“Nunca me permitiría renunciar a ser cubano”

Homenaje a Javier Sotomayor en el Bar 2.45, en La Habana. Foto: Ricardo López Hevia.

Homenaje a Javier Sotomayor en el Bar 2.45, en La Habana. Foto: Ricardo López Hevia.

Hace varias semanas OnCuba invitó a sus lectores a preguntar todo lo que quisieran de Javier Sotomayor. Hoy publicamos la I parte de su diálogo en el que el rey de las alturas cumplió su promesa de responderlo todo.

Javier Sotomayor Sanabria es tan grande que prácticamente no cabe por la puerta de su mansión en Miramar. Nos recibe gustoso, siempre atento, con una deferencia tras otra, a la altura de alguien excepcional, tocado por los dioses con un talento innato que le brota en cada palabra, porque además de ser el mejor saltador de altura en la historia de la humanidad ha sabido llevar y defender tal distinción con singular elegancia.

Caminamos por dos salones de su casa, refinados hasta el más ínfimo detalle, alumbrados apenas por una luz tenue, un ambiente acogedor en el cual el Príncipe de las Alturas no descubre ni por un segundo sus ojos, ocultos por sus tradicionales gafas oscuras.

En un rincón a la izquierda sobresale una vitrina, adornada por trofeos de todos los tamaños y brillos, zapatillas clásicas Adidas, además de una pequeña bandera del Real Madrid. Más adelante, una descomunal imagen suya sobrepasando la varilla a 2.45 metros, números gigantes que también decoran la entrada de su Sport-Bar, que pondrá nuevamente en funcionamiento en octubre.

Allí, al aire libre, se acomoda sobre unos enormes cojines y, como preámbulo del diálogo, agradece a los lectores de OnCuba por el pergamino de elogios. Luego, sin demora, demanda las interrogantes, que, me confiesa entre risas, espera no sean demasiado exigentes.

– Limonar, Matanzas… ¿Cómo fueron los inicios de Sotomayor en el deporte?

Yo nací en Matanzas, pero me crié en Limonar y allí, con diez años, di mis primeros pasos en el deporte en un área especial donde practicaba pentatlón pioneril, era una obligación en la categoría.

Recuerdo que dentro de las cinco pruebas estaba el salto de altura, principal motivo por el que lo practiqué, porque no me gustaba en lo más mínimo. Incluso, de esa área de entrenamiento me botaron porque no quería saltar, pero en la EIDE me pusieron con un entrenador de salto, como quien dice, al que no quiere caldo le dan tres tazas.

Aún así yo seguía renuente, tanto que el primer fin de semana que fui a la casa no quería regresar, solo que mi familia me convenció y accedí

– Eso marca un antes y un después…

Claro, de no ser así mi vida hubiera ido quién sabe por cuáles caminos. A mi me obliga a saltar Carmelo Benítez, después sigo trabajando con Remigio Amorós y José Anacleto Espinosa Reyes, hasta José Godoy Sánchez, el que me llevó a saltar 2,44.

– Pero es una historia muy larga hasta esa altura…

Todavía en la ESPA Nacional no estaba seguro de seguir en el salto. Teníamos que hacer muchos ejercicios de acrobacia y a mí me daba miedo, hasta que me convencí de que eran necesarios y comencé a perderle el temor a las alturas, al punto de que me tiré de un paracaídas, por lo que fui muy criticado en algún momento, pero no me arrepiento y lo volvería a hacer.

Ya con 14 años salté dos metros y con 17 llegué a 2,33, creo que el momento clave en mi carrera, porque un record mundial juvenil era motivo suficiente para dar continuidad a una historia.

– ¿Cómo era el entrenamiento para poder saltar tan alto?

Rutinas muy fuertes y rigurosas. Por suerte siempre fui disciplinado, con mucha voluntad y los resultados se los debo a la constancia en los entrenamientos, a la concentración en cada ejercicio, aunque el talento también influyó mucho.

– Casi sin darte cuenta llegas a la cúspide universal…

La progresión fue muy rápida y mejoraba los registros con bastante frecuencia, pero los grandes resultados, además de por el trabajo de mi entrenador y las metas fijadas, llegaron gracias a la rivalidad con otros saltadores de un nivel extraordinario, diría yo que la etapa más prolífera en esta modalidad en la historia.

