Fútbol 3-Béisbol 0

Foto: Roby Gallego.

Foto: Roby Gallego.

A las cuatro con veinte minutos en la tarde del primero de marzo de 2017, en las calles cubanas nadie grita, como antes: “jonrón”. En el parque, en la calle, en el placer, solo se escucha esa palabra inconfundible: “¡Gooooooooool!”. Así, a lo Andrés Cantor, con tantas letras o como le sea posible articular a la garganta.

Pasa desde hace mucho, y pasará. El fútbol ha tomado la poltrona, y ejerce su gobierno con la misma soberbia autoritaria que le otorgó la presidencia deportiva en Rusia, Chile o Senegal. Los jóvenes cubanos –para corroborarlo no hay que ser una lumbrera– lo prefieren por encima de ese animal sagrado, la pelota.

Fútbol en Cuba. Foto: Roby Gallego.
Fútbol en Cuba. Foto: Roby Gallego.

Siempre tan concentrados en el árbol a despecho del bosque, los periodistas insulares lamentan una y otra vez la situación. Dicen que se necesita una campaña para devolverle el trono al béisbol, apelan a conceptos como tradición y orgullo patrio, nos recuerdan que estuvo ligado a las gestas libertarias.

No lo dicen porque sería un alarde de autocrítica, pero la culpa madre de que el fútbol esté noqueando a la pelota, aquí y ahora, le pertenece a nuestros propios medios de comunicación.

La balanza se ha inclinado porque existe un grosero desequilibrio en la oferta. Esto es, nos pasamos el mes viendo fútbol del bueno, y una vez por semana –solo una– se trasmite un partido de béisbol internacional (que no de Grandes Ligas, dicho sea de paso, porque algún sabio-sabihondo decidió que sería mejor ofrecernos los torneos del Caribe o la Liga Mexicana).

Tanto apego tenemos al fútbol, que vemos ¡en vivo! los clásicos Barcelona-Real Madrid, cuando en la mismísima España esos partidos son ajenos a la televisión pública. Vemos la Champions League y la Copa del Rey, la Premier y la Bundesliga. Vemos documentales sobre Ronaldinho, y cortos con lo mejor de Andrés Iniesta o Paul Scholes, y ponemos prácticamente todos los partidos de los Mundiales y las Eurocopas.

Foto: Roby Gallego.
Foto: Roby Gallego.

Salga a cualquier barrio de La Habana, y verá que en las peñas juveniles se discute de fútbol. Si antes la Isla estuvo dividida en proindustrialistas y prosantiagueros, ahora son más los fans del Barça y el Madrid. Haga la prueba. Indague por los últimos cinco campeones del evento doméstico de béisbol, y muy pocos muchachos le sabrán dar la respuesta. Pregúnteles entonces por las alineaciones –tipo de azulgranas y merengues–, y le contestarán con lujo de detalles, salpicando un rosario de opiniones en torno a los cambios que podrían manejar los DT’s, las interioridades de cada vestuario o los posibles fichajes del mercado.

Lo recuerdo como si fuera ahora. En los años ochenta, quienes queríamos estar al tanto de lo que acontecía en el fútbol solo podíamos asirnos a una vieja revista venerable, El Deporte en la URSS, y contentarnos con escuetos, patéticos reportes en el Noticiero Nacional Deportivo (las radios extranjeras eran señas de desviaciones ideológicas, así que más valía no sintonizarlas).

Ahora no. Ahora hay fútbol desde el aperitivo al postre, y cualquier aficionado legítimo conoce no ya a Neymar o Zlatan, sino a los jugadores suplentes del Milan, el Manchester City o el Valencia. La fiebre –que es una fiebre sana– se ha expandido, y no se vislumbran intenciones de generar el mismo efecto en favor de la pelota.

Foto: Roby Gallego.
Foto: Roby Gallego.
Foto: Roby Gallego.
Foto: Roby Gallego.

Vuelva ahora a la calle. Vaya a la misma peña, indague por algunos peloteros al azar (digamos, Brandon Crawford, Paul Goldschmidt, Marcus Stroman, Carlos Correa, Buster Posey…), y verá que –con suerte– identificarán a una o dos de esas estrellas. Para colmo, sin poder prodigarse en comentarios sobre line ups, contrataciones o clubhouses.

La culpa, lo repito, es de la oferta. En lo que concierne a las Ligas Mayores, el público cubano padece anemia informativa. Por lo general, desconoce a los jugadores, a los managers, a los equipos. Su familiarización se limita a algunos veteranos ilustres que han estado en los Clásicos Mundiales, o a los compatriotas que salieron del país en busca de fortuna y reconocimiento. Pronuncie el nombre de Mike Trout, que es el Lionel Messi del béisbol, y sonará desconocido a los oídos de la inmensa mayoría.

¿Y por qué el sinsentido? ¿Cuál es el pretexto de este disparate (como dice mi amigo Ismael Sené) ilustrado por Salvador Dalí y escrito por Franz Kafka? No hay cubanos desperdigados por las ligas del fútbol europeo, pero sí que los hay –y bastante– en la MLB. Allá se han hecho millonarios, deciden encuentros, reparten ponches y jonrones. Allá triunfan (no todos, pero sí unos cuantos) y esa imagen triunfal no parece adecuada para dársela al público de casa. Así que cero Grandes Ligas.

Llegará un día en que habrá que renunciar a la ceguera. Afortunadamente, entonces las puertas de la televisión cubana se abrirán para la pelota norteamericana con una frecuencia similar a la que lo hacen para la Liga Española, y jonrones y goles llegarán de la mano, por oleadas, para felicidad de los fanáticos.

A partir de ese día –que no debe estar lejos– la gente podrá gozar en junio de la final de Champions y, en octubre, de la Serie Mundial de las Mayores. Entonces ya no va a repetirse la penosa realidad de que Cuba celebre con estruendo las hazañas de un hijo de Andalucía (el madridista Sergio Ramos), y casi ni se entere de que el juego final de Grandes Ligas lo ha ganado un moreno de Holguín llamado Aroldis Chapman.

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