Las cuentas de Juan Kubala: La ordinaria vanidad

“…porque 2×2 siempre son 4”

Yuliesky Gourriel era el niño mimado de la afición cubana. Tenía calidad inapelable y para colmo entró en escena cuando se iba Omar Linares. Es decir, que la gente vio en él al relevo generacional del dios en el ocaso. Encima, el único jugador joven que lo aventajaba en el diamante, Kendry Morales, abandonó la Isla tan temprano como en el año 2004. Justo cuando Gourriel empezaba a enseñar su mejor lado.

Desde entonces, Cuba apostó toda su esperanza al segundo hijo de Lourdes. El muchacho corría bien, fildeaba con destreza, gozaba de buen brazo, tenía poder al bate pese a no disponer de un físico de slugger. La sumatoria de esos elementos hizo del espirituano el pelotero en activo más completo del país, y su jonrón versus Panamá en el primer Clásico Mundial casi bastó para canonizarlo.

Pero luego vinieron las tormentas. Sancti Spíritus hacía el ridículo campaña tras campaña sin que Gourriel aportara más que un grano de comino. Y en 2008, el 23 de agosto, bateó para doble play y dejó a Cuba en segundo lugar de la Olimpiada. Y en 2013, por allá por el 11 de marzo, cometió la mar de errores (varios de ellos mentales) hasta dejar eliminada a su novena contra Holanda en el Clásico Mundial. Cuestionado por propios y extraños, el muchacho se hundía lentamente en las aguas espesas de la frustración.

Las mofas eran permanentes. Crueles. Injustificables. En su tierra natal le escribieron un letrero que decía “El ratón de Beijing”. En el Latinoamericano le coreaban “Shakira”. Alguien llegó inclusive a alzar un blúmer cuando él iba a consumir su turno al bate. El público se refocilaba en su desgracia, y tan fuerte sopló el viento que Gourriel decidió cambiar de aires e instalarse en el sitio menos esperado: en Industriales, allí mismo donde más lo maltrataban los fanáticos.

Era como pasarse al enemigo, posiblemente como traicionarse a sí mismo, pero lo hizo. Y en la casa rival debió empezar por invertir su número en la espalda, que del “10” poderoso se convirtió en un irrisorio “01”. Sin embargo, supo pagar el precio (aquí viene al recuerdo “la otra mejilla” del gran Jackie Robinson) y poco a poco, jornada tras jornada, lo fueron aceptando en el equipo.

Pero su sino es negro. Industriales no ha podido ganar un campeonato con su ayuda, y en la última Serie le tocó nuevamente ser el último out en la eliminación de una plantilla. Esa noche, Gourriel se llevó el tiro de gracia que hace rato le amenazaba la cabeza. Alguien lo quiso defender a esas alturas: “Salió como emergente y lesionado”. Y otro le recordó, no sin razón: “También así estaba Pacheco y le sonó un jonrón a Lazo a costa de una recta de 95 millas”.

De esa fecha a la fecha, el segundo hijo de Lourdes no ha parado de echarse tierra arriba. Primero desoyó los llamados de su equipo japonés para incorporarse a los entrenamientos, lo que provocó la cancelación de su contrato y dejó una oscura imagen de la seriedad con que encaramos los cubanos esos compromisos, tan respetados urbi et orbi. Después –o sea, ahora mismo-, se resiste a incorporarse a la preparación del equipo nacional con vistas a los Panamericanos de Toronto, alegando (según fuentes que están en el inside) que su hermano menor debe ser convocado a la nómina.

Si eso es verdad, Gourriel ha rebasado todos los límites del envanecimiento. A fin de cuentas, los mentores hacen sus selecciones como les viene en ganas, y ningún jugador ordinario (que es el 99,5 por ciento de los jugadores) está capacitado para corregirle la plana. Eso lo hizo Michael Jordan en Barcelona’92, pero era Michael Jordan. Eso podría hacerlo Messi en Argentina, pero es la Pulga Biónica. Eso lo pudo hacer Omar Linares y, curiosamente, nunca montó rabietas para que su hermano Juan Carlos se pusiera la camiseta del team Cuba.

Y aquel Juan Carlos, conste en acta, era mucho mejor bateador que Lourdes Junior. Y a aquel Omar… a ese, nadie osó quitarle el “10”.

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