Pestano y Lazo: un reencuentro de imágenes

El hombre que empuña el madero anclado en el home plate es Ariel Pestano. La imagen se remonta al pasado sábado en México, en la Liga Invernal Veracruzana. El jugador viste el uniforme de los Industriales de Coatzacoalcos, su rodilla izquierda está sucia, embarrada de tierra, el jugador debe haberse deslizado en alguna almohadilla antes de que fuese tomada la instantánea o simplemente uno de sus excelsos malabares detrás del plato ha dañado la pulcra presencia de su uniforme.

Ese día se abrió el telón de la temporada y con ella el andar de Pestano en esa liga. Recuerden que el villaclareño hace unas semanas partió hacia territorio azteca, con un revuelo mediático que denota la añoranza de miles de seguidores, la marcha, quizás, del último de los mohicanos de la receptoría, uno de los más grandes catchers nacidos en este país.

Tan grande que pocos han podido despedirse como él, con la emoción pasada por rabia desembocada en lágrimas, no recuerdo a nadie que se haya despedido decidiendo una Serie Nacional con un cuadrangular, y no es solamente lo que significó aquella conexión ya épica en los anales del béisbol en Cuba, sino la innegable connotación que sujeta el hecho de devolverle un título a una provincia que soñó con esa noche durante 16 años.

En el fondo de la foto, es decir, en el dugout de los Industriales de Coatzacoalcos, uno puede apreciar a parte del equipo que observa lo que será un turno al bate y digo será porque no estoy seguro de que Pestano le haya hecho swing a ese lanzamiento específicamente. Dentro de ese grupo que observa debe estar Pedro Luis Lazo Iglesias, y si no se encuentra es porque siempre ha sido demasiado inquieto como para estar sentado en los banquillos.

Un gigante del box, una ametralladora de lanzar sliders rompientes y rectas supersónicas y tenedores y cambios de velocidad, un pinareño hecho para enfrentarse de frente y con el pecho erguido al más temible de los rivales.

Pero el destino ha querido que Lazo y Pestano se vuelvan a cruzar en un diamante de béisbol después de mucho tiempo separados, a la vieja usanza, como en Winnipeg, en Sídney, en Atenas o, como en la más excitante de las veces, en San Diego. La vez de la semifinal del primer Clásico Mundial contra República Dominicana en el Petco Park.

Aquella vez que se jugaba el noveno inning de un partido trepidante (la pelota en Cuba suele remover la existencia) cuando Lazo con su mítico 99 pegado a su espalda miró hacia segunda, cuidó al corredor para que no le cogiera metros de ventaja, detalló las señas que Pestano trasladaba con sus dedos escondidos tras la mascota y lanzó aquel cuchillo de sliders que dejaría parapléjico al soberbio Alfonso Soriano. Cuba a la final del Clásico Mundial.

Con la rawling sujetada en su mano enguantada, Pestano Valdés se levantó y corrió directamente hasta al montículo para abrazar a Pedro Luis, después llegaría al instante toda la comitiva cubana desde el banco, pero ese abrazo, esa imagen inicial de Pestano y Lazo abrasados en el box y Ariel levantando la bola de la victoria y Pedro riendo a carcajadas encima de Pestano, definitivamente es uno de los momentos más esplendorosos del deporte en Cuba.

Ahora ambos están tirando sus últimas esprintadas de sus exitosas carreras, en México, en los Industriales de Coatzacoalcos.

Volviendo a la foto, ese día los rivales de turno eran los Tobis de Acayucan. Pedro Luis Lazo se subió al montículo, a unos metros, con las rodillas dobladas, armado de arreos hasta el tuétano y a la altura de un niño, Ariel Pestano conjugó señas con sus dedos para en complicidad con Lazo, lanzarle seis entradas a los Tobis permitiendo solamente una anotación agenciándose el partido con seis ponchetes propinados. Mientras, Pestano aportó un imparable a la causa del Coatza con el madero en ristre.

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