Kendrys, una historia inconclusa

A Kendrys Morales la vida de liga mayorista le sigue sabiendo amarga. Siete años en la Major League Baseball (MLB) y su talento sigue siendo un destello de luz que se acerca y se aleja con la inestabilidad de quien no tiene bien sujetadas las cosas. A cada paso un tropiezo, una chapucería del destino que le riega las cartas sobre la mesa. Sobre los hombros de aquella promesa que dejó Cuba a sus espaldas, porque el béisbol de las Series Nacionales no sobrepasaba la altura de sus calcetines, le sigue cayendo el tortuoso peso de la fatalidad.

Dejó la Habana por Anaheim y Anaheim por Seattle. Ahora anda sin un cuño que lo auspicie bajo su firma, sin un mandamás que costee su ficha. Ya han pasado varios meses desde que la última temporada de la Gran Carpa bajara su telón y ninguna franquicia ha plantado los documentos oficiales de negociación frente a su agente Scott Boras para hacerse con sus servicios. En los primeros peldaños de la agencia libre se encuentra el cubano, esperando alguna llamada o un aviso de último momento que adviertan sobre su interés, algún resquicio por donde colarse que le permita enrumbar nuevamente su travesía en el béisbol norteño.

De juvenil en Cuba ya era sensación, su nombre pasaba de boca en boca entre los aficionados sin que se supiera cómo realmente calzaba, cómo era su rostro o su voz, solo se sabía que había un tal Kendrys Morales que había nacido en Fomento en la provincia de Sancti Spíritus y que vivía y jugaba pelota en La Habana. Que era especie de un semidiós con el madero en ristre, digamos que Hércules, que encajaba sus spikes a ambos lados del home plate de acuerdo a la mano del lanzador que estuviese delante, que se subía al montículo para aterrorizar a los bateadores con rectas de más de 90 millas por hora que contrastaba con bolas rompientes y que lo mismo jugaba la tercera base, los jardines de los costados, aunque prefería la tranquilidad del primer cojín.

El torneo panamericano para juveniles de 2001 en Camagüey sería su vitrina, el inicio de la historia que con nombre propio tejería en menos de un lustro. Era primera vez que una cámara captaba su rostro, los rasgos de aquel muchacho del que tanto se hablaba podían ser identificados al fin. Cara y cuerpo de hombre, voz de adolescente, número 8 en el dorsal, ambidextro, sin el estilo de las grandes estrellas pero con el temperamento y la flema de un veterano.

Nadie debe haber olvidado el choque entre Cuba y Estados Unidos, no por las razones que tradicionalmente los ancianos del barrio y la prensa cubana recuerdan siempre estos encuentros, sino por la trascendencia de los sucesos. El zurdo Scott Kazmir (años después all star en la MLB) mantuvo a la artillería cubana en un puño durante casi todo el partido, dándole de beber con rectas de humo y sliders punzantes a las esquinas que hacían pasar los bates como abanicos que no lograban hacer contacto con la bola. Una excepcional presentación del lanzador que duraría hasta las postrimerías del encuentro, cuando Kendry le pondría en órbita un lanzamiento escapado a la altura de las letras. Con Cuba arriba en el score, al portento no le bastó con su cuadrangular decisor y se subiría al box para apuntalar la victoria y llevarse toda la gloria a cuesta.

De ese equipo juvenil saldrían varias figuras prometedoras: Yulieski Gourriel, Alexei Bell, Juan Carlos Linares, Dennis Suárez, Ifreidi Coss y muchos otros más. Algunos quedaron solo en eso, en eternas promesas; otros han caminado un poco más allá para acariciar el éxito. Pero de todos ellos, Kendry Morales sobresalía por mucho, tal vez un par de escalones por encima del resto, los cubanos presenciaban así el nacimiento de una estrella, quizás, con los mismos ojos con los que una vez observaron la ascensión meteórica de Omar Linares.

En Series Nacionales debutaría en un clásico entre Industriales y Santiago de Cuba, custodiando el right field azul junto a la mística sonora de la banda derecha del Guillermón y su vertiginosa conga. Días después en el Changa Mederos conectaría su primer vuela cerca, un enorme rompe nubes que caería sin clemencia en las inmediaciones de la avenida Vía Blanca del Cerro. De esta manera, Morales dejaba de ser el joven prometedor para convertirse en la atracción de toda la capital, tal vez de la nación, por qué no.

Día a día, noche tras noche, el legendario Latinoamericano recibía a miles de personas que veían en el número 8 a la nueva prenda de valor del béisbol cubano. Los aficionados, amantes empedernidos al fin, se anticipaban a la cita, a la hora de comienzo de cada partido para intentar hacerse de un autógrafo del jugador o simplemente para verlo antes de cada choque sacando pelotas por los jardines en las prácticas de bateo o calentando el brazo de bullpen a bullpen con Yasser Gómez a través de una fina parábola que quedaba dibujada encima del jardín central después de cada envío.

