No diga tormenta, diga Ana Fidelia Quirós

La vida de Ana Fidelia, marcada por el éxito y las trampas del destino, es un ejemplo de superación humana.

Ana Fidelia Quirós, la última corredora estrella del atletismo cubano. Foto: Otmaro Rodríguez.

Es un crimen que el cine cubano no haya dedicado un largometraje a Ana Fidelia Quirós (Palma Soriano, 1963), la tormenta indómita que daba dos vueltas a la pista a un ritmo indescriptible. Su vida tiene de todo para armar un guion que entrelazaría a la perfección el talento del ser humano con su voluntad de sacrificio para salir adelante en los momentos más difíciles.

La trama tendría su punto de partida en Maribel, un barrio de Palma Soriano donde Ana Fidelia ganó sus primeras carreras, no en una pista, sino en los parques y caminos. Ahí comenzó su formación, su despegue hasta convertirse en la mejor corredora de su generación y la quinta a nivel internacional que más rápido ha devorado los 800 metros en la historia del atletismo.

Después vendría el capítulo trágico, el accidente que la puso al borde de la muerte, y la posterior recuperación —casi milagrosa— que le permitió regresar a las pistas con una fuerza nunca antes vista, al punto de lograr inscribir su nombre como la única corredora cubana multimedallista olímpica en pruebas individuales.

Esos son, a grandes rasgos, los puntos cardinales en la historia de Ana Fidelia, la última gran estrella de las pistas cubanas, una mujer que nunca pierde la sonrisa y que todavía transmite esa sensación de fortaleza inagotable, con la cual nos impone un endemoniado ritmo desde la primera curva y nos lleva de la mano a una carrera fabulosa, llena de revelaciones.

Ana Fidelia Quirós es uno de los nombres imprescindibles en la historia del atletismo y el deporte cubano. Foto: Anders Wiklund.

¿Qué son las raíces para Ana Fidelia?

Siempre hablo de mis raíces porque no me he olvidado del barrio humilde donde me inicié en el deporte, de mi gente, de mis amigos, y porque una debe ser consecuente y agradecida con las personas que te quieren, con las personas que te apoyaron, con tu pueblo, con tu familia. Ya no lo hago con tanta frecuencia por el cúmulo de actividades y ahora por la pandemia, pero me gusta regresar a allá, recorrer las calles de Palma Soriano, desandar por el río como lo hacía antes…

Me encanta volver e intercambiar con la gente, recordar momentos felices de mi niñez, de la infancia. Cada vez que voy y camino por Maribel, mi barrio, las personas no me dejan llegar a mi casa. A mis familiares los veo por último siempre, porque en cada esquina tengo que saludar a alguien. Es algo que nos caracteriza a los cubanos; ser sencillos, ser amables y ser agradecidos.

Yo estoy muy agradecida con todas las personas de Palma que influyeron en mi crecimiento como deportista. Para ellos yo siempre seré “La pille”, así me decían y me dicen todavía. Todo eso forma parte de nuestra identidad, de nuestras raíces.

Palma Soriano tiene tantos campeones y medallistas olímpicos y mundiales como muchos países. ¿Cuál es el secreto de la tierra?

Lo de Palma viene desde hace mucho tiempo y no es algo de una o dos disciplinas, porque tenemos campeones de lucha, judo, boxeo, atletismo, béisbol, esgrima, baloncesto… El pionero en el deporte es Ramón Echevarría, receptor de los equipos Orientales y de la selección nacional en los años 60, y después en la pelota vinieron Orestes Kindelán, Antonio Pacheco…

Pero eso no es todo. Guillermo Betancourt fue plata en el florete de los Juegos Olímpicos de Barcelona, Estela Rodríguez brilló en el judo, los hermanos Caballero en el baloncesto. Y así muchos más, tanto que, por ejemplo, si Palma Soriano compitiera como país hubiera quedado entre los diez primeros del medallero en los Panamericanos de La Habana en 1991.

