Río 2016: Primeros fotogramas

Vanderlei de Lima llevó la llama olímpica al pebetero. Foto: EFE.

Vanderlei de Lima llevó la llama olímpica al pebetero. Foto: EFE.

 

Las Olimpiadas siempre empiezan así, como desperezándose. Despiertan una y otra vez tras un sueño de cuatro años, y les toma unos días acomodarse al ritmo que la gente les reclama. Por eso no hay que impacientarse: Río 2016 todavía tiene mucha secuencia linda que dejarnos.

A mí, que pertenezco a la especie de los que gozan el deporte desde el aperitivo al postre, ya me ha alterado el pulso en varias ocasiones. Quizás sea porque, a diferencia de mucho aldeano vanidoso que conozco, no me limito a ver a los cubanos –coño Mestre, qué cerca estuviste…- y puedo emocionarme hasta la lágrima (o la frontera misma de la lágrima) con la sonrisa ya inmortal de Shelly Ann Frazer o el momento en que el Tiburón de Baltimore, un genio de 19 títulos, saca del agua la cabeza y mira a los relojes para gritar un “yeah” que significa “I did it”.

Hasta ahora, repito, me ha conmovido algún que otro pasaje. El primero, cuando los organizadores le encargaron encender la llama a Vanderlei de Lima, el pobre Vanderlei, el llorador de aquel absurdo olímpico que lo privó de su medalla de oro en Atenas 2004. Traicionado a las puertas de la gloria –un imbécil vestido de fanático le rompió el ritmo de carrera al empujarlo en el último tramo de la maratón-, ahora encendió feliz y redimido el pebetero sin que Cornelius Horan, el imbécil de marras, se cruzara en su camino.

Vanderlei de Lima
Vanderlei de Lima fue interrumpido por un aficionado.

Igual, me sacudió el esfuerzo estéril de Mara Abbott, la ciclista del norte que acarició el mejor lugar del podio. Varios kilómetros rodó en plan de llanera solitaria –sabrá Dios cuántas veces había soñado ella ese momento y el de cruzar la meta y el de colgarse el oro y el de gritar alguna palabrota con la mirada puesta en los celajes-, y a menos de cien metros del estambre imaginario, como balas en la cartuchera del demonio, aparecieron tres mujeres para rebasarla. Mara Abbott, sin fuerza a esas alturas, solo las vio pasar y, por vergüenza, supo cargar todo el dolor del mundo en los pedales.

Vuelvo a Mestre, guerrera de los pies hasta el judogui. Se apuró en la pelea por el bronce y un contraataque fulminante la dejó sin recompensa. Como la sinfonía humana de los Juegos Olímpicos no se acaba con el cierre de las competiciones, unas horas después, seco el llanto y aplacados los nervios, escribió en Facebook esta maravilla agradecida: “A todos los amigos que me han escrito (…) y a mi pueblo cubano que seguro sufrió mi derrota, yo me entregué al máximo en cada unos de mis combates y desgraciadamente esa medalla que tanto anhelaba no cayó (…). A mis compañeras de mi equipo, que lloraron a la par mía, muchas gracias”.

Arrellánese en la butaca, amigo mío, que esto es solo el comienzo de la fiesta.

 

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