Mundial de Fútbol: La sombra de Francia 1938

Jugadores del equipo de fútbol cubano en "Francia 1938"

1938 no fue un año cualquiera. Estados Unidos se estremeció con la trasmisión de “La guerra de los mundos” de H. G. Wells y con el derechazo que Joe Louis le propinara a Nathan Mann durante la discusión del título mundial de los pesos pesados. En Europa, la Nestlé patentaba el café instantáneo, Hitler se autoproclamaba Comandante Supremo de las fuerzas armadas. Y, más específicamente, en Francia, dos meses después que César Vallejo falleciera, Cuba jugaría sus tres únicos partidos en la historia de las Copas Mundiales de Fútbol.

Setenta y seis años han pasado, otro montón de sucesos relevantes en la historia universal y, ni por asomo, Cuba ha vuelto a rozar un balón mundialista. El tiempo ha corrido, casi un siglo, y Francia 1938 sigue siendo un lienzo detenido, la sombra que acompaña las ansias de resucitar el pasaje. Es la reliquia que cada cuatro años los cubanos desempolvan, sacuden con algo de recelo, como con miedo a quedarse de por vida con el polvo incrustado en las manos, con un trazo de la orla de esa imagen atávica que se ha tornado una cavilación casi recurrente y que amenaza con volverse un gesto ilusorio.

La verdadera ilusión fue la que vivieron José Tapia y sus dieciséis pupilos al adentrarse en aquella utopía, en el ensueño de verse protagonistas de la III Copa del Mundo de Fútbol, una fiesta que recién daba sus primeros pasos y que comenzaba a transformar su rostro en ritual de masas y religión de multitudes.

Eran tiempos difíciles. La situación entre naciones era extremadamente convulsa. Si por algo trascendió esta edición de la Copa Mundial, no fue porque sería la primera vez que un equipo se alzaba nuevamente con el éxito (Italia), ni por la presencia de Cuba entre los planteles participantes, sino por la gran cantidad de países ausentes, producto de la tensión reinante a nivel internacional.

Francia 1938 fue la última gran cita previa a la Segunda Guerra Mundial, incluso dentro de la misma competición se suscitaron disímiles incidentes que presagiaban lo que un año después se desencadenaría. En un inicio, 69 países se mostraron interesados en participar en el evento, pero las secuelas bélicas de la guerra civil española, la Segunda Guerra Chino-japonesa, la anexión de Polonia a Alemania y el cambio de sede a última hora, de Argentina a territorio galo, trajo como consecuencia que varias de las principales potencias futbolísticas echaran por tierra su asistencia.

Cuba Mundial de Futbol 1938
Todos los ojos se volcaron hacia Jules Rimet, presidente de la FIFA y creador de la lid, que ejerciendo sus influencias como mandamás de la entidad, rompió la política originaria del torneo de realizar los campeonatos alternadamente en Europa y América (su turno). La decisión desató el rechazo de los del continente americano y como protesta, naciones del calibre de Argentina, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Estados Unidos, Guayana Neerlandesa, México y Uruguay decidieron no acudir a la cita.

De este modo las puertas quedaron abiertas para que un puñado de cubanos entrara en los anales de la historia de los mundiales, sin haber siquiera disputado un partido en la fase clasificatoria. Así, pasmados y extasiados, por la consecución del ansiado boleto hacia la Copa del Mundo, 16 jugadores y un entrenador partieron con los maletines llenos de desasosiego e incertidumbre. Desasosiego, por el temor de afrontar un privilegio caído del cielo; e incertidumbre, por dilucidar su capacidad para asimilar un juego al que de antemano, ellos mismos y toda la prensa internacional, ponían por debajo de sus lógicas aspiraciones.

El 5 de junio de 1938, la ciudad de Toulouse fue fiel testigo de los siete mil aficionados que colmaron el graderío del Stade de Chapou para presenciar el debut de Cuba. En el banquillo del costado estaba Rumania, una selección que también se había clasificado sin ensuciarse los tacos en Europa, aunque gozaba de mucho más caché que sus rivales. En aquel entonces el sistema competitivo era otro, se jugaba a partido único, por tanto, cada juego era definitorio.

