A ambos lados del bloqueo

Cerca del 80 por ciento de la población cubana ha vivido bajo los efectos del bloqueo financiero y comercial de Estados Unidos contra Cuba, que comenzó a desplegarse en octubre de 1960. Ese argumento, más allá del dato meramente estadístico, remite a la idea de que la mayoría de los cubanos no conoce otra realidad como no sea la de privaciones en su vida cotidiana; y que hemos crecido viviendo sus efectos de modos brutales o sutiles. También la mayoría de los cubanos sabemos que al bloqueo “externo” se le han sumado las formulaciones del “bloqueo interno”: los “no” multiplicados, enraizados, las prohibiciones e imposibilidades…

A pesar de que la política de normalización que han comenzado desde el 17D ambos países pretende reconstruir las relaciones en una fase postbloqueo, las sanciones permanecen. Es muy probable que el presidente Obama se marche de la Casa Blanca el próximo enero sin haber podido persuadir al Congreso para que desearticule esa política de agresión.

El bloqueo continúa, y tiene dos caras, como recuerda en esta crónica la periodista Katia Siberia, aparecida originalmente en su blog La letra de Siberia. OnCuba sugiere, en su sección Ecos, esta lectura:

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A ambos lados del bloqueo

Lo peor del bloqueo, después del bloqueo mismo, es que nos termine pareciendo normal, que vivamos acostumbrados al “no poder” y al “no tener” el resto del año y que septiembre y octubre vengan a recordárnoslo con más fuerza. Que el mundo diga NO y nosotros sigamos inalterables y bloqueados, adaptados como la mejor de las especies. Y eso ha sido también, lo “mejor” del bloqueo, que nunca hayamos encontrado un mes para rendirnos y que septiembre y octubre vengan a recordárnoslo con más fuerza.

Lo peor del bloqueo fue que mi madre en los 90 “prefiriera” el pan con frijoles porque el arroz,  “no le gustaba” y yo intentaba darle probaditas a ella  “porque así, con arroz, es más rico”. Y sería, también, lo mejor del bloqueo porque entendería luego la belleza de las mentiras que consiguen arropar el alma.

Lo peor del bloqueo fueron las zapatillas de tela con suelas resbaladizas que no dejarían salva una cámara harta de ponches; aquellos jabones de sosa caústica que primero daban picazón y luego… más picazón. Y, al mismo tiempo, fue, acaso, lo mejor: la inventiva sin par que despertó la creatividad cuando parecía que el sueño quedaría atragantado de tanto nudo en la garganta.

Lo peor del bloqueo fue aquel llanto (en realidad, perreta) por un muñeco enorme, mientras mi madre trataba de convencerme de que, aun con dinero, no podía comprarlo porque no tenía cupones. Lo mejor de este bloqueo fue que hubiera que compartirlo casi todo y que entendiera, ya de grande, que el racionamiento debió más a la justicia del acto solidario que al afán de evitar posesiones y enriquecimientos.

Lo peor del bloqueo fueron ciertas clases de Historia en las que el Diferendo Estados Unidos- Cuba era una retahíla de fechas y sabotajes que uno intentaba memorizar en vano sin que alcanzara la memoria. Lo mejor del bloqueo fue tener, precisamente, memoria para no olvidar que una retahíla de fechas y sabotajes dejaban muerte, que no importaba la precisión del calendario, sino el recuerdo involuntario de lo que desde el Norte se gestaba.

Lo peor del bloqueo es que muchos descuidos e inapetencias cubanas se han cobijado en él. Lo mejor, quiero pensar, que en el camino hacia la normalización algunos “techos” quedarán sin cobija.

Lo mejor: así, sin grado peyorativo, ha de ser que un día cualquiera, un cubano cualquiera, piense en el bloqueo y se