¡Esto es América!

El fútbol en América es distinto. Si alguien tenía dudas, ya lo puede confirmar sin temor. La Copa América de Chile lo ha dejado claro. Del lado de acá del Atlántico el fútbol es otra cosa, se vuelve otra cosa, se abraza al culto redentor y abre sus alas. Se siente libre, no tiene tapujos, el balón rueda sobre el pasto hasta toparse con lo inaudito.

En América las gramas son menos verdes que en Europa -y digo Europa porque sabemos que el resto del planeta está a años luz de lo que se juega en estos dos sitios-; el campo no está cortado con la exquisitez de los meticulosos jardineros del viejo continente, pero en sus estadios parecen haber grabado el legendario anuncio de la Metro Goldwyn Mayer, la grada enardecida, que se enciende y se desgañita, sabe cuándo cantar y cuándo callar. En esa mística ritualizada se esconde el secreto de la divergencia.

Los grandes jugadores americanos que militan en los clubes europeos toman un avión y cruzan por aire todo ese océano enorme que los separa de casa. Dejan allá toda su aureola de chicos triunfadores, exitosos y millonarios, solo para salir al terreno de batalla y sentir los cánticos de lucha. Decía Javier Mascherano en una entrevista televisiva: “Con solo oír a esta gente, se le pone a uno la piel de gallina, la mística de acá es diferente”.

A Cuba la han diagnosticado con la fiebre del fútbol, no se le baja, me diría el sabio de Signorini en una entrevista que “cuando te toca, es para siempre, no hay remedio”. Y la Copa América de Chile les traía eso a los cubanos enfermos por el fútbol, muchas más convulsiones de 40 grados con el mesías de Lionel vistiendo la albiceleste, el firulero de Neymar al frente de la canarinha y James, el chico de nombre anglosajón que se pronuncia en castellano, comandando a los cafeteros.

“Yo le voy al Barcelona porque ahí juegan Neymar y Messi”, comenta Adrián Ugando, fans de 16 años que por primera vez presencia una Copa América. A diferencia de Adrían, su hermano Ernesto de 29 años es mucho más consumidor de fútbol. “Los cubanos estamos adaptados a ver la Champions y las ligas Europeas nada más, pero al final estas no tuvieran la misma calidad si los jugadores de América no jugaran allá, cuenta para que veas los principales jugadores y dime cuántos son de aquí –se refiere al continente”.

La televisión nacional en Cuba está transmitiendo de manera íntegra todos los partidos de la Copa América. En la calle 17 esquina 10, en el barrio del Vedado de La Habana, en una cafetería estatal que simula una taberna inglesa, colocan en un enorme televisor de pantalla plasma cada encuentro. Luz tenue, cerveza, aire acondicionado, escenario ideal para el ambiente futbolero.

Detrás de la barra, sirviendo un par de jarras de cervezas, Heberto Martínez, cantinero del lugar, me atiende por un instante: “Esta idea surgió hace unos meses atrás con el Mundial de fútbol, esto era una locura, se llenaba todos los días, ahora hemos vuelto con la Copa América. Nos ayuda mucho, el consumo se dispara, en un día vendemos lo que normalmente hacemos en una semana”. Y sigue llenando sus espumosas jarras.

La cafetería de 17 y 10 en el Vedado forma parte de la cadena Pan.com, pero no tiene nombre, ni siquiera tiene un cartel afuera que la anuncie. Fuera de horario de partido ponen mucho reguetón, mucho merengue dominicano y mucha canción balada. Siempre hay gente, la cerveza está escasa en la ciudad y aquí no falta. Las banderas de Brasil, Argentina, Uruguay y Colombia caen desde el techo, con o sin Copa América, son los iconos del negocio.

“Estoy un poco defraudado, la Copa América se ha quedado corta, esperaba mucho más, hay grandes figuras, grandes equipos y ninguno ha logrado brillar todavía, parece que lo dejaron todo en Europa” dice Emmanuel González, sentado junto a unos amigos en 17 y 10.

Emmanuel no deja de tener razón, el buen fútbol de América no lo han escondido, al menos en lo que va de torneo. Nada de samba y jogo bonito –bueno, hace ya un tiempo que los cariocas no nos muestran nada de esto–, nada del toque fino que los colombianos mostraron en el pasado Mundial, nada del vértigo uruguayo –eso sí, mucha garra–, nada del ilusionismo argentino y su principal exponente Messi –no exagero, Messi no es el mismo de albiceleste que de azulgrana, algún día lo reconocerá.

Nada de nada, todo lo que pudiéramos remarcar es lo extradeportivo. Lo que ha sucedido fuera de las canchas y dentro de ellas pero sin ser permisible. El accidente automovilístico de Arturo Vidal a altas horas de la noche cuando salía de un casino, la expulsión del torneo de Neymar tras su rabieta, el dedo en el trasero que Gonzalo Jara le colocó a Edinson Cavani cuando le recordó que probablemente su padre sería condenado a 20 años de prisión por atropellar a un motorista en estado de embriaguez.

Así las cosas, a semifinales han avanzado las cuatro escuadras que mejor han lucido:

Chile: Anfitriona, y como tal, ha brindado lo mejor que tiene. Es el equipo que más goles ha hecho en el torneo y el que más lo ha buscado. Ha apostado por ir al frente, sin temor, con sus jugadores de buen pie y eso casi siempre trae buenos dividendos.

Perú: Por fin una de sus generaciones más talentosas ha alcanzado un meritorio resultado. Superaron un grupo bien difícil donde casi nadie los daba como candidatos para obtener un boleto. Farfán, Pizarro y Guerrero se debían un torneo así. ¡Cuidado con Perú!

Argentina: Con la mejor nómina de la cita, con el mejor jugador del mundo en sus filas, han desarrollado un fútbol vistoso pero sin pólvora. Los albiceleste han dominado, han dormido a sus rivales, pero nunca ha terminado por liquidar a sus contrincantes y eso en el fútbol es pecado. En fase de clasificación, Paraguay se los demostró, ahora se vuelven a ver las caras como viejos conocidos.

Paraguay: Siempre cumplen, nunca se quedan por debajo. El orden los define. Sus delanteros de caché han estado acertados y eso los ha ayudado, ya sorprendieron a Argentina en la fase preliminar. Ahora van por regresar a la final, son los subcampeones.

Aún queda lo mejor, existe la esperanza de que algún conejo pueda saltar de la chistera, queda tiempo, la definición. Quizá, lo ausente en esta copa, el gol, el estandarte del juego. A muchos no les ha gustado la pierna dura, la entrada fuerte buscando raspar el tobillo, el empujón en el córner, pero no puedo ocultarlo, a mí me encanta.

Ya hasta Messi lo tiene claro, si tenía alguna duda, se ha esfumado. En el partido de cuartos de final contra Colombia, Pekerman ordenó poblar el centro del campo, hacerlo un mar de piernas, ponerle marcas al diez de dieces por todo el terreno para que se sintiera en tierra minada y no pudiera driblear a placer.

Con todo y eso, el argentino se mandó un par de cabalgadas, terminó desposeído, sin balón, enterrado en la grama. Hastiado de tanto juego brusco, de tanto empujón, se dirigió al colegiado mexicano Roberto García Orozco para pedirle excusas y este le respondió: “Esto es América y aquí se juega así”.

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