El eterno rival de Víctor Mesa

Víctor Mesa dirigiendo Matanzas, ahora es el nuevo manager de Industriales. Foto: Otmaro Rodríguez.

Víctor Mesa dirigiendo Matanzas, ahora es el nuevo manager de Industriales. Foto: Otmaro Rodríguez.

Misterio resuelto. Sin la lucidez detectivesca de Poirot, como sugerí la víspera, sino con una conferencia de prensa que se pudo convocar hace varias semanas para evitar las iras desatadas por este innecesario novelón primaveral.

A despecho de una legión de maldicientes, Víctor Mesa tomará el timón del barco azul y acaso encontrará consuelo para aquel sueño frustrado y confeso de jugar con la escuadra de la capital. Suyas serán las decisiones en un equipo que, pese a la progresiva agonía de la pelota nacional, sigue estando en el altar de los afectos y el corazón de los desprecios insulares.

Si alguien lo hubiera comentado  hace unos años, habría sonado absurdo. ¡Víctor Mesa, mentor de Industriales! El emblema letal de los anaranjados, el febril director de los rojos matanceros, se meterá en el uniforme añil para (otra vez) batallar con la piedra –Sísifo tropical– que siempre se le va montaña abajo.

Porque el triunfo final –que no los triunfos– siempre le ha sido esquivo. El “32” se ha cansado de archivar victorias, de jugar postemporadas, incluso ha impuesto records, pero nunca ha podido posar para la foto que define los torneos, con el laurel en alto y esa sonrisa satisfecha (casi eyaculada) del campeón.

¿Por qué Víctor Mesa no ha ganado una Serie Nacional?

Quiero pensar que está consciente de que es la última revancha que le dará la vida. La oportunidad milagrosa para, en el mejor teatro del país, reinterpretar el personaje ganador que le tocó en sus días de pelotero activo, aquel rol protagónico que le quitaron los Angladas y Morés y Urquiolas en play offs a todo o nada. Si cae nuevamente, nada podrá salvarlo ya de las oscuras manos del escarnio.

Para él, Industriales será postrera redención o tumba irreversible. Con el equipo en racha victoriosa, la gente del Latino lo canonizará, aplaudiendo inclusive las sucesivas explosiones de su personalidad. De ocurrir lo contrario, en caso de que Sísifo vuelva a perder la piedra al borde de la cima, tronarán las rechiflas y las evocaciones a Compay Segundo, Carlos III y sabe Dios quién más.

Víctor Mesa: “El show soy yo”

VM –sería necio objetarlo– es la descarga eléctrica que enciende a un béisbol agobiado por la monotonía. Su presencia hace falta –cuando menos, como un mal necesario– para salpimentar el plato insípido de tanto chef inepto. En ausencia de destrezas linarianas, batazos kindelánicos o maravillas padillescas, algo tiene que oxigenar el fuego de un deporte que no puede vivir del apacible discurrir del ajedrez.

En el afán de recuperar el crédito de antaño, a Industriales le hacía falta un domador. Quiero decir, un látigo, que es lo que fue Alcides Sagarra en el boxeo o Ronaldo Veitía para el judo. Alguien que traiga de regreso las virtudes del carácter y el provecho de la disciplina militar en la pelota. Pero incluso si lograra encauzar todas las aguas, Víctor Mesa tendrá que sortear mucho Escila y tantísimo Caribdis para poner la pieza que le falta a su rompecabezas de manager errante.

En el camino al éxito final habrá una fanaticada escéptica de sus resultados, ávida de victorias desde el año 2010 y ambiciosa como ninguna otra del país. Le espera, también, un gran sector de público que empieza a detestarlo doblemente, por ser quien es y por industrialista. Además, sentirá como nunca el peso aniquilador de la presión, deberá contender contra crecientes fuerzas antagónicas –desde deportivas a folclóricas– y tendrá que jugarse el as bajo la manga contra el destino perdedor que lo acosó en las cuevas villaclareña y yumurina.

Sin embargo, la pelea mayor la lidiará con el rival que –si bien ha alimentado generosamente su leyenda– más veces lo ha batido en los terrenos. Su némesis. Su juez y su verdugo. El Visotsky de Stevenson. El Carlsen de Leinier. Un adversario que lo sobrestresa, le hace perder el juicio, lo induce a equivocarse en situaciones donde un error echa por tierra el año de trabajo. Un contrincante que, por más que lo ha intentado, no ha podido vencer desde que debutara como manager casi dos décadas atrás…

Él mismo.

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