Río 2016: Ortega, la televisión cubana y el absurdo

Orlando Ortega, de Cuba, gana plata para España.

Orlando Ortega, de Cuba, gana plata para España.

 

Se iba a correr la final de los 110 metros con vallas. Los favoritos eran el jamaicano Omar McLeod y el norteamericano Devon Allen, dueños de las mejores marcas de la temporada. Después de ellos, con el cuarto crono de 2016, se postulaba un mulato vestido de español.

Orlando Ortega había corrido antes por su país de origen, Cuba. Bronce en los Panamericanos de Guadalajara, sexto en la final olímpica de Londres, el artemiseño se vislumbraba como el relevo generacional de Dayron Robles. Sin embargo, un día nos desayunamos con que había decidido emigrar.

Le tomó tiempo poder competir por otro pabellón. Hubo un período de dimes y diretes, protestas y reclamaciones, hasta que hace muy poco la IAAF le dio permiso para correr en Río. Y allá se fue el mulato con un montón de sueños en el bolso. Ganó su heat preliminar. Encabezó después una semifinal. En la carrera por los premios, ya de noche, entró segundo y se le vio gritar de contentura.

No más que eso le vimos hacer. Enseguida la transmisión pasó a los estudios en La Habana, los conductores nos echaron tres o cuatro cortinas de humo y la señal volvió a Brasil para un juego de basket. Ni siquiera se pudo precisar quién había obtenido la presea de bronce. Fue un corte grosero. Intempestivo. Improcedente.

Mientras esto pasaba, ojiplático y con vergüenza ajena, me vino a la cabeza el chiste que me contó un amigo sobre el proceso de selección para los futuros miembros del KGB en la antigua URSS. Es una chanza que, por medio de la hipérbole, pretendía poner al desnudo el funcionamiento de las mentes rígidas. Justo esas que aún a estas alturas –en la segunda década del siglo XXI- se encargan en Cuba de la transmisión televisiva de las Olimpiadas. Lo dejo con el cuento…

Había cuatro candidatos para ingresar al KGB. Cuando el primero entró en la oficina de reclutamiento le preguntaron cuánto era 2+2. “18”, respondió. “¿Está seguro de eso?” “Bueno, no, creo que son 43”. “Este hombre está apto para ser reclutado, concluyeron sus examinadores. No es inteligente pero sí flexible, reconoce sus errores e intenta resolverlos”.

Entró el siguiente. “¿Cuánto es 2+2?” “2+2 es 70”. “¿Está seguro de eso?” “Por supuesto, no tengo la más mínima duda”. “Este hombre puede pertenecer al KGB, dijeron. No es inteligente, pero le sobran decisión y carácter para mantener su criterio”.

El tercer candidato, enfrentado a la misma interrogante, contestó: “¿Cuánto quieren ustedes que sean 2+2?” “Este hombre es perfecto, observó uno de los expertos. Puede no ser inteligente, pero está dotado de disciplina y capacidad para acatar las órdenes”.

Entonces llegó el cuarto. “¿2+2?” “Obviamente son 4”. “¿Seguro?” “Totalmente. 2+2 son 4 desde los tiempos de Pitágoras, Thales de Mileto, Euclides, Eratóstenes”… “Denegado, acordó unánimemente el tribunal. Este hombre conoce a demasiados extranjeros”.

Hasta aquí el chiste de mi amigo. Ahora acomódelo a las circunstancias de anoche, con Ortega triunfando sobre el resto y una mano siniestra arrancando de cuajo las imágenes. Como si denegar al hombre nos resolviera algún problema.

Rio-2016

 

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