Río 2016: Parecía que Bolt…

Usain Bolt

Usain Bolt

Parecía que esta vez sí. Se pensaba que al borde de los treinta y tras una temporada coja por lesiones, Usain Bolt iba a tener que aceptar la derrota. El escenario idóneo, parecía, era la prueba del hectómetro, más propensa que todas las otras a tender al sol los descosidos de los años.

Gatlin sería el verdugo. Al menos eso parecía cuando se contrastaban los resultados de ambos en los últimos tiempos. En Londres 2012, Bolt le había ganado por 16 centésimas. En Moscú 2013, por 8. En Pekín 2015, por una. Es decir, por la décima parte de lo que tarda un pestañazo. Cuatro pulgadas, si lo vamos a ver físicamente.

Este año, mientras el jamaicano se lo había pasado en el muro de las lamentaciones –primero un pie inflamado, luego un problema en los isquiotibiales–, el estadounidense no paró de generar cintillos. Tenía las dos mejores marcas de 2016 (9.80 y 9.83), y parecía estar en condiciones de poderle al motivo de sus peores pesadillas.

Arrancaron, y justo en el momento que arrancaron parecía que Gatlin iba a alcanzar la redención de aquellos dos positivos por dopaje. Dominó la carrera hasta los setenta metros con ese paso hermoso, acorcelado, único, y a lo largo de siete segundos soñó con la gloria que un día premió a Kramnik cuando mató a Kasparov.

Pero Bolt es una síntesis de Supermán y Messi, de Da Vinci y Alí, de Jordan y Jesús, y Bolt corrió como un caballo herido, vino de atrás –el sello de la casa- y hasta aflojó la marcha en los metros decisivos, más por costumbre que por afán humillador, y sonrió después con esa cara de perdonavidas inocente. Entonces, lo que ya le sabemos: el ritual del flechero, la bandera atada al cuello, los saludos en modo pies descalzos…

Desde las Olimpiadas del año 2008 hasta la fecha, Usain Bolt ha ganado siete títulos de siete posibles (muy pronto van a ser nueve de nueve). Y desde los Mundiales berlineses para acá solo perdió uno de doce oros, y  eso, por descalificación. Parecía que ahora, más maduro y tal vez menos motivado, era el momento de los otros. Sobre todo de Gatlin, que pasó varios meses puliendo la salida y retocando su carrera en el Photoshop de la biomecánica.

Era el ahora o nunca. El día D. Parecía que el cielo se iba a encapotar para el desaliñado reggae boy, pero la matemática es una ciencia exacta y 9.81 siempre será menor-mejor que 9.89. (Tan enorme se nos ha hecho ante los ojos, que su marca dejó un regusto amargo. En el futuro, una vez que se haya retirado, aplaudiremos cada vez que alguien la logre. Tiempo al tiempo).

Es un hecho: el Relámpago va a pasar invicto por las Olimpiadas. La ocasión de los otros, la del mundo No-Bolt, era esta prueba desaprovechada. En descargo de Gatlin and Company hay que decir que les sobraron ganas y trabajo, sacrificio y ambiciones. Sueños lindos. Lo que ocurre es que usted puede prever los huracanes, pero no deshacerlos.

Rio-2016

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