– Sjoeberg, Austin, Partyka, Kemp…

Esos y otros me ayudaron a tener grandes resultados, a llevar las marcas hasta un punto tan alto, porque con 2,35 era imposible ganar una competencia. Entre ellos, el sueco Patrick Sjoeberg fue el más fuerte, con varios saltos por encima de 2,40, así como Charles Austin, la camada rusa liderada por Gennadi Avdeyenko, el polaco Artur Partyka, el rumano Sorin Matei y el bahamés Troy Kemp, que me ganó el Mundial de Gotemburgo en 1995, todos muy estables y competitivos.

– Uno de ellos buscó romperte el record mundial con tus propias zapatillas…

Cierto, fue Sorin en Bratislava, donde yo le regalé un par de zapatillas porque tenía cinco pares que la Adidas me fabricó según mis demandas, cosas como que fueran más altas, la flexibilidad, las posiciones de los clavos de apoyo y otros detalles. Aquel día Matei andaba con unos zapatos que no estaban en las mejores condiciones y les di unos míos. Después lo vi competir desde la grada por una molestia en la rodilla, saltó 2,40 y como era usual después intentó superar el record que todavía era de 2,44.

– Son muchos los escenarios en que triunfaste, pero qué representan en particular Salamanca, Barcelona y Atlanta.

Salamanca es la ciudad que más significado tiene, pues se dio la coincidencia de que logré dos records mundiales allí. Incluso, en el año 1996, cuando me encontraba muy mal por lesiones, salté 2,30 y en el Campeonato Nacional no había ni llegado a 2,15. Es decir, fue como una ciudad talismán, con mucho calor humano, yo me sentía en casa.

En Barcelona gané mi único título olímpico y el Mundial bajo techo en 1995. Además, es una de mis plazas preferidas en toda España, creo que entre Madrid y Barcelona no sabría con cuál quedarme

Y por último, de Atlanta no tengo el mejor recuerdo por el mal resultado en las Olimpiadas de 1996, pero en ese momento hubiera dado igual cualquier ciudad, el recuerdo sería negativo sin importar el lugar. Esa temporada yo había estado bien, obtuve 2,38 y, precisamente, allí logré 2,34 en el Preolímpico, pero no tuve continuidad.

Competía y paraba por molestias en la rodilla, que al final tuve que infiltrarme. Me perdí muchas sesiones de entrenamiento, no podía completar todos los programas de fuerza y salto, y bajé el nivel. Fui con fe de que algo podía salir bien pero solo alcancé 2,29 en la clasificación y ahí quedé.

– Según los videos del último record en Salamanca sobrepasaste la varilla con amplitud, por lo que se piensa que pudiste saltar más en tu carrera. ¿Te pusiste alguna meta que después no cumpliste?

Yo intenté 2,46 en varias ocasiones, pero no pude alcanzar esa marca, e incluso el 2,47 por dos cosas. La primera fue la muerte de Godoy, con quien trabajaba desde que tenía 14 años. Me costó la adaptación a mi nuevo entrenador Guillermo de la Torre, sin quitarle ningún mérito pues el record vigente lo logré con él. En segundo lugar, las lesiones se incrementaron y fueron cada vez más graves, sobre todo en los tobillos y las rodillas.

– En algún momento te preguntaron por los 2,50 metros, ¿existió alguna posibilidad de conseguirlo?

Creo que yo moriré y nadie lo logrará saltar.

– ¿Esperabas ganar el Premio Príncipe de Asturias con solo 26 años, teniendo en cuenta que históricos como Pelé y Carl Lewis se encontraban también entre los candidatos?

Estar entre los nominados no me sorprendió por los resultados del año, pero llegar a los finalistas eran palabras mayores, aunque nunca esperé ganar. Recuerdo que me enteré en Guadalajara terminando la temporada, ya veníamos de regreso a Cuba y en el aeropuerto me abordaron unos periodistas y enseguida supe que el premio era mío. Me sentí muy orgulloso por lo que representa, por los valores que reconoce.

