Dos guaperías bien diferentes

Amanecer con la noticia de que ha muerto José Modesto Darcourt confirma mis sospechas de que aquí los amaneceres ya no son tan apacibles, como escribiera cierto novelista. Hace una semana se nos fue Santy Feliú, y ahora otro zurdo guapo, aquel desde sus canciones, este desde el box donde fue grande, aunque le apodaran “Chiqui”.

Siento que, no importa cuanta sopa tomemos con tenedor, nos vamos quedando sin guapos, en el sentido más viril y probado del término. En cambio, tenemos que lidiar cada vez más con legiones de guaposos baratos, tipos que denigran el linaje guiteriano de aquellos peloteros que, como decía Isasi, ponían el alma en el terreno, o dejaban el pellejo en él, como aún hace uno de los últimos guapos, Carlos Tabares.

Darcourt, víctima del cáncer a los 56 años de edad, era y será de esos guapos que se extrañan en el diamante. Pitcher intenso, de personalidad difícil, lo recuerdo vestido con la chamarra de Metropolitanos y Ciudad Habana en aquellas inolvidables Selectivas. Le bastaron apenas 12 temporadas para labrarse un prestigio de “hombre a tó”, imperfecto pero corajudo, que acabó desencantado del béisbol, mejor dicho, de quienes lo dirigían.

En la memoria popular ha quedado aquel choque contra Serranos, el Latino repleto, situación comprometida y al bate Orestes Kindelán, el temible Tambor Mayor. Pedro Chávez, alguien de quien no puede decirse que fuera tibio ni como jugador ni como manager, manda al Chiqui a bolear al más temido jonronero de entonces, pero Darcourt se negó. Empecinada y reiteradamente. El “Gago” pidió tiempo y fue a la lomita a insistir en la base, pero Darcourt que no, que él sacaba a Kindelán. Lázaro Vargas, otro que tampoco comía miedo, apoyó a Chávez, pero el pitcher no cedió: “yo lo sacó out”.

A Chávez no le quedó otra que dejarlo pitchear o sacarlo, y apostó por su lanzador. Darcourt encaró a Kindelán, y lo obligó a machucar por tercera base, donde Vargas la fildeó sin susto y sacó en primera por la clásica milla. Memorable. Uno evoca aquello, y se pregunta cómo pudo convertirse en esto.

Como si no bastara la muerte de Darcourt para ensombrecer el panorama beisbolero nacional, pasa lo que pasó en el estadio Victoria de Girón: Demys Valdés le partió la boca de un batazo a Ramón Lunar y le fue arriba a Freddy Asiel Álvarez, que canalizó la frustración de su mediocre pitcheo tirando bolazos a diestra y siniestra. Mala por el manager Ramón Moré, que no sacó a un desconcentrado y descontrolado Freddy; mala por el árbitro Osvaldo de Paula que no le llamó la atención a tiempo; mala por Demys, que reaccionó como si el terreno fuera un solar, pero sobre todo mala por Freddy, que le hizo poco honor a su calidad, y quedó como un arrogante, majadero e inútil pitchercito de pacotilla, que en vez de recomponerse y vengarse a puro ponche, apostó al deadball.

Una cosa es jugar duro, a 42 grados en la sombra, como decía el mencionado Chávez en los románticos años 1960, o incluso lanzar pegado para amedrentar o separar a un bateador, y otra es la cobardía de la agresión, del pelotazo revanchista, de la bronca por la bronca, para demostrar quién sabe qué hombrías, como si no fueran más elevados los códigos de honor del terreno, como si no bastaran los ejemplos de un caballero como Alejandro Oms, o un guapo de los buenos como Darcourt…

Imágenes como la de Lisbán Correa persiguiendo espirituanos en el Huelga, o Scull y Eriel revolcados, o Vladimir García y Ramón Lunar envueltos en un estúpido rifirafe que para muchos fue la verdadera causa de que el Cañón de la Trocha no hiciera el Villa Clara a la Serie del Caribe, son sencillamente patéticas, y no tienen nada que ver con el béisbol que mi padre me enseñó a amar en los intensos años 1980, y que no sé como hacer para que mi hijo ame, si sigue como va…

 

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