arrasó en la temporada anterior con todos sus rivales.

Los jugadores de Ciego de Ávila impartieron cátedra de maestría deportiva y aplomo sobre la cancha, con destacadas actuaciones de dos de sus puntales en la última década: Yoan Luis Haití y William Granda. Ambos estuvieron ausentes en la mayor parte de la temporada regular por los compromisos contraídos con sus contrataciones en Argentina y Uruguay, pero su reinserción en la plantilla dio un vuelco a la actuación de los avileños.

Esta barrida tuvo su referente directo en los sucedido dos años atrás, cuando en la misma sala Cardín, los Búfalos completaron similar actuación ante en Capitalinos que no halló armas para defenderse. Por entonces a los habaneros no les funcionó el team work, no consiguieron consolidar el trabajo de hombres experimentados como el histórico Alexis Lavastida, con el talento descomunal del emergente Jasiel Rivero; ahora, en el mismo escenario, a los Capitalinos les faltaba el equipo.

En 2015 los habaneros, bajo la tutela de Rainel Panfet, reunieron un quinteto de lujo, respaldado por una banca capaz de mantener diferencias y refrescar a los titulares. Los nombres de Jasiel Rivero, Orestes Torres, Liván Valdés, Allens Jemmott y Karel Guzmán, dejaban poco espacio a los rivales.

Sin embargo, 2016 no fue igual. Con Rivero, Torres y Valdés fuera del país en ligas extranjeras, y Jemmott con problemas familiares, la plantilla debió apelar a las reservas y hombres de menos experiencia asumieron la responsabilidad de cargar con el plantel en sus hombros.

Bajo esa premisa, la pelea fue desigual. Mientras los avileños disfrutaban de la plenitud de sus principales figuras, los Capitalinos debían reinventarse en cada partido, aspirando a la disciplina férrea como mejor arma. Pero la disciplina solo consigue emparejar duelos, el talento gana campeonatos.

Ciego resultó mucho más compacto, más seguro, más efectivo. Ciego fue una maquinaria que funcionó sin contemplaciones, que dominó y convenció, que apretó firme hasta asfixiar con buen baloncesto a sus oponentes.

El clásico del básquet en la isla, más allá de la barrida en cuatro fechas, resultó interesante y deja una reflexión para venideras lides: ¿cómo se podrán conjugar la estabilidad de los equipos y el creciente número de contrataciones de jugadores cubanos fuera del país?

Capitalinos ha sido el primer campeón en pagar el precio de las ausencias. De apabullar en la edición anterior, a ser barridos en esta; de contar con una plantilla con aspiraciones de dinastía, a tener que apostar por el error del adversario y confiar en su segunda línea de juego.

Para Ciego de Ávila, las palmas. El equipo más ganador de la historia del baloncesto doméstico no merece menos que la reverencia respetuosa. Nueve coronas en once participaciones, once finales jugadas… los Búfalos, por derecho propio, son un pedazo de historia que aún domina los tableros en Cuba.

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