Mis momentos del Clásico Mundial

Para los estadounidenses, la cuarta fue la vencida. Foto: @WBCBaseball.

Para los estadounidenses, la cuarta fue la vencida. Foto: @WBCBaseball.

Se nos fue el Clásico Mundial. Esperamos durante cuatro años para que nos durara poco más de dos semanas, pero ese es el precio a pagar por lo sublime. En la retina quedan gestos memorables y gestas asombrosas, y cada quien los agrupa a su antojo en el disco duro de su mente, jerarquizando aquí, chapeando por allá. Esta es mi selección de los cinco episodios que no voy a olvidar, por más que el viejo Alzheimer se moleste…

La paliza holandesa

Para Cuba, que sufre, la primera palabra. Holanda convirtió el diamante en ring y nos dio una golpiza atronadora, sacando al Sol todos los déficits de una pelota que sus directivos se resisten a calificar de decadente. El pitcheo, de asco; la ofensiva, limitada al talento individual de dos o tres. Mal, muy mal está el que fuera el más brillante movimiento beisbolero del Caribe. Pero al menos en lo que respecta al team Cuba, la solución tiene un camino claro: si la culpa de tanto tropiezo se le echa normalmente al asunto de la emigración, pues que sean los propios emigrados los que salven el orgullo nacional.

Clásico Mundial 2017: Alevosía

La alegría boricua

Había escuadras mejores en el Clásico, pero ninguna pudo eslabonar una cadena de siete victorias sucesivas. En toda la extensión de la palabra, fue un equipo. Desde el catcher hasta el último hombre del banco; desde Orlando Cepeda a Roberto Clemente, que no pudo vivirlo. Bastaba con notar que todos ellos, los negros y los blancos, los peludos y los alopécicos, se habían decolorado para parecerse unos a otros. Si hacía falta un batazo, lo daba Correa; si se necesitaba un doble play, se lo inventaban Báez y Lindor; si había que recurrir a picardías, allí estaba Molina; si mermaba la intensidad, aparecía Pagán; si el momento reclamaba de huevos, Edwin Díaz ponchaba a un bravucón y fin del cuento. Jamás pasó un equipo así por el evento.

Los desafueros de Balentien

El bravucón de marras es el cuarto bate de Holanda, un tipo que llegó con credenciales de slugger y salió con etiqueta de fenómeno. No recuerdo ningún caso en los Clásicos previos de un atleta que diera la impresión de ser completa y tan espeluznantemente invulnerable. Pareció hacerlo todo con mínimos esfuerzos, y fue líder en todo: average, jonrones, impulsadas, anotadas, hits, slugging y OBP. Lució con desmesura, hasta el punto de acaparar el foco de atención en un equipo donde estaban Gregorius, Bogaerts, Simmons, Schoop, Profar… Al final, fue preciso un envío a cien millas –algo así como cien mililitros de anestésico– para bajarle las revoluciones.

Decepciones y epifanías

Otra vez agrupó la Vinotinto a una constelación–fracaso. Omar Vizquel se fue al torneo con Miguel Cabrera, José Altuve, Salvador Pérez, Carlos González, “el Rey” Félix, Alcides Escobar, Víctor Martínez, y volvieron con la gorra entre las piernas, vencedores en dos juegos de siete posibles. La otra cara de la moneda fue Colombia: tuvo casi seis innings perfectos ante Estados Unidos, a los dominicanos se los llevó a extrainning y a Canadá la remitió a los repechajes. No exagero, aunque suene sorprendente: ahora mismo, la selección cafetera es superior a la cubana. Como lo son también Italia, que no llevó a todos sus “duros” y despachó diez cuadrangulares; e Israel, no importa si apoyado en jugadores nativos o judíos residentes en los Estados Unidos.

El triunfo de los yanquis

Después de dar tres notas falsas, el gigante rasgueó la cuerda exacta. Ciega de un antimperialismo patriotero –porque no cabe esgrimir tesis políticas en los terrenos de pelota–, parte de la fanaticada insular hacía votos para que Jim Leyland y los suyos naufragaran, mientras el resto, sabe Dios si por rebeldía o legítima afición, coreaba entusiasmado el “yu-es-ei”. Al final, el equipo cambió el pálido rostro de sus antecesores –trasnochados turistas en una competencia deportiva–, y dejó en las videotecas las imágenes de Nolan Arenado peleando una almohadilla, Adam Jones arriesgando los huesos detrás de un batacazo, o Eric Hosmer entrando a la goma con la misma pasión exultante que enseñaba con Kansas en la Serie Mundial de 2015.

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