El camino de Yuli Gurriel a la victoria

Yuli Gurriel, participa en un entrenamiento de pretemporada. Foto: Jeff Roberson / AP.

Yuli Gurriel, participa en un entrenamiento de pretemporada. Foto: Jeff Roberson / AP.

La historia comienza en Beijing, en los Juegos Olímpicos de 2008, las últimas en las que participaría el béisbol. Cuba va perdiendo 3×2 ante el invicto equipo de Corea del Sur y al bate Yulieski Gurriel de 23 años, la mayor promesa cubana desde Omar Linares. Lleva el mismo número de Linares, el 10 de la perfección griega, el símbolo de la unidad, dualidad, trinidad y el cuaternario: todos sumados llegan a 10.

Es la final y Gurriel enfrentaba a Tae-hyon Chung, un enrevesado cerrador submarino. Llega entonces el instante que cambia su carrera para siempre. Un tatuaje que aparentemente lo eximía de cualquier grandeza futura, incluso cumplidos los 12 trabajos de Hércules. Chung lanzaba tan perfecto y bajo, que cualquier bateador del mundo hubiera conectado rolling en el eclipse de la noche.

La voz del narrador Héctor Rodríguez se moría en una jugada de dos outs. “Caramba”, dijo para no decir “Carajo”. Gurriel pegó un rolling tan fuerte que no pudo romper el doble play. Su carrera siguió más allá de la base. Se tiró en la grama y pensó que todo había terminado.

Quiso retirarse y no jugar más béisbol. Volvió a casa y nunca más ganó nada. Fue visto como el contra-símbolo de su padre, el lado de la derrota más perceptible y la caja de Pandora más predecible. No pudo ayudar a su equipo del alma, Sancti Spíritus, a ganar un título siquiera.

Aquella pesadilla sin muerte de Beijing se adueñó de su cuerpo y Gurriel fracasó. Nunca volvió a observar el video del rolling que aniquiló su vida. No procesó el sufrimiento como lo hicieron campeones que antes de serlo perdieron, porque la victoria comenzó siendo derrota. Nadie le dijo algo como: “No dejes que esto te defina”.

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El tiempo pasó y Gurriel envejeció: 23, 24, 25, 26, 27, 28 años. Parecía un beisbolista de la inercia, empujando la piedra como Sísifo y odiado en su misma tierra. Mi amigo Miguel Legón imitaba su forma de batear y jugaba en las tardes a su lado mediante un Play Station.

Gurriel era protagonista de historias mitológicas. Se comentaba que la cantante colombiana Shakira viajó a Beijing para conocerlo. A su regreso y en los estadios todos coreaban “Shakira”, “Shakira”, “Shakira”.

También se escuchaba el “Michael Jackson”, “Michael Jackson”, que gritaban desde el público, quizás como una forma de acercarlo a esa idea de que el “Rey del Pop” siempre fue más forma que contenido. Llegó el punto en que nadie confiaba en Gurriel. El que escribe y el que lee, todos, al menos alguna vez, pronunciaron una palabra negativa o una sílaba malvada sobre Gurriel.

Yulieski Gourriel

Él continuó jugando, pero perdió el amor por el juego. Se veía más como el trabajador aplicado que como aquel muchacho lleno de talento.

Continuó sin ganar nada. Ni cambiándose a Industriales, ni cambiando su número de 10 a 01, ni mejorando cada día su disciplina y su swing en home. No llegaba otro momento como el de aquella noche de Beijing, uno de desquitarse y sanar su dolor con el béisbol y retirarse en paz.

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La noche del 8 de febrero de 2016, Yulieski Gurriel y su hermano Lourdes cambiaron la ilusión por la realidad. Ambos rompían con el béisbol cubano. Gurriel por dos motivos: para terminar su carrera en Grandes Ligas y probar el último sorbo de la copa de vino, y para olvidar su doble play de Beijing.

Llegó sin presión a estadios rellenos de publicidades, anuncios. Llegó sin presión ante lanzadores de 100 millas, curveadores inteligentes o tiradores de juegos sin hit ni carrera. La velocidad de un mundo intervenido por la modernidad.