Creo que ese boom tiene que ver con la manera de captar a los futuros atletas. Recuerdo que cuando yo comencé en el deporte veía cómo los entrenadores, sin tener un programa diseñado, iban a las escuelas y buscaban a los niños a los que les gustaba el deporte, a los de mejor somatotipo, a los más rápidos, a los más grandes, e intentaban “enamorarlos” para que hicieran actividades físicas.

A partir de eso, vino una época de esplendor que hoy necesitamos recuperar, porque los resultados que tenemos en el ámbito deportivo no son los mismos ni remotamente.

¿Qué ha cambiado y qué ha provocado este retroceso? ¿Ves muchas diferencias entre el proceso de captación y desarrollo de talentos de hace 50 años con el de la actualidad?

Desde mi perspectiva, se ha perdido un poco el trabajo de la base, que durante décadas fue una de las fortalezas principales del movimiento deportivo cubano. Antes, el profesor del área debía salir, sin que nadie lo mandara, a observar todo lo que había en las escuelas, a buscar muchachos con determinadas cualidades. El objetivo fundamental era llevar la mayor cantidad de atletas posibles a los Juegos Provinciales para que el municipio se destacara. Eso yo no lo veo ahora.

Es cierto que los tiempos han cambiado, son épocas y momentos diferentes, pero la motivación la tiene que buscar uno mismo, proponerse metas y trabajar para cumplirlas. Creo que a partir del momento en que tengas un resultado, entonces los estímulos pueden llegar, pero hay que ganárselo. Antes no se recibía ningún premio de gratis, los buenos entrenadores eran reconocidos por la cantidad de atletas que lograban llevar hasta niveles superiores.

Por eso pienso que hay que hacer un poco de conciencia, incentivar el trabajo de los entrenadores, de los activistas, de los profesores de Educación Física, porque muchos de los atletas que han integrado selecciones nacionales en distintas épocas provienen de esas mismas clases. Yo misma fui seleccionada por lo que hacía en la escuela, y mi hermana también.

Creo que debemos ver lo que se hizo en el pasado y tomar lo mejor, lo positivo, lo que se adapte a lo nuevo, y aplicarlo junto a las tendencias modernas para la captación y formación de talentos. Esa es una vía esencial para recuperar, poco a poco, el nivel del movimiento deportivo cubano.

En una habitación de su casa, Ana Fidelia Quirós guarda muchas de las medallas y premios que recibió durante su carrera. Foto: Otmaro Rodríguez.

¿Quién descubre a Ana Fidelia?

Como ya te decía, todo parte de la Educación Física. A mí me gustaba mucho correr y hacer cualquier actividad deportiva, lo mismo voleibol, que baloncesto, y me gustaba competir. En los relevos, si mi equipo estaba en desventaja, yo salía y lo ponía delante.

Entonces, un día de octubre de 1974, el profesor Héctor nos llevó a mí y a un grupo de niñas de la escuela “Primero de Mayo” a hacer unas pruebas de eficiencia física en el Polideportivo “José Martí”, en Palma Soriano. Corrí 20 metros y José Luis Arañó, el compañero que me tomó el tiempo, se quedó impresionado.

Enseguida le avisó a Juan Heredia Salazar, quien después sería mi primer entrenador, y ambos conversaron conmigo para ver si quería hacer deportes. En ese momento yo estaba en una escuela especial porque tenía problemas con la matemática, pero los vencí; me sacaron de ese centro y comencé a practicar atletismo en las mañanas y por la tarde recibía clases.

Más o menos esa es la historia de cómo me descubren. Solo recuerdo que todo fue muy rápido, ya con 12 años competía con atletas mayores que yo y les ganaba. Poco después estaría representando a Cuba en un torneo internacional en Hungría.

¿Cómo era la Ana Fidelia juvenil? ¿Qué sueños tenías en aquellos años 70?

