Lecciones de potrero

El potrero es un término redundante en el mundillo del fútbol.  De hecho, es precisamente el balompié quien legitima una de las acepciones universales del vocablo.  Los genios del más universal le guardan pleitesía. Para ellos fue el colimador, la génesis.  Gracias a él, muchos, son lo que son.  De allí, y casi en igualdad de condiciones, partieron todos alguna vez.  Lógicamente, pasado el tiempo, el exponente de carrera solo volverá al potrero a recrear sus memorias o, si acaso, a hacer lobby para Unicef.

En Cuba, el futbolista, o quien intente serlo, no solo se inicia en el potrero, sino que continúa y termina, desvalido, a su merced. Un deporte con más de cien años de historia en estas tierras puede especular con poco más que eso.  A campo traviesa se tejen leyendas de un Campeonato Nacional cuyas postales son risiblemente castigadas por el imaginario popular, que no perdona el vínculo excesivo entre  fútbol y naturaleza, más aún cuando por ahí se ha dejado ver algún que otro novillo merodeando el asunto, como un fanático más. De cualquier forma, el potrero es el reflejo, pero no el mal de fondo, si no el Estadio Nacional Pedro Marrero fuera, de largo, el bastión futbolístico más inexpugnable de CONCACAF, y tampoco lo es.

Cualquiera podría identificar las dificultades que median en la construcción y el sostén de un estadio sobre el que pueda sentar las bases un proyecto de selección nacional que ilusione a alguien. Quien pensó que ese oasis, porque sí, debía ser La Polar, solo puede jactarse de haber llevado a Blatter hasta allí. Nadie pide que venga un jeque árabe a levantar el Emirates Havana en un descampado de la zona de negocios de Miramar, pero el balompié cubano, si quiere despegar, necesita un santuario que se respete y con todas las condiciones técnicas y logísticas para asumir las extensas concentraciones de los seleccionados cubanos, único sustitutivo ante el poco roce internacional.

Nuestro fútbol, además de mostrarse al exterior e intentar articularse en las  dinámicas internacionales, que tampoco tienen que ser las de la Liga BBVA, necesita un bálsamo para su infraestructura. Garantizar condiciones mínimas, todavía inexistentes, que inviten al talento que brota por estos tiempos a hacer carrera y no a fulminar sus piernas en cualquier potrero de esos que se sobran por ahí. No hacerlo sería, por ejemplo, invitar a la fuga a una generación con proyección como la sub-21, que bien llevada –y el tiempo sigue corriendo-, pondría a Cuba a competir por el sueño mundialista en menos de lo que se imagina. El fútbol, por lo que mueve y por ser el deporte con mayor masividad en nuestro país, merece ese empujón.

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