Alucinaciones en última fase

Camerún derrotó a Brasil en el cierre de la fase de grupos, y Suiza siguió el mismo guion contra Serbia para avanzar a octavos. Antes, Uruguay superó a Ghana, pero quedaron fuera del Mundial por la heroíca remontada de Corea del Sur frente a Portugal, los dos que avanzan a la siguiente fase.

Remo Freuler dio el gol de la victoria a Suiza en un partido de infarto. EFE/EPA/Georgi Licovski

Un águila bicéfala sobrevuela Qatar. Hace cuatro años persigue a los serbios. Viene desde Rusia. No le interesa la nieve o el desierto, ni que sea prohibido invocarla con las manos. Nada. El animal extiende las alas por cada zurdazo que caza la red. Prefiere cubrir de oro a Shaqiri, a Xhaka, e igual se posa sobre Embolo o Frueler. Quizá sus protegidos sean inferiores a los archirrivales, pero la fe vuelve rastrera a la fuerza. Para los helvéticos, remontar no significa volver a subirse a un caballo en plena carrera, es agarrarse al águila.

El fútbol logra que Suiza deje de ser neutral; bombardea con goles el país de sus agresores. Genera que Kosovo se sienta mayor que Serbia por 90 minutos. Hace que fútbol sea más que el fútbol, y que, más que selecciones, haya decepciones.

Shaqiri y Xhaka huyeron a Suiza para escapar de la guerra en la ex-Yugoslavia y de las persecuciones serbias contra las etnias albanesas. Cuando eliminaron a los balcánicos hace cuatro años (justo como lo hicieron ahora en Qatar), lo celebraron haciendo el gesto del águila, símbolo de la bandera de Albania. Kosovo, ex provincia serbia de mayoría albanesa, consiguió la independencia en 2008, pero Serbia nunca se la ha reconocido.

Belgrado no cree en Kosovo, pero sí en lágrimas tras el Mundial. La vida le da estas venganzas a Shaqiri del tamaño de su cuerpo. Parece que solo vino a la Copa anotarle el gol a Serbia, eliminada a manos de Suiza, su mismo verdugo del 2018. La reaparición de Vlahovic no fue suficiente, tampoco el juego de Tadic, Milenkovic-Savic o Mitrovic. No hay manera ante tanta presión de tercera ronda.

Esta instancia final de la fase de grupos genera más alucinaciones que la sequía en el desierto. Camerún encontró su oasis al derrotar a un Brasil relajado (sabe hace rato por donde pasan los camellos) en el tiempo añadido. A un gol estuvo la verde-amarela de pasar segundos de llave.

Mientras, Corea del Sur extinguía de raíz a Uruguay, aunque indirectamente. En los libros de historia, hace 200 años, se dice que un grupo de militares españoles masacró a la etnia charrúa, pero no es del todo cierto. En Qatar, el vencedor del campo usaba máscara, venía de Asia y se llamaba Son. Obligó a la potencia Portugal a destruir todo vestigio de civilización. Los usó de testaferros, ya que no se jugaban nada.

Como toda desaparición, la de los charrúas fue un proceso paulatino. La de los uruguayos en el Mundial, también. Primero perdieron el arrebato que tenían desde el cuerpo hasta el nombre. Luego sus caciques se pusieron grandes. Si antes la derrota significaba perder una falange, en el campo de fútbol Uruguay encara la muerte como algo inevitable.

Se hicieron muy hombres. Contra Ghana tuvieron un tiro libre en la última acción del choque. Un gol los salvaba. Por más dianas a favor pasaban hasta ese instante los coreanos. Quizá fue muy tarde en la Copa para lanzar a la guerra al chamán De Arrascaeta. La única mística que le queda al equipo es para contrarrestar los capitanes ghaneses desde los 11 pasos.

Luisito mordía la camiseta y Nicolás de la Cruz cobraba la falta a las manos del portero. “Si tuviera mi Forlán”, gritó Diego Alonso. Uruguay perdió su nombre en el fútbol. Perdió la garra.

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Cruces de octavos de final del Mundial de Qatar

 

 

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