Las cuentas de Juan Kubala: Urquiola

“…porque 2×2 siempre son 4”

La Serie Nacional acaba de presenciar otro suceso estrafalario -más propio de pitenes callejeros que de béisbol organizado-, cuando un manager decidió cargar con sus muchachos y sus bártulos y dejó al público esperando el desempate que nunca tuvo lugar en el score.

Alfonso Urquiola, vigente campeón insular, viejo lobo del dugout, manager con estrella ganadora, personaje habitualmente flemático detrás de la cortina humeante de su tabaco sempiterno, montó la cólera de Aquiles ante una decisión controvertida de los árbitros y se fue con su música a otra parte, lejos de la fanfarria de un estadio que chiflaba.

Lógicamente, irse no era una opción. El mentor de un equipo debe tener incorporado permanentemente el chip educativo, y Urquiola –por ejemplo- pudo dar una tángana ardiente y respetuosa rematada por la posibilidad de ‘jugar bajo protesta’.

Eso es verdad, y se le debe reprochar. Inclusive, tal vez, le caiga una sanción que inhiba en el futuro esos impulsos, aunque con toda la razón del mundo los pinareños la protestarán, alegando que nada ha sucedido previamente con los nefastos procederes de otros técnicos, llámense Víctor Mesa, Lázaro Vargas, Marco Polo o Flora, la de los grandes pies y el tacón jorobado virgiliano.

Insisto: hizo muy mal Urquiola con perder la cabeza y, automáticamente, el encuentro. Pero hay algo que debe decirse a favor suyo. Algo tan misterioso como la muerte de Roger Ayckroyd, la existencia de vida extraterrestre o la carencia de pescado en los comercios de una isla.

Y ese algo es el algo que viene después de los dos puntos: ¿Cómo diablos se las ingeniaron los decisores para determinar que en efecto se trataba de un jonrón, si en la toma de cámara difícilmente alcanza a verse una manchita blanca que se pierde en el fondo de la noche, sin el ángulo necesario para saber el recorrido de la infortunada Mizuno de la discordia y el forfeit?

La cámara, es un hecho, no gozaba de la mejor ubicación, y en tal caso lo más sensato habría sido validar el ‘foul’ decretado por el árbitro de home, que a fin de cuentas es el dios de los partidos hasta tanto se pruebe lo contrario.

Sin embargo, tras la reclamación del mando industrialista, algún iluminado vio lo que otros no veían (yo entre ellos). Esto es, vio claramente cómo la pelotita rebasaba la cerca en zona buena, y con esa capacidad de persuasión que tienen los decisores nacionales, convenció a los demás de que sí, que era un jonrón mondo y lirondo.

Lo demás ya se lo dije: Urquiola tuvo un blackout, sus hombres no regresaron al terreno, el umpire aplicó el reglamento y Pinar está contra las cuerdas, abocado a la humillación de dejar a las primeras de cambio el campeonato. Ahora lo van a sancionar (a Urquiola), y casi se quedó sin chances de refrendar el título (el equipo).

Nada –ni siquiera una supuesta conspiración arbitral- es motivo suficiente para que la novena bajara la guardia en un juego que, para colmo de males, no estaba decidido todavía. Y nada tampoco –como no sea su apatía ofensiva- es culpable de que Pinar haya tenido un torneo tan horrible.

Pero –y valga este ‘pero’ como un gesto absolutorio- aún no entiendo por qué se llegó hasta ese punto, si las imágenes televisivas solamente probaban que no podían probarnos nada, y que todo quedaba en una bruma parecida a la del humo del tabaco que ahora mismo, entre furioso y apesadumbrado, fuma Urquiola en el cuarto del hotel.

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