Mi sueño era representar a Cuba en Juegos Olímpicos, sobre todo después de la furia que se desató con los dos títulos de Juantorena en Montreal (1976). Imagínate entonces cómo me sentí cuando estuve junto a él, a Silvio Leonard o Alejandro Casañas en el mismo equipo durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Medellín, en 1978.

Yo era una niña de 14-15 años cuando competí ahí con el relevo 4×400 y sentí que estaba en las nubes, porque es un evento de gran magnitud y, además, tenía la oportunidad de estar al lado de esas estrellas. Fue una gran inspiración y una motivación para trabajar e intentar ser como ellos.

Tu progresión como corredora fue meteórica y con 26 años ya tenías en tu poder la quinta mejor marca de todos los tiempos (1:54.44 minutos) en 800 metros, así como el récord nacional y continental. ¿Cuáles fueron las claves de la preparación en esos primeros años en la élite?

Lo más importante fue lograr la continuidad cuando estaba en buena forma, y saber recuperarme cuando caí en algún momento malo. Una tiene que lidiar con las dos cosas, porque la vida de un deportista es de constantes altas y bajas.

Por ejemplo, en el curso 1980-1981 me sacaron del equipo nacional por un supuesto bajón en mi rendimiento y porque había regresado de un evento internacional un poco pasada de peso. Yo seguía corriendo rápido y mi criterio era que estaban equivocados conmigo, pero no protesté demasiado, solo me enfoqué en trabajar y en entrenar fuerte.

Al final, en 1981, me gané de nuevo mi puesto. No me rendí nunca, sabía que no estaba acabada, que tenía juventud, deseos de seguir en el deporte y apoyo de muchas personas, y con eso salí adelante. Ahora bien, tanto en estas circunstancias como cuando está todo bien, lo fundamental es esforzarte al máximo.

Yo me levantaba temprano y salía a entrenar en las playas del Este o en el Parque Lenin. Lo mismo corría descalza por la arena desde el Mégano hasta el final de Guanabo, que me ponía a hacer saltos y lanzamientos de bala. Descansaba al mediodía y por la tarde otra sesión de entrenamiento de tres horas. Ahí radicaban las claves del éxito. Nunca le tuve miedo al trabajo, por muy fuerte que fuera.

Ganaste más de 30 carreras seguidas entre 1987 y 1990. ¿Te veías campeona en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988?

Sí, me veía campeona olímpica. Quizás en 400 metros no, pero en los 800 sí me veía campeona. A todas las corredoras les había ganado, incluso, a la soviética que se llevó en los 400 yo la había derrotado en un Grand Prix antes de los Juegos. Pero bueno, se decidió que Cuba no participara y me tuve que retirar sin ese título.

Ana Fidelia no ganó el título olímpico en aquella ocasión, pero estaba convencida de que lograría el oro en los Juegos de Seúl 1988, en los que Cuba no participó. Foto: Otmaro Rodríguez.

En la final olímpica de Barcelona (1992), la holandesa Ellen van Langen —una mujer que nunca había bajado de 1:56 y que nunca más bajó de ese tiempo— hizo la mejor marca de su carrera y se llevó la corona. ¿En qué medida te sorprendió ese rendimiento?

Yo sabía que Van Langen estaba corriendo bien, igual que Liliya Nurutdinova (la ganadora de la medalla de plata), a quien, por cierto, la descubrieron dopada en 1993, unos meses después de los Juegos. Que ellas quedaran por delante de mí en Barcelona no me sorprendió, porque ese año fue muy difícil por el bajo volumen de competencia con que llegué a las Olimpiadas.

Me lesioné en la pierna derecha durante la base de preparación de altura que realizábamos en México y no podía hacer carrera de intensidad, una fatalidad, porque yo dependía mucho de la velocidad. A eso súmale que, a un mes de los Juegos, fallece mi entrenador Blas Beato, quien me había llevado a la cúspide.

Todas eran circunstancias anormales, mayormente desde el punto de vista competitivo, porque antes de mi evento fundamental de cada año siempre tenía entre 15 y 20 carreras en las que iba mejorando los registros progresivamente. En 1992 no corrí nada, y me lo sentí.