El mecanismo de Yulieski Gurriel era tan distinto. Lo que presionaba a todos, en él no tenía efecto. Rompió marca de dobles (43) para la franquicia de Houston en la actual temporada. Bateó 299, 18 jonrones, 75 impulsadas y ayudó a los Astros a ganar 101 partidos. Se cambió de base, intentó hacer marketing con su pelo que lo asemeja a una piña.

Yanks broadcast discuss Gurriel's wild hair

De repente, llegaron los playoffs. Gurriel dejó de ser el perdedor de Beijing 2008 y a la vez era el mismo. Houston llegó a Serie Mundial ante los Dodgers y aquel camino maratónico de la derrota volvió a asomarse en la hora que se anudan las gargantas.

Entonces llegó el tercer juego en el Minute Maid Park de Houston y en la 2da entrada, Gurriel enganchó una recta de Yu Darvish y la depositó encima del muro del jardín izquierdo. Jonrón en Serie Mundial. Qué ilusos nosotros los cubanos que ya estábamos orgullosos de los hits y los dobles de Gurriel.

En una parte triste de la historia nos acostumbramos tanto a los fallos de Gurriel, que una mínima cosa ya sobrepasaría nuestras expectativas. Sin embargo, cuando para todos los cubanos, los únicos que conocemos toda su historia, Gurriel había ganado la pequeña Serie Mundial interna de nosotros, para el público americano la perdía extendiendo los dedos y simulando a un asiático.

https://www.youtube.com/watch?v=j1DYYSGuc0s

El escenario dispuso que rompiera la marca de hits (17) de un cubano en una postemporada el mismo día que lo sentenciaba la opinión pública. Los cubanos expresaron su impotencia porque solo ellos entendían lo que quería decir Gurriel.

El gesto, según todos era racismo, irrespeto a su rival japonés, broma ilusa y totalmente innecesaria. Darvish declaró que Gurriel merecía un castigo. Esa misma noche del 27 de octubre, el héroe de Parma “88”, Lurdes Gurriel padre, declaraba ante ESPN Deportes que no existía intención de ofensas.

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Pese a la distancia de ocho años, existió un paralelismo entre la noche de Beijing 2008 y la de Houston 2017. El gesto realizado por Gurriel fue con las mismas manos que construyeron un doble play. Tuvo como analogía en ambos casos a un rival asiático. Y el gesto tuvo la misma velocidad de aquel rolling de 3 segundos y 70 centésimas. Su número 10 era el mismo.

También, ya Gurriel no tenía 23 sino 33 y ese gesto (o doble play) que es lo mismo, era lo único que apartaba a Gurriel de la victoria.

La noche del sábado 28 de octubre después del gesto simuló ser el día después de la derrota en Beijing. Gurriel bateó de 3-0 y en su memoria solo se repetía la imagen del fracaso. “Siempre es algo nuevo”, habrá pensado.

A veces parecía que Gurriel no estaba preparado para asimilar otra derrota. Hasta que en una noche inolvidable de 5to juego de Serie Mundial, Gurriel apareció en su segundo turno al bate con desventaja de 4×1 ante el mejor pitcher del universo (esta vez no era el submarino Chung) y le conectó un descomunal batazo en el Minute Maid Park frente a 43,332 personas.

Gurriel bateó para doble play en China, en un estadio menor con asistencia de 9,859 aficionados.

Tardó más de 9 años en recuperarse de un doble play mortífero que lo desangró. Pero aquel sufrimiento le ayudó tanto que terminó siendo la salvación. Después de otro doble play y en menos de 48 horas, el espirituano alcanzó la sanación.

Gurriel no se amilanó y se recuperó en medio de una guerra psicológica de 9 años. Convivió cara a cara con el fracaso y lo disimuló. Se resistió tanto a morir que una parte de la inmortalidad abrió los brazos. La ilusión de no poder cambiar el pasado lo transformó para derrotar al fracaso.

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