Verlo empuñar el madero en home era una insinuación de autosuficiencia al pitcher rival. Se clavaba en el rectángulo ofensivo con sus rodillas semiflexionadas que le permitían arquear su cuerpo un poco hacia detrás proporcionando que su pierna delantera quedara un tanto suspendida en el aire y dejando que el tren posterior cargara todo el peso muscular para una vez realizado el movimiento simétrico hacia delante, en forma de swing, poder pegarle con contundencia a la esférica. No utilizaba guantillas, solo sudaderas en ambas muñecas, ya digo, no tiene un estilo distinguido, pero a sus estadísticas bien poco le importaba eso.

En esa primera temporada destrozó todo los records para un novato, se apoderó del cuarto turno en lineup de Industriales y de la selección nacional. Al año siguiente, la vida siguió igual, no había pitcher que detuviera su ofensiva, su voraz ofensiva. Y Kendry siguió despedazando lanzamientos como Hannibal Lecter. Un fuera de serie, la liga le quedaba absolutamente por debajo. A mediados de su tercera campaña diría adiós al béisbol cubano, de esta manera intentaba probarse al más alto nivel. Después de varios intentos fallidos de salida ilegal del país, llegaría la noticia para los aficionados: ¡Kendry Morales llega a los Estados Unidos para intentar triunfar en la MLB!

La travesía comenzaría en los Angelinos de Anaheim donde tuvo que esperar tres temporadas para apoderarse de la inicial. Su inicio fue crudo, el clásico rol del jugador promesa que sale del frío dugout para socavar una situación extrema, o simplemente él  que es tomado en cuenta por el manager solo cuando el regular de la posición no está disponible. Diría alguien que diamantes como Morales son los que sobran en la MLB.

Entonces no fue hasta 2009 que el fornido talento, ya afianzado como titular indiscutible en su posición, comenzaría a producir, a soltar las muñecas de vez en vez para conectar 34 batazos de vuelta completa, traer a remolque a 108 compañeros hacia el plato y promediar ofensivamente para un ampuloso average de 306.

A la temporada siguiente, arrancaría a todo gas y apenas en el segundo mes de contienda acumulaba 11 cuadrangulares y 39 carreras impulsadas en los primeros 51 partidos. No faltaron los que viendo el meteórico ascenso de Kendry vaticinaban que si proseguía con ese rendimiento podría estar entre los candidatos de fuerza para llevarse el MVP de la liga. Pero en esa misma melaza de éxito se colaría el sabor agrio de la fatalidad. Uno de esos instantes absurdos que irremediablemente trituran el camino.

Grand slam de Morales, el graderío un frenesí, el jugador hinchado recorría las bases con la calma de los héroes, pero nunca imaginaría que detrás del home plate donde le esperaban todos sus compañeros excitados hasta más no poder por la remontada en el score, estaría encapuchado un fatídico pasaje: sus propios compañeros le caerían encima de alegría y su tobillo se doblaría como un trozo de plastilina. La campaña llegaría a su fin y Kendry no volvería a pisar un diamante de béisbol hasta un año más tarde.

En su regreso no fue el mismo, ganó en libras y su swing perdió aceleración. Los Angelinos no quisieron esperar a su recuperación, no le dieron oportunidad a reivindicarse ante el destino y trajeron hacia la franquicia al mejor pelotero en su momento de toda la MLB, el dominicano Albert Pujols. Kendrys tuvo que embolsar sus bártulos y mudarse a Seattle, allí le garantizaban un puesto en el primer cojín o como designado. Tuvo una temporada aceptable, con altas y bajas, pero se podría decir que cumplió con sus roles dentro del conjunto.

La firma del contrato era por un año. Al término de la pasada campaña  los Marineros le ofrecieron una oferta de 14.1 millones de dólares, Kendrys no estuvo de acuerdo. Dicen que anda buscando un contrato multianual por tres o cuatro temporadas y alrededor de 50 millones, pero lo cierto es que hasta este preciso instante, no hay nadie que haya puesto realmente los pesos sobre la mesa para negociar.

Lo que parecía fácil, anclar en otra franquicia, se le ha puesto cuesta arriba. La navidad ha pasado y ni rastro de noticia sobre el interés de algún equipo. Los entrenamientos primaverales ya se asoman en el horizonte y Kendrys a sus 30 años se encuentra a la deriva, tratando de buscarle un final o al menos algo que le sirva de final a esta parte de su historia.

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