No obstante, el hecho de realizar mi mejor marca de la temporada en la final, pese a todos los contratiempos que tuve, me da cierto nivel de satisfacción, porque además, desde el punto de vista táctico, mi carrera fue buena y eso me permitió ganar el bronce. La que se equivocó en la estrategia fue Nurutdinova, que en la recta final le dejó una brecha por el interior del carril uno a Van Langen y ahí la mató. En estas carreras, si quieres pasar, tienes que pasar por fuera, nunca por dentro.

¿El título olímpico quedó como una cuenta pendiente para Ana Fidelia?

Definitivamente. Todo el mundo prefiere la medalla de oro, más cuando has estado tanto tiempo en la cima, siendo la mejor corredora del mundo en esa distancia, ganando cada competencia. Digamos que merecía el título, pero el deporte es así. A veces una llega a tope, comete un error táctico y pierde, como me sucedió en 1996.

En Atlanta yo estaba en óptima forma, pero mi estrategia falló y tuve que conformarme con la plata, por detrás de la rusa Svetlana Masterkova. Ganar un oro olímpico no es fácil, mucho menos cuando vas sola, mientras algunas de las principales rivales tenían compañeras que corrían para ellas. En 1996, (Yelena) Afanasyeva ayudó mucho a Masterkova. Yo estaba sola contra el mundo.

Hablas de muchas rivales. ¿Cuál fue la más difícil que enfrentaste en tu carrera?

María de Lurdes Mutola. Se me hizo muy incómoda, era muy fuerte, muy rápida y muy competitiva. Muchas de mis principales batallas fueron contra ella, ganamos, perdimos, pero en sentido general creo que nos hicimos mejores una a la otra.

Mutola sabía hasta dónde yo podía llegar y a mí me gustaba retarla, llevarla al límite, sobre todo cuando la tenían en cuenta a ella para buscar marcas relevantes con “liebres” y a mí ni decían nada. Eso pasó, por decirte solo un caso, en 1997, durante una competencia en Colonia, Alemania, 15 días después de mi victoria en el Mundial de Atenas.

Si yo era la titular del mundo, la número uno, cuáles eran los motivos para ponerle la “liebre” a Mutola y no decirme nada a mí. Aquello no es que me disgustara, pero sí me daba mucha fuerza para demostrar lo que podía hacer. Y esa carrera en Colonia es un buen ejemplo, porque a pesar de que todo estaba preparado para que Mutola hiciera un buen tiempo, a pesar de que Mutola me empujó a la altura de los 600 metros y casi me saca de la pista, a pesar de todo eso, gané con 1:54.82, la décima mejor marca de todos los tiempos en los 800 metros.

Pero bueno, independientemente de estas cosas, siempre he tenido muy buenas relaciones con todas mis rivales. Mutola, Masterkova, Leticia Vriesde… He intentado mantener el contacto con ellas después del retiro y mostrarles mi afecto. Les he escrito correos, aunque no todas me han respondido.

Ana Fidelia Quirós en una pasarela de la marca Clandestina realizada en noviembre del 2019. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

22 de enero de 1993. ¿Alguna vez has contado los recuerdos que tienes de ese día?

Uno siempre cuenta las cosas agradables, positivas, pero lo feo y lo triste que uno ha vivido no lo dice. Ese día fue horrible para mí, para mi familia. Pensé que mi carrera deportiva iba a terminar, pero con el apoyo del pueblo que me inspiró, con el apoyo de Fidel que estuvo desde el primer momento en el hospital, encontré fuerzas y motivos para levantarme de la cama.

Fueron instantes de mucha angustia para la familia, de mucho sufrimiento, porque después que los médicos me salvaron la vida vino un proceso de recuperación muy duro. Recuperar la movilidad, no solo para el ejercicio deportivo, sino para la vida cotidiana, fue sumamente doloroso. No era tan importante que yo regresara al deporte como que me recuperara física y mentalmente para llevar una vida normal.

