La (pen)última lectura de Yuriorkis Gamboa

Foto: soloboxeo.com.

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“Si algo era lo bastante sagrado para Hemingway, entonces debía incluir golpes. La vida, al fin y al cabo, iba de caer y levantarse y caer otra vez”, asegura Juan Tallón, periodista y narrador gallego, en un delicioso artículo dedicado a los escritores y su pasión por el boxeo.

Si no lo hizo hasta ahora, Yuriorkis Gamboa debería detenerse a leer alguna vez al autor de Fiesta y Adiós a las armas, un peso pesado de la literatura completamente obsesionado por el deporte de los puños: “Mi escritura no es nada —decía Hemingway. El boxeo lo es todo”.

Semejante convicción le vendría bien al “Ciclón de Guantánamo”, que en la noche del pasado viernes 5 de mayo se apagó en Las Vegas.

Caer y levantarse, una y otra vez. Al nacido en el extremo oriental de Cuba no le queda otro asidero, después de que a la altura del séptimo round, tras ir dos veces a la lona, viera convertido en pesadilla el sueño de un regreso triunfal.

Abrumado por el castigo que sufría y convencido de que sus golpes carecían de la potencia de antaño, el propio ex campeón mundial de los pesos pluma decidió detener el combate ante el mexicano Robinson Castellanos, un púgil de poca monta con trayectoria de 21 victorias y nada menos que 11 derrotas.

Lo que parecía un necesario peldaño en su remontada hacia la gloria, ha sido quizás la última oportunidad de Yuriorkis, derrotado por las circunstancias, los prejuicios y un muy discutible manejo de sus últimos cuatro años como boxeador profesional, más que por los puños de un peleador realmente mediocre.

“Sad” (triste) y “shame” (vergüenza, pena) fueron los términos más utilizados en Twitter por los seguidores del combate. Mientras unos lo calificaban como “gran decepción” e insinuaban que su “ego desmedido” tuvo que ver con la caída en picada de su carrera, otros apuntaban a los promotores como principales culpables de lo que consideran un “enorme desperdicio de talento”.

Lo cierto es que el boxeador cubano ha pagado un precio altísimo por los más de tres años que estuvo prácticamente en el anonimato. Errores a la hora de escoger su entorno lo condujeron a un verdadero callejón sin salida, después de probar sin éxito una gran variedad de promotores. Primero con Top Rank, luego en una asociación efímera con SMS Promotions –la compañía encabezada por el rapero “50 Cent”, que se declaró rápidamente en quiebra–, y finalmente con una irrelevante firma con el promotor español BB Promotions, incapaz de hacerle subir al ring.

No pocos especialistas coinciden en que el guantanamero ha sido simplemente una víctima más de la maquinaria del boxeo profesional. Porque Yuriorkis Gamboa (26-2, 17 KO) cumplió con cada uno de los cánones del pugilismo rentado. El peleador de 35 años nunca salió a especular sobre el cuadrilátero, ni durante la meteórica carrera amateur que tuvo como punto álgido su título olímpico de Atenas 2004, ni después, cuando irrumpió con fuerza de huracán en el ámbito profesional.

Desde el principio, Gamboa cautivó a los aficionados y se convirtió en una mina de oro para la televisión y la monstruosa industria del marketing que rodea al deporte de los puños. Fogoso, carismático, lleno de talento, con velocidad y poder demoledores en sus puños, era espectacular en todo sentido.

Así tejió su leyenda de guerrero ajeno al cálculo y las fronteras tácticas. De esa manera hilvanó 23 victorias, ganó y defendió dos títulos mundiales. A pesar de sus visibles carencias en defensa, Yuriorkis fue considerado invencible por algunos que especularon incluso con irresponsables cambios de peso, necesarios para un hipotético combate frente al mismísimo Manny Pacquiao.

Quizás por eso aceptó la pelea ante el estadounidense Terence Crawford, un hombre que lo superaba ampliamente en peso y tamaño, quien sería finalmente el encargado de romper la burbuja en la que vivió por mucho tiempo el cubano. El 29 de junio de 2014, a la altura del noveno asalto, Crawford derrotó por nocaut técnico a Gamboa en Omaha y le mostró la descarnada realidad del boxeo profesional: el éxito cautiva, embriaga y, sobre todo vende; pero nada te protege de caer en el ostracismo luego de una derrota.

Yuriorkis Gamboa pierde en su retorno al ring

Desde entonces y hasta el pasado viernes, el guantanamero había peleado solo tres veces, la última de ellas en marzo, con más penas que glorias. Para la mayoría de los especialistas su deslucido triunfo su deslucido triunfo ante el nicaragüense René Alvarado (23-12, 13 KO), al que no pudo noquear, fue casi un revés.

Por eso, su inesperada derrota ante el mexicano Robinson Castellanos parece ser un punto de no retorno en el ocaso de sus días sobre el encerado. A pesar de su vigente contrato con Golden Boy Promotions, propiedad de Oscar de la Hoya, muy pocos apuestan porque el cubano pueda contar con otra posibilidad de escalar los lujosos escenarios de primer nivel.

Al hijo del Guaso solo le queda rebelarse contra su sino, o en última instancia encomendarse a Hemingway: “El hombre no está hecho para la derrota; un hombre puede ser destruido pero no derrotado”. El genial gringo, que se emborrachaba cada día junto a los pescadores de Cojímar, inmortalizó en el El viejo y el mar esta sentencia ya incorporada al proverbial carácter luchador de los cubanos. El ring dirá si en el caso de Gamboa volverá a tener la razón.

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