Fútbol cubano: la historia, el juego y el sistema

A mi derecha, bajo una taza de café al tiempo, reposa un manojo de papeles impresos por ambas caras. Cada uno esboza, a su manera, postales de una historia triste y tartamuda: la historia del fútbol cubano. No ahondaré al límite en cada reseña, crónica o artículo, porque no existe hilo conductor, no hay orden, ni palabras claves, ni nada, y porque entender la vida del fútbol cubano como un compacto y no como un registro anecdótico disperso es trabajo para rastreadores de fósiles.

No obstante, un breve análisis de cuestiones puntuales me pone en función de conclusiones. La primera: el fútbol en Cuba tiene para contar y comenzó a practicarse oficialmente nueve años después de que surgiera el Real Madrid y siete de que lo hiciera la FIFA. La segunda: cada podio obtenido por escuadras cubanas se conecta en un 80-85 por ciento con eventos múltiples. Por consiguiente, una tercera: el balompié cubano, sobre todo después de 1959, se ha esforzado en competir por cosas que en el mundo del fútbol valen de muy poco.

Sigo mi reflexión: a partir del 59, el deporte cubano, por razones que todos conocen, dio un salto cualitativo notable. En el fútbol, disciplina que de la mano de las sociedades españolas fijó una base importante en Cuba durante la primera mitad del siglo XX, nunca se percibió avance alguno (todo lo contrario). Mis padres no pensaban nacer en aquel entonces, pero imaginaré que en los cincuenta y los sesenta el Brasil de Pelé, Garrincha, Zagallo y Carlos Alberto revolucionó el fútbol mundial a tal nivel que ni siquiera con apoyo material e intelectual de la Unión Soviética pudimos levantar cabeza en el área. Habrá quien no entienda todavía cómo un equipo que ganó cuatro Juegos Centroamericanos casi consecutivamente (1970, 1974, 1978 y 1986) nunca tocó la puerta de una Copa Mundial. Yo, por el contrario, si lo sé (Lea arriba).

Continúo. De la nada se levantaron estadios de béisbol por toda Cuba, escuelas de iniciación deportiva, etc. Aún no se ha construido un estadio de fútbol que sea, ni siquiera, el equivalente al Mártires de Barbados de Granma -para no llevar tenso a nadie. Todavía hoy la práctica oficial de fútbol en nuestro país vive de muchos espacios originalmente concebidos para el atletismo.

Otro tópico: triunfa la Revolución y el deporte pasa a formar parte del contrapunteo omnipresente entre Cuba y “potencias occidentales”.  No seré yo quien lo descubra. A diferencia del béisbol, el boxeo o el atletismo, en el fútbol, “los americanos” siempre fueron los brasileños, los argentinos y los uruguayos. Hasta hace no tanto, a Estados Unidos nunca le importó el fútbol, por ende, pareciera que al no ser el balompié escenario que legitimara tal confrontación: fútbol a la basura.

Años setenta, ochenta y noventa: Entrenadores de cualquier cantidad de nacionalidades asumen el banquillo de nuestra selección nacional. En la olimpiada de Montreal 1976 igualamos sin goles contra la Polonia de Lato, Deyna y Tomaszewski (Tercer lugar en Alemania 1974) y años después clasificamos a par de mundiales sub-17 (1989 y 1991).

Voy a omitir y a seguir omitiendo para pasar del siglo XX al XXI.  Una miscelánea: la selección cubana todavía carece de un emblema – o su emblema es la bandera, algo que en el más universal de los deportes nunca ha sido moda. Si los búfalos avileños tienen su insignia, aunque sea una vaga imitación de la de sus homólogos del Chicago, de la NBA, la escuadra cubana de fútbol debería tenerla, aunque esta sea calcada a la de Puerto Rico.  Si en cualquier caso, ese emblema debe ser el logotipo de la Asociación de Fútbol de Cuba, bórdenselo ya a la camiseta y alinéenla con el resto del mundo. Puede que alguien piense que son cosas menores, y realmente lo son.  Deberían servir, por demás, para partir desde cero, que es lo que todavía no logramos hacer.

Ámbitos competitivos: el Campeonato Nacional nunca ha sido evento de primer nivel en nuestro país, pero es peor ahora de lo que lo fue hace una década. Cuba, por cosas y casos, aún no se inserta en la fecha FIFA, pero Zambia lo hace. Gente, mucha gente, llama a programas de radio pidiendo un equivalente de las fecha FIFA para el béisbol, que no puede tenerlas porque la IBAF no es la FIFA y porque el béisbol, aunque sea nuestra pasión, tiene cartel en el mundo porque es el deporte nacional de Estados Unidos y porque existe la MLB. Muy, muy  “a la cañona”, tendrá unos 15 países que lo practiquen con ganas.

Sumo y sigo. Temas de actualidad: una selección cubana sub-21 llega a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz 2014 y encandila a la totalidad del pueblo, incluida esa parte que siempre ha sido, casi por predisposición genética, futbolísticamente analfabeta (La misma que llama a la radio pidiendo, además de amistosos de béisbol internacional, menos fútbol de primer nivel en la TV y más pelota de Corea y de Taipei). Otra selección nacional, la absoluta, la que carga sobre sí el peso centenario de nunca haber clasificado a un mundial por derecho propio (A Francia 1938 se clasificó automáticamente luego de que varios países del área declinaran de participar), se arrastraba hace un mes en la Copa del Caribe y, a duras penas, lograba un cupo a la Copa de Oro de 2015.  Por cierto, varios de los muchachos del sub-21 se me hacen imprescindibles en cualquier equipo nacional que se haga.