– Cuando había logrado todos los laureles y records posibles no te pasó por la mente marchar a otros horizontes, probar en el deporte profesional

Realmente nunca me ha pasado por la cabeza abandonar Cuba, me debo a mi país, a mi gente, a mi público. Hoy, si tengo que trabajar en el extranjero, saliera con disposición, pero nunca me permitiría renunciar a ser cubano

– ¿Cómo viviste la experiencia de ser el rostro y el pulmón de un país en la década del noventa?

Yo me sentía bien, contento, satisfecho por los logros y por el cariño de la gente, pero también me sentía apenado, no solo por la situación del país, más bien apenado por mis propias circunstancias porque aún siendo la insignia del deporte o el ídolo del público tenía que ir enganchado en una guagua al entrenamiento o en bicicleta.

– En 1999 eres acusado de doping por cocaína tras ganar el título en los Panamericanos de Winnipeg. ¿Cómo viviste esa etapa, la conmoción?

Yo siempre quise participar en esos juegos para obtener mi cuarto título continental, pero el doctor Álvarez Cambra me recomendó no saltar porque tenía una hernia y me molestaba. Además, me lo dijo como una medida de precaución teniendo en cuenta que el Mundial de Sevilla estaba cercano y podía quedarme sin competir allí, incluso, con un mal movimiento existía hasta la posibilidad de quedar inválido.

Yo digo que esta la primera evidencia para darse cuenta de que no estaba dopado, porque tenía en mis manos la posibilidad de renunciar amparado en el criterio de los médicos y no lo hice. Competí a conciencia de que si subía al podio me harían análisis, por lo que era absurdo que estuviera dopado. Además, el positivo fue con una sustancia que no beneficia en nada el rendimiento, para los deportistas y para cualquier persona es perjudicial, mucho más en las cantidades ilógicas que decían tenía en sangre.

Según especialistas, con esos niveles me hubiera sido imposible competir, más bien estaría al borde la muerte.

– En aquel momento nada encajaba…

Cuando se supo lo del positivo ya yo estaba en Cuba. Mi competencia fue el último día del atletismo, por lo que casi de inmediato regresamos. Mientras, en Canadá se desató una campaña de divulgación muy prematura, al punto que casi todo el mundo lo supo antes que yo, una tremenda violación, porque debía ser el primero en enterarme.

Pero habían muchos cabos sueltos que nos permitieron probar la falsedad de las acusaciones. Por ejemplo, la bebida que ingerí fue dirigida, no tuve la oportunidad de escogerla, un tanto inocente de mi parte y un error que reconozco. Además, mi boleta llegó marcada al laboratorio pues se esclarecía que era del salto de altura, otra infracción que nos ayudó después a probar mi inocencia, aunque con mucho trabajo.

– ¿La prueba B, o peor, la prueba C?

Después de todo el espectáculo mediático que se montó nosotros presentamos un equipo para realizar la prueba B, compuesto por el difunto Mario Granda, director de medicina deportiva, y Álvarez Cambra, ortopédico, dos grandes hombres, inigualables en su trabajo, pero que en aquel momento no tenían todo el conocimiento de esos exámenes, de hecho, a partir de ahí es que se desarrolla e inaugura en Cuba el Laboratorio Antidoping con un alto nivel de especialización.

El caso es que esa prueba B no dio positiva, pero los técnicos dijeron que habían olvidado un reactivo, lo cual provocó algo inaudito, una prueba C, que no se hace en ningún lugar del mundo, por demás, en condiciones fatales, porque la muestra estuvo abierta por más de cuatro horas sin ninguna medida profiláctica y entonces si arrojó el positivo.

– Entonces…

Nosotros hicimos una acusación por lo sucedido. Estuvimos tres veces en el Panel de Arbitraje en Mónaco y siempre “nos bateaban”, hasta que al final, protegiendo al laboratorio que había cometido todas esas faltas, me dejaron competir de manera excepcional, obviando la sanción de dos años que tenía.

– ¿Quiénes nunca se separaron de ti?

Agradezco a mucha gente, mi familia, amistades, aficionados que creyeron en mí, pero sobre todo Fidel, él creyó en mi más que nadie. Hizo una campaña para tratar de demostrar las irregularidades y su mano tuvo mucho que ver en el desenlace. Especialistas de laboratorios, médicos, abogados, a todos los puso en función de probar las manipulaciones.

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 Fotos: Adriana Rodríguez 

 

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