Muchas personas dudaron de mi recuperación, pero yo no dudé, sobre todo a partir del compromiso verbal que hice con el Comandante (Fidel Castro), y a partir de las cartas o las llamadas telefónicas de muchísimas personas. A partir de eso, tenía que sacar el “extra” de los campeones.

Afortunadamente, con el apoyo de la medicina cubana y de la psicología, pude incorporarme otra vez al deporte de alto rendimiento. Luchar por eso fue la mejor decisión que tomé. Del accidente podrán quedar secuelas visibles, pero no quedaron secuelas internas. Soy una persona realizada desde muchos puntos de vista, primero por la familia que he logrado formar y por los éxitos en mi carrera profesional.

Antes del accidente eras una estrella indiscutible, pero después te conviertes en una especie de estandarte de lucha para muchas personas que te pusieron en la cumbre de sus altares. ¿Tenías plena conciencia de que habías calado tanto dentro de la afición cubana y del mundo?

Yo siempre he sido sencilla, honesta, modesta, amable y eso me ha permitido estar muy cerca de la afición en todo el mundo. Nunca me he creído que por ser un personaje público o una gloria soy mejor que los demás, ni tengo derecho a mirar a nadie por encima del hombro. Es mi forma de ser y nadie me la va a cambiar; seguiré siendo la misma Ana Fidelia risueña. Ni siquiera el accidente apagó mi sonrisa.

Yo digo que puedes ser una estrella, pero para calar hondo en el corazón de la gente de tu país o de cualquier otro lugar lo más importante es tu forma de ser, tu manera de conducirte, tu carácter, tu comportamiento ante cualquiera. A veces me saludan en la calle y mi hijo me pregunta si conozco a la gente, pero en realidad eso es lo de menos. Si alguien te saluda, por qué no devolverle una sonrisa; si me piden una foto, por qué no acceder.

Hay que ser agradecida, como mismo son conmigo. A mí en ocasiones no me dejan hacer una cola, o si me monto en un carro no me dejan pagar. Son pequeños detalles, pero de un gran valor, porque me demuestran que la gente me recuerda y me estima. 

He visto campeones, o artistas, que quizás tengan más méritos que yo, pero no trascienden tanto entre la gente porque son arrogantes, engreídos. Si eres un personaje público, te debes a las personas. Al final todos somos seres humanos, iguales. 

Fidel Castro dijo que para salvarte se juntaron “un milagro de la ciencia y la técnica con un milagro de la voluntad humana”. ¿Cuánto hay de milagro, de ciencia y de voluntad en tu recuperación?

Creo que hay mitad y mitad. Cuando yo llegué al hospital tenía quemaduras de segundo y tercer grado en un 38 % de mi cuerpo, y era imposible garantizar que me iba a salvar, por lo que ciertamente algunos lo ven como un milagro. Pero, por otra parte, los médicos hicieron un esfuerzo enorme y merecen todo el reconocimiento por su trabajo.

Ellos se ganaron su medalla olímpica por el trato que me dieron, por las atenciones, por sus desvelos, por su perseverancia. Ellos me ayudaron a dar mis primeros pasos dentro del hospital “Hermanos Ameijeiras”, donde hice casi todo el proceso de rehabilitación. Yo digo que esa es mi segunda casa, y todavía hoy tengo las mejores relaciones con los médicos y paramédicos que me atendieron. Estaré eternamente agradecida.

El otro porciento de la recuperación es mío. Saqué fuerzas de donde no había porque tenía deseos de vivir, y esos deseos me mantuvieron siempre firme y enfocada en lograr nuevas metas. Yo sé que muchas personas dudaron de que yo lograría regresar, pero cada vez que escuchaba cualquier cosa negativa sobre mi rehabilitación, ni siquiera me molestaba, eso me empujaba a trabajar más, a pelear y pelear.