Paro aquí. Pareciera que en Cuba el fútbol siempre ha sido un deporte antisistema, un renegado de las estructuras del INDER. La causa: mala gestión (o inexistente). Puede que el más universal haya hecho carrera ajeno a convites múltiples y que eso de ser campeón olímpico no encumbre como debería, pero aquí siempre ha sido un segundón, como si hubiese gente temerosa de que una incursión del fútbol en instancias competitivas de linaje derivara, irrevocablemente, en una crisis de paradigmas.

Mientras algunas disciplinas arrasan en las preferencias populares oficialistas mostrando nada y viviendo del confort mediático que aquí reciben certámenes deportivos de tercer y cuarto nivel, el balompié solo atrapa los focos del bando radical pelotero, ese que marca las tendencias y que no le ha dado ni una cancha digna en más de medio siglo, cuando alguna selección nacional hace algo fuera del libreto. Un libreto, por demás, elaborado a conciencia para que  funcione con ciertas disciplinas, aunque sean las menos.

De cualquier forma, alguna que otra vez el fútbol cubano también se ha puesto gallito porque talento, en bruto, nunca ha faltado, sobre todo desde que los Ronaldo – I, II y III -, Zidane, Messi y compañía se colaron en la pequeña pantalla. En este siglo, por ejemplo, hemos tenido un proceso correcto como el del peruano Miguel Company (2001-2004) y se ha asistido a un mundial de fútbol juvenil por primera vez en la era postsoviética. Lógicamente, las intentonas solo caen a cuentagotas porque en el fútbol la improvisación se paga con atraso “al cash” y a la cúspide solo llegan profesionales de ley concebidos aquí, hace tiempo, como exponentes del deporte mercachifle.

Lo peor es que, actualmente, muchas otras disciplinas, antaño exitosas para nuestro país, se han sumado a la cuaresma y ahora cotizan poco en la bolsa deportiva nacional. Sabrán ya lo que se siente cuando, por decreto, usted queda fuera del reparto territorial antes de que empiece la guerra porque hay entes omnímodos que andan sobrados con muy poquito y que están por encima del bien, y del mal también.

Pero volvamos al fútbol. Ahora, con mediación de la televisión (que necesita llenar sus parrillas de programación con deporte de nivel ultrasónico para eludir el abismo), el fútbol se ha convertido en fiebre. Hasta la moda y el merchandising le han hecho un guiño. De la calle brota el talento como agua de Los Portales. No existe deporte en Cuba, en estos momentos, que se reproduzca por todos lados a semejante escala. Me cuesta creer que los niños del Perú o de Panamá jueguen mejor al fútbol que los de aquí, no es posible, no me lo creo, nadie nace futbolista, ni pelotero, ni jugador de waterpolo.  El salidero anda por otra parte.

Punto sub-21: yo, hincha al fin, también le veo algo especial a esta generación, que viene mostrando cosas diferentes a sus anteriores de cualquier categoría. Me regodearé siempre con la hombrada de los Centroamericanos, pero no solo por la medalla o el partidazo contra México, sino porque fue ambiciosa, convenció, disfrutó y, respetando el juego desde su esencia lúdica – instituciones gubernamentales, ONG´s y organizaciones de masa fuera de cualquier sistema táctico – no fue menos que nadie en Veracruz. Su compromiso manifiesto, con ellos mismos y con la gente que los sigue y que los apoya.

Por estos días, en el marco de la jornada de actividades por el día del fútbol cubano, algunos se inventan motivos para fiesta y algo más, como si un bronce centroamericano certificara el éxito de un modelo endémico, que sigue siendo el mismo descarriado de siempre. Yo, por el contrario, prefiero analizar la realidad en frío, sin triunfalismo, a lo Escriba y lea. Los Centroamericanos se acabaron, sí. Se disfrutó lo del sub-21. ¡Hasta el éxtasis! ¡Nunca se olvidarán! Perfecto. Es un hecho histórico, también. Correspondiente al período del fútbol posmoderno, OK.  En la era Messi-Cristiano, positivo.  Esta es una generación con proyección, como ninguna otra en mucho tiempo. Puede estancarse, sin gestión lo hará. Noticias de fichajes o contrataciones, no se sabe (Se gestiona todo por debajo de la mesa para que no se filtre nada en el “paquete semanal”).  México, Costa Rica, Honduras y Venezuela, están por encima de Cuba en fútbol, muy por encima. La Copa del Mundo se avista en el horizonte, no hay horizonte todavía – si existe, es la sub-21.

Lo acontecido en Veracruz podrá sentar una pauta (como mismo lo debió hacer el mundial sub-20 de Turquía), pero no puede ser el fin. Vivir del pasado sin ver más allá del hoy es de perdedores y la derrota, en cuerpo y forma, implica algo más que el mero hecho de no ganar. En el fútbol, como en otros deportes, nos resta aprender que la hazaña o el fracaso son, muchas veces, ajenos al color de las medallas, de lo contrario, el balompié cubano seguirá viviendo de relatos y compendios anecdóticos dispersos o espaciados en décadas, o siglos. Eso sí, el camino al Mundial no es tan largo como se avista desde aquí. No hay mal que dure cien años, pero de eso también se alimenta la historia, del papel, del tiempo y del espacio. Si así no fuese, historia sería cualquier cosa.

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