Río 2016: Confirmaciones, descubrimientos y otras hierbas

Phelps y Schooling

Phelps y Schooling

Los Juegos han llegado a su ecuador. Llevan ya una semana de contiendas, han repartido casi la mitad de sus coronas y ovacionado a atletas de todos los confines. Entre tanto bullicio y emociones, le propongo un ‘stop’ pasajero para compartir este decálogo de cosas que he corroborado o aprendido después de un centenar de horas ante la pantalla.

1.- Aprendí que el balonmano y el voleibol de playa son deportes más atractivos que el basket, a pesar de que éste haya reclutado a una legión de jugadores de la NBA y de su versión para mujeres, la WNBA. Siempre había pensado lo contrario, pero gracias al esfuerzo del piquete aguerrido de la televisión cubana he entendido que puedo vivir sin Melo Anthony, Kevin Durant y compañía. Un descubrimientazo.

2.- Confirmé que Michael Phelps es el atleta más grande de la historia. Por resultados. Por virtudes naturales. Por hambre de medallas. Por su serenidad ante el triunfo y el revés. El abrazo que le dio al joven Schooling es una lección para la vida.

Ocho años depués.
Ocho años depués…

3.- Me cercioré de que los chinos van a tomar el mundo del deporte. No será para Tokio 2020, pero a la vuelta de unos ciclos estivales vencerán en la tabla general por la clásica milla. Han escalado al podio en 12 de los 19 deportes que ya entregaron premios, y contando. Aquello de ‘tener un chino atrás’ será una obligación inevitable.

4.- Fortalecí el criterio de que el boxeo olímpico reclama una inyección de calidad. Todo torneo tiene competidores de segunda, pero aquí casi todos lo son, excepción hecha de unos cuantos cubanos y alguien más. Es terrible advertir que el noble arte –como lo definió Cortázar– se nos haya convertido en el remedo de una bronca callejera.

5.- Descubrí que Katie Ledecky debía ser suspendida de por vida por ridiculizar a sus rivales.

6.- Reparé en que se van diluyendo los estereotipos raciales que prescribían que ciertas modalidades eran única y exclusivamente para tal o más cual color de piel. Los negros brillan en gimnasia y natación, los blancos presionan en pruebas de velocidad y fondo, los asiáticos dan guerra en tenis y ciclismo…

7.- Comprobé que Mo Farah tiene a Sandokan en su árbol genealógico. El inglés es un tigre, un animal competitivo como se han visto pocos. Anda solo entre fieras etíopes y kenianas, les hace un rato el juego, las sofoca otro rato, y después las despacha a zarpazos con esas piernas fúnebres y flacas. Un portento.

8.- Acepté que los relevos generacionales son la cara dialéctica y más enternecedora del deporte. Vi a Shelly-Ann Fraser-Pryce sonreír abiertamente con Elaine Thompson, compatriota y victimaria; y a Tirunesh Dibaba, esa leyenda, festejando su bronce con la nueva matrona del fondo, Almaz Ayana. Dos postales de generosa deportividad.

9.- Me convencí de una vez y por todas de que el béisbol no puede estar fuera de las Olimpiadas. Al menos no mientras sean convocados el rugby, el polo acuático, la gimnasia en trampolín, las velas…

10.- Comprendí que la prensa cubana escribe sus pronósticos con los pies lejos de la tierra, levitando. Y que ser mesurado a la hora de hacer vaticinios puede implicar que te consideren, en el mejor de los casos, pesimista. Tal parece que para ser ideológicamente confiable –que es el término al uso– hiciera falta vaticinarle una medalla a cada compatriota.

Rio-2016

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