Foco

Equipo de EE.UU. celebra su victoria sobre Cuba en Ciego de Ávila. Foto: Cameron Harris / USA Baseball

Equipo de EE.UU. celebra su victoria sobre Cuba en Ciego de Ávila. Foto: Cameron Harris / USA Baseball

La pelota es un juego de tres horas donde suele ganar el que pasa más tiempo ‘conectado a la Wi-Fi’ del partido. Cada rolling, cada lanzamiento, cada seña del coach…, todas las situaciones exigen un enfoque pleno, inalterable. Precisamente ahí, en ese “yomepasotodoeljuegoconcentrado”, radica la única ventaja de los peloteros estadounidenses y japoneses sobre los latinos.

Hace unas cuantas horas, en Ciego de Ávila, Estados Unidos blanqueó a la novena cubana. O mejor, los universitarios norteamericanos le dieron lechada al equipo que Cuba pretende –poco más, poco menos– mandar al Clásico Mundial dentro de un año. El encuentro terminó 1×0. La visita logró su carrera a partir de un episodio de desconcentración rival. Los locales perdieron ocasiones de anotar por esa misma causa.

¿Cómo hicieron los yanquis su carrera? Pues Keston Hiura estaba en la antesala, corría apenas el segundo capítulo, y Yoani Yera cometió un balk flagrante, casi infantil, que decretaron al unísono los árbitros y más de un jugador a la ofensiva. Un balk salido de la más grosera desatención al juego de pelota, que a la postre le endosó una rayita en el casillero del fracaso al zurdo matancero, de magnífica faena en seis entradas. (Por cierto, más de un árbitro retirado me ha dicho que en el béisbol cubano de hoy se cometen varios balks por desafío, pero pasan normalmente inadvertidos).

Lo otro: ¿qué oportunidades malograron los cubanos? La primera fue de madrugada. O sea, en el inning de apertura. El hombre proa, Julio Pablo Martínez, se embasó por boleto, y un viraje del derecho Alex Faedo lo sorprendió cuando tomaba distancia de la base. En la repetición se ve al guantanamero adelantando con absoluta displicencia, demasiado confiado en que el pitcher –por joven y por diestro– no sería suficientemente hábil para ponerlo out en el lance. Para desgracia suya, Faedo lo era.

La otra ocasión echada por la borda ocurrió en las postrimerías del choque. Tan tarde como en el noveno. Yosvani Alarcón entró en el circuito y la afición se ilusionó con una reedición del empate tardío de la víspera. Sin embargo, el tunero le puso excesiva confianza a sus piernas y trató de llegar a la intermedia con un envío de piconazo que el receptor Rivera no mofó. Y me pregunto: ¿acaso no es cuestión de ABC esperar a que los lanzamientos wilds escapen del control de la mascota? Sospecho que Alarcón subestimó al enmascarado visitante –por joven e inexperto– y no creyó jamás que un veinteañero fuera capaz de levantar el “chucho” y a seguidas soltar un misil para segunda, todo con impecable ejecución. Desafortunadamente, Rivera lo fue.

Nos falta foco.

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