Los cubanos afrontaban aquel inicio sabiéndose que casi tendrían que saludar para despedirse, un partido de vida o muerte. El juez del encuentro era el italiano Giuseppe Scarpi y tuvieron que pasar 35 minutos después de su pitazo inicial para que el balón cruzara la línea de gol. Como era de esperar el hecho ocurrió en la portería de los caribeños, su autor: Silviu Bindea. Cinco minutos más tarde y antes de que ambos equipos fueran al descanso intermedio, llegó la respuesta de los novatos, quienes por intermedio de Héctor Socorro igualaron las acciones en el pizarrón.

El segundo tiempo fue un zafarrancho de guerra, una pelea de cuchillos entre dientes que no se desató hasta que a la altura del minuto 87, los cubanos daban la sorpresa de irse arriba tras la anotación de Tomás Fernández. Restaba poco para el descuento final y Cuba acariciaba el pase a cuartos de finales para asombro de medio mundo, pero no pasó ni un minuto tras el gol de Fernández para que los criollos pagaran la novatada de celebrar antes de tiempo y se dejaran empatar por el señor Iuliu Baratky. Todo tendría que decidirse en tiempo extra.

En la prórroga, el guión se revirtió y los papeles cambiaron. Los rumanos se fueron delante 3-2 por intermedio de Stefan Dobay al minuto 105. Ahora sí que Toulouse veía a Rumania en cuartos, a esta altura las piernas pesaban toneladas y los metros parecían millas náuticas. Y cuando todo parecía indicar que Cuba se iba de los terrenos de Francia el mismo día que pudo pisarlos, apareció la estrella de los antillanos para salvarlos de la caída libre al precipicio, un tal Juan Tuñaz que faltando solo tres minutos para el final mandaría a repetir el encuentro tras el abrazo final.

Del plantel entero que participó en Francia 1938, el nombre de Tuñaz fue el que concluido la lid quedó más refulgente. Le apodaban “romperredes” por su potencia en el disparo. Antes del mundial había salido campeón nacional con el club Juventud Asturiana y de allí brincó para ponerse la chamarreta del Centro Gallego. Después se fue a México y firmó con el Real Club España, con el que ganaría dos trofeos de liga en las temporadas 1941-42 y 1944-45.

El partido de desempate entre Cuba y Rumania se jugaría 4 días más tarde en el mismo estadio, lo que esta vez el arbitraje central correría a cargo del alemán Alfred Birlem. Como en el primer choque, la cuenta la abrirían los europeos, el jugador Stefan Dobay perforaría la malla a 35 minutos del arranque. Concluida la primera parte con ese tanteador adverso, los cubanos salieron del vestidor con ansias de ganar méritos por su propio sudor. Si ya estaban en el mundial no podían hacer otra cosa que pelear por ello. Salieron como una tromba, a matar o morir, a aniquilar al contendiente al instante, a las primeras de cambio y, entonces, en solo 5 minutos, se llenaron de gloria. Esos 5 minutos bastaron para que marcaran en par de oportunidades, primero, Socorro al 50, luego, Carlos Oliveira al 55, para sellar el pase a cuartos de finales. Cuba estaba entre los ochos grandes.

En esas instancias aguardaba Suecia que había desbancado a Austria en solo un partido, por lo que las piernas de los vikingos estaban mucho más frescas que la de los cubanos que venían de jugar una extensa eliminatoria doble con alargue incluido. Además, para desdicha de los caribeños el encuentro estaba pactado para el 12 de junio, lo que implicaba que tendrían menos de 72 horas para reponerse. Casi no tuvieron tiempo de relajación, de interiorizar la hazaña conquistada. De todos modos, desde que el balón rodó por los primeros milímetros del césped de Toulouse, la historia ya estaba escrita.

Hasta Antibes, en el Stade du Fort Carré, llegarían definitivamente José Tapia y sus muchachos. Allí, ante siete mil almas que apoyaban a garganta quitada a los europeos, los cubanos fenecieron. Antes tuvieron que soportar un aguacero de 8 goles, los cánticos de una afición que festejaba el pase de su equipo a la semifinal y, sobre todo, el olvido. Cuando el referee checo, Augustin Krist, se llevó su silbato a la boca, canceló las oportunidades de que Cuba volviera a pisar la grama de un mundial.

Hoy, 76 años después, y a 10 días de que suene en Brasil el pitazo inicial de la edición XX de la Copa del Mundo, los cubanos tienen que seguir aferrados a la sombra de lo que ocurrió en Francia 1938.

WORLD CUP-1938-CUBA-ROMANIA

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