En un trabajo del diario El País de 1995 dices que nunca pensaste recuperar tu estado de forma anterior, sin embargo, lograste un altísimo nivel otra vez. Desde el punto de vista atlético, ¿en qué momento te das cuenta de que podías recuperar tu potencia habitual?

Cuando Fidel me vio por primera vez después del accidente me dijo que no importaba si yo no volvía a correr, lo importante era que me recuperara y que pudiera seguir con mi vida. Pero yo hice el compromiso de regresar a las pistas, yo quería regresar a las pistas, lo que nunca pensé hacerlo a tan buen nivel.

Tenía muchas dudas porque prácticamente había perdido la movilidad de los brazos y el cuello, lo cual dificultaba mucho el desplazamiento en carrera. Ese problema no se podía solucionar a corto plazo, pues debía esperar un año para hacer cirugías plásticas, como indica el protocolo con las lesiones de quemados.

A pesar de esas limitaciones logré correr en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce, a finales de 1993, solo unos meses después del accidente. En ese momento, sin estar ni siquiera al 60 % de mi capacidad, gané una medalla de plata y entendí que si me sometía a las cirugías podría competir otra vez al máximo nivel.

Fue cuando comencé un proceso intenso de operaciones plásticas y reconstructivas para recuperar la oscilación de los brazos y la movilidad en las partes dañadas del tren superior (las manos, las axilas, el cuello). No sabía si eso me devolvería la potencia, pero me propuse pasar por todos los procedimientos médicos necesarios y ver si podía acercarme entonces a mis mejores marcas en los entrenamientos.

La preparación física posterior fue muy dura, pero vi los frutos enseguida. Recuerdo que el ilustre doctor Mario Granda siempre me acompañaba a los entrenamientos en la playa, en la loma de Santa María. Yo bajaba corriendo y él iba en el carro; recorría un tramo, paraba, me tomaba el pulso, volvía al otro tramo, y así sucesivamente. Él me decía que era impresionante mi capacidad de recuperación entre un tramo y otro.

Creo que eso solo fue posible por la base física que traía de antes del accidente, eso me ayudó mucho para entrenar a tope y tener la posibilidad de competir nuevamente al máximo nivel.

En noviembre de 1993, a solo diez meses del accidente, regresas a las pistas en los Centrocaribe de Ponce en 1993. ¿Qué recuerdos tienes antes del disparo de salida en el estadio Francisco Montaner?

Esa carrera fue el despertar. Recuerdo que la gente me aclamaba en el estadio, y eso me dio más confianza, me dio fuerzas para seguir por retos grandes, para considerar realmente todas las intervenciones quirúrgicas.

No pude ganar. Venía con un importante déficit competitivo y de entrenamiento, además de que tenía una gran rival en la surinamesa Leticia Vriesde, que había alcanzado el bronce en los Panamericanos de La Habana. Terminé con la medalla de plata, pero lo más importante es que empecé a perder el miedo escénico en las condiciones en que me encontraba.

Ponce 93 el regreso de Ana Fidelia CUBA

Las finales de Ponce 1993, Göteborg 1995, Atlanta 1996 y Atenas 1997 deben tener un sabor especial para ti. ¿Podría decirse que alguna de ellas es la carrera más importante de tu vida?

Yo tengo dos carreras importantes. La primera, por la magnitud de la marca, fue en 1989 en la Copa del Mundo de Barcelona, cuando hice el 1:54.44, el quinto registro de todos los tiempos en los 800 metros y el mejor de Cuba y de América. En ese momento estaba imbatible, con una forma física espectacular.

Ahora, por encima de esa, a pesar de que no logré un resultado superior en cuanto a marca, está la final del Mundial de 1995 en Göteborg, Suecia. Fue un 13 de agosto, no se me olvida. Ese día, después de perder casi un año de competencias, después de estar al borde de la muerte, volví a ser la número uno del planeta.

