Las imágenes prohibidas para el deporte cubano

Durante casi dos décadas, la política deportiva de Cuba alejó de la selección nacional a sus mejores voleibolistas. Las heridas cicatrizan muy lentamente para algunos, pero la mayoría sigue pensando en las prohibiciones, en el tiempo y las glorias perdidas.

Los cubanos Robertlandy Simón (i), Osmany Juantorena (c) y Yoandy Leal (d) celebran uno de los más importantes títulos del voleiol mundial, mientras las autoridades deportivas del país hacen silencio sobre tamaño triunfo. Foto: Getty Images.

Los cubanos Robertlandy Simón (i), Osmany Juantorena (c) y Yoandy Leal (d) celebran uno de los más importantes títulos del voleiol mundial. Foto: Getty Images.

Horas después de que el INDER, organismo rector del deporte en Cuba, promoviera a Ariel Sainz como nuevo vicepresidente de la institución, los jugadores antillanos Robertlandy Simón, Osmany Juantorena y Yoandy Leal se coronaron campeones del Mundial de Clubes de voleibol con el plantel italiano Lube Civitanova.

Durante años, Sainz ha fungido como el presidente de la Federación Cubana del deporte de la malla alta, puesto desde el que cerró las puertas a los atletas que, al igual que Simón, Leal y Juantorena, decidieron probarse por su cuenta en los más diversos escenarios internacionales.

En alguna gaveta o buzón de correo deben estar archivadas las solicitudes de Juantorena o Leal, quienes terminaron aceptando las propuestas de Italia y Brasil, respectivamente, para que su brillo no se apagara a nivel de selecciones. También bajo llave debe estar la voluntad de Simón de volver a vestir la casaca nacional –algo que finalmente consiguió, demasiado tarde quizá–, después de haber rechazado propuestas de varios países.

Y lo más grave, en la mente de Ariel Saínz deben estar guardados todos los momentos en que pudo interesarse por traer de vuelta a Wilfredo León, a Fernando Hernández y compañía, y no movió un dedo, prefirió quedarse sentado, esperando quién sabe qué milagro.

Juantorena llegó a cinco títulos en Mundiales de Clubes. Foto: Getty Images.

Por cierto, quisiera saber cuáles son los pensamientos que pasan por la cabeza del ahora vicepresidente del INDER cuando estos atletas –y otros tantos más– triunfan lejos de su país, con demasiados méritos y condiciones para regresar.

Quizás Sainz, bajo la más absoluta discreción, celebra los éxitos de Juantorena y compañía. Quizás, abrumado por el silencio y la soledad de sus oficinas, se retuerce por esas mismas victorias. O quizás, en un triste performance que jamás veremos, se arrepiente de haber dado tantas veces la espalda a la unión de los cubanos.

Pero, a fin de cuentas, entiendo que poco importan los pensamientos de quien ha dirigido los destinos del voleibol cubano, quien más que un hombre de acción ha sido el clásico directivo que acata órdenes sin cuestionarse nada, ni siquiera si su deporte cae por el precipicio sin frenos.

Sainz, sin dudarlo, ha asumido con naturalidad el papel de víctima del sistema, el mismo que, a cambio, lo ha perpetuado en la alta dirección del deporte cubano con todo lo que ello implica.

Lo peor es que ese nivel de influencia ha trastocado la lógica de las cosas. Si tres cubanos ganan un título mundial de clubes y se toman una espectacular fotografía con trofeos y medallas, lo más natural sería que ocuparan las portadas nacionales, como héroes.

Pero no. En Cuba, lo más natural es lo ilógico, lo absurdo. En Cuba, ese obsesivo control multiplica por cero la imagen y permite, si acaso, que una parte de la prensa nacional ofrezca a sus dóciles consumidores una visión generalista del asunto, sin demasiados detalles, sin demasiadas loas a los hijos de la tierra.

Leal (extremo izquierdo), Juanorena y Simón (a la derecha) son tres de las joyas que el voleibol cubano tiene brillando por el mundo. Foto: Getty Images.

En el mejor de los casos, algún grupo de periodistas asumen los riesgos de informar y mantener vivos los vínculos de la nación con sus estrellas deportivas, da igual bajo qué bandera compitan, a qué clubes representen o en qué circunstancias decidieron salir del país.

En el peor, otros periodistas –también cubanos, no de Sri Lanka o Burundi– violan olímpicamente su misión social y obvian los hechos, como si no existieran, como si nada hubiera sucedido.

Lo más triste es que en el medio quedan los aficionados, los que de verdad sufren, gozan y padecen por sus atletas. Ellos son los que se cuestionan por qué un grupo selecto de personas (incluyendo a Ariel Sainz) tiene la libertad de elegir –arbitrariamente– qué se puede saber o qué es, en teoría, prohibitivo para la vista y los oídos de los fanáticos.

Mientras, las imágenes del triunfo y la celebración de Simón, Juantorena y Leal en el Mundial de Clubes le dan la vuelta al mundo, y provocan el orgullo de los cubanos –sean de aquí, allá o acullá– que se enteran por una u otra vía. Y eso, ningún silencio o prohibición lo puede evitar.

Salir de la versión móvil