Fanáticos

Foto: EFE.

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Se avecina una temporada de zombis y monotemáticos. La comunicación se hará más difícil en casa y fuera de ella. En tiempos de Olimpiadas, la gente exacerba un nacionalismo dormido y apaleado en alguna parte y pretende que Cuba lo gane todo. Habrá quienes culpen a la temporada ciclónica de un mal resultado (porque si de algo saben los cubanos es de cómo justificarse). Alguien o algo cargará con la culpa, excepto el deportista, que en un final es el máximo responsable de ello. Pero como el cubano hace la cola del pan y coge el mismo “P” que el olímpico, no va a caer en esas mezquindades. La culpa es de otro y no hay discusión.

Hay variedad de fanáticos, calificables según sus patologías. En una especie de observación regular (casi obligatoria), he calificado algunos. Está el fanático creyente. Ese que cree que el atleta cubano debió ganar porque se lo merecía, en evidente muestra de que el rival estaba ahí prestado. “¿A qué fuiste?”

Está también el fanático familiar. “Pobrecito, tenía que ganar porque en su casa lo están viendo”. ¿Perdón…? Como si el resto de los competidores fueran huérfanos de afecto. Aparece el repetitivo, el que justifica a partir de la vieja excusa de comentaristas: “Es el cambio de horario, difícil para adaptarse”. Este aficionado ni siquiera sabe que de Río de Janiero solo nos separa una hora. Pero, ¡vamos!, que lo defiende con la seguridad de quien es nacido y criado en Ipanema.

Otro espécimen, es el dubitativo, que conoce quien ganó medallas, pero no está tan seguro. De ese no se fíe mucho, porque puede terminar por contarle que Cuba eliminó a Islandia en la final de hockey sobre hielo. El fanático histórico es el que viene con el cuento de la buena pipa, de cuando la I Olimpiada de la Era Moderna. Su especialidad es envolver al interlocutor en estadísticas que nunca se ocuparás de memorizar, ni corroborar. Existe el apostador, que en ocasiones se acompaña del histórico. Ese es quien a toda competencia le suma la interrogante: “¿Qué apuestas a…?”

Pero el más simpático de todos estos personajes es el fanático protagonista. Le doy las señas. No importa el sexo. Usted lo verá sentarse frente al televisor, como embrujado por cantos de sirena, con la mirada perdida en un punto fijo de la pantalla. No le hable, no lo escuchará. Él es el protagonista ahora. Si la disciplina es boxeo, esquivará los golpes de este lado de la tele; incluso, moverá los puños en una mínima muestra de buena preparación. Si es judo, ejecutará técnicas de inmovilización que no conoce ni Idalys Ortiz, y apoyará su maestría con dos o tres palabrotas que no repetiré aquí. “Eso ayuda”, dice mientras usted, espectador común, se divierte viendo a tan carismática caricatura de ser humano, poseído por esa fiebre. Lo otro es que al cubano le fascina discutir. Eso venía en el paquete cuando lo armaron. Y una cita multideportiva como la de Río es caldo de cultivo para esta razón. Que si aquel se quedó dormido, que hay que tirar a matar (este es un fanático un poco dictatorial), que si los árbitros no ayudan y solo perjudican a los nuestros, que es un complot mundial para desacreditarnos, que es el himno más bonito…

Pero a mí el que me convence es el fanático lógico. Ese sujeto no falla, tiene la solución más eficaz y la más categórica de las respuestas. Una sola frase tan contundente, que no deja margen a variantes o escapatorias. El fanático lógico es la anti lógica de lo global, de la convivencia pacífica. Un lector reincidente de folletos nacionalistas.

“El cubano tiene que ganar porque es cubano”. ¡Válgame Dios! Hubiésemos empezado por ahí.

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