Recuerdo que esa temporada no fue sencilla, porque no tenía el tiempo para competir en el Mundial. En aquel momento, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF, por sus siglas en inglés) daba una marca de clasificación y cada país podía modificarla mínimamente, pero en Cuba siempre se ha apostado por tener finalistas en los grandes eventos y por ello se buscaba que los atletas cumplieran con los requisitos de la IAAF.

El problema es que aquí en La Habana, al no tener rivales, era prácticamente imposible que yo lograra la marca de clasificación. Lo intenté en la Copa y en el Barrientos y no bajé de los dos minutos. Entonces se decidió que saliera del país sin el registro exigido, a buscarlo fuera. Había algunas dudas por esa idea, pero estaba convencida de que si me probaba en seis o en siete carreras antes del Mundial podía conseguir lo que pedía la IAAF.

Y así mismo fue, en Montecarlo, el 25 de julio de 1995, hice 1:57.69 en una carrera que me ganó Mutola con 1:57.40, tiradas las dos en la meta. Esa fue mi marca para el Mundial de Göteborg, donde la rebajé todavía más hasta llegar a 1:56.11, y me llevé el oro.

https://www.youtube.com/watch?v=CGO-GqvSN5Q

Aquella final en Suecia fue la carrera de mis sueños, la carrera de mi vida, y la carrera del agradecimiento, por encima de todo. Agradecimiento a las personas que me apoyaron, que me alentaron; agradecimiento a la medicina cubana; agradecimiento a ese que nunca me abandonó: mí querido Comandante Fidel Castro.

Tu última carrera de 800 metros registrada por World Athletics es la final de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Maracaibo, Venezuela, en 1998, año en el que no lograste bajar de los dos minutos en ninguna competencia. Mirando en retrospectiva, ¿hubieras preferido no correr en esa temporada?

Yo me quería retirar en 1998 y no quería ir a los Juegos de Maracaibo, porque no había cumplido con los parámetros de volumen e intensidad en los entrenamientos, y no había participado en ninguna competencia. Me enfermé con una hepatitis C y durante mucho tiempo me trataron con Interferón, pero no estaba bien, no podía lograr en la preparación cosas que habitualmente yo hacía con los ojos cerrados.

Mira, yo nunca me paré en una sesión de trabajo por ningún dolor, jamás me paré, pero ese año tenía que detenerme en distintos tramos de carrera. Me costaba muchísimo sostener el ritmo y no me sentía preparada para los aquellos Centroamericanos, pero me dijeron que como abanderada de los Juegos debía estar.

Por eso fui a Maracaibo, pero a la larga tuve razón. Ni siquiera entré en el medallero, a pesar de que la mejor en los 800 metros no bajó de los dos minutos. Fue un momento muy triste, porque me habría gustado retirarme en alto.

El doping ha afectado mucho al deporte, particularmente al atletismo. Tú eres de las estrellas mundiales que no se le puede señalar nada en ese sentido. ¿Cómo uno logra mantenerse totalmente al margen de estas tendencias en la que muchas rivales se auxiliaban? ¿Cómo aislarse y decir “yo no voy a caer en esto”?

Lo principal es la educación que a una le dan. En Cuba, desde que empiezas en el deporte de alto rendimiento te hablan de lo que es el doping, de que puedes morir joven, de que puedes afrontar distintos problemas de salud o cargar con secuelas como ser humano.

A partir de ahí, de ese conocimiento que aprendes, es que puedes lograr mantenerte lejos siempre del doping en cualquiera de sus manifestaciones. En Cuba siempre hemos buscado los mejores resultados, siempre hemos sido muy competitivos, pero siempre hemos velado por tener atletas sanos, que cuando se retiren puedan llevar una vida saludable, formar una familia sin riesgos.

En mi caso, jamás me tomé una cucharada de nada, me costaba trabajo hasta ingerir los recuperantes que nos suministraba el personal médico. Me hicieron cientos de pruebas de doping, perdí la cuenta, hasta embarazada vinieron a verme a hacerme un examen. Pero mi doping siempre fue trabajar fuerte, comerme los entrenamientos y cumplir al pie de la letra lo que me decían los preparadores.

“Mi doping siempre fue trabajar fuerte, comerme los entrenamientos y cumplir al pie de la letra lo que me decían los preparadores.” Foto: Otmaro Rodríguez.

¿Por qué no ha surgido una nueva Ana Fidelia en el atletismo cubano?

Algunos atletas que han llegado a competir con buenos resultados a nivel internacional hacen muy buenas carreras hoy y mañana otras horribles. Es un fenómeno para analizar. Nos hemos caracterizado por tener corredores en los 800 metros, desde Juantorena, Norberto Téllez o Zulia Calatayud, que en mayor o menor medida basaron sus éxitos en la estabilidad de su rendimiento, lo cual ahora no se ve, hay muchas fluctuaciones.

Sin afán de juzgar a nadie, creo que eso se debe en gran medida a la falta de disciplina. Los atletas de ahora no son como los de mi época. No puedo generalizar, pero muchos ahora cuestionan los planes de los entrenadores y quieren hacer lo que les da la gana. A mí, el entrenador me decía “ponte de cabeza”, y yo me ponía de cabeza, porque haciendo lo que me estaba indicando era campeona mundial. Ahora hay atletas que llegan a tener buenos resultados y después no quieren hacerle caso a nadie.

No quiero decir que no se quejen, que no discutan, que no cuestionen, que no exista debate, porque eso tampoco tiene sentido, pero lo que no puede pasar es que te insubordines y dejes de hacer lo te manden.

Además del talento, el esfuerzo y la voluntad de superación, ¿cuál sería el otro pilar indispensable en la carrera de Ana Fidelia?

Mi familia. Siempre tuve el apoyo incondicional de mi mamá, desde que estaba en la EIDE “Capitán Orestes Acosta”, en Santiago de Cuba. Además, vengo de un hogar puramente deportivo. Mi papá fue boxeador profesional en los años 60, bueno, pero no disciplinado. Mi hermana fue jugadora del equipo nacional de baloncesto, decidió el partido que le dio a Cuba el boleto a los Juegos Olímpicos de 1984. Mi hermano también transitó por las filas del equipo nacional de atletismo…

Nos hemos apoyado mucho los unos a los otros en todo este tiempo, pero yo les debo a todos el doble, porque han sido un sustento muy importante para mí, en particular durante esos años difíciles después del accidente.

Ya más para acá, mis hijos y mi esposo han sido una especie de tercera medalla olímpica en mi carrera. Ellos llegaron en el momento preciso y me han hecho muy feliz durante los últimos 20 años, me han dado nuevos aires y fuerzas para perseguir nuevas metas.

Sin ellos, por ejemplo, quizás no hubiera materializado el título de Máster en Psicología del Deporte, un logro enorme en mi vida. Es algo de lo que no hablo mucho, pero me enorgullece eso de luchar por superarme y de aplicar de alguna manera todo lo que aprendí desde el punto de vista psicológico durante mi recuperación tras el accidente.  

Al principio tenía un poco de miedo meterme en esa especialidad, pero gracias al apoyo de mi familia y al empeño de mi tutora Marta Cañizares logré graduarme a finales del año pasado.

¿Qué significa Cuba para ti?

Quizás en otro país, siendo mujer negra, pobre y de un pueblo de campo, también hubiera podido convertirme en una campeona, pero me hubiese costado mucho más trabajo. Aquí yo he recibido todo el apoyo para llegar a ser lo que soy; aquí he podido estudiar y prepararme, he podido formarme como deportista y profesional; aquí no he tenido que renunciar a mis sueños…

Cuba representa mucho. Le estoy eternamente agradecida al país que me salvó la vida. Con todo el dinero del mundo no podré pagar todo el tratamiento que me dieron en los hospitales, todas las cirugías plásticas… Si vuelvo a nacer, quisiera que fuera en esta isla linda, de solidaridad, de hermandad y de tanto carisma.

Para mí, Cuba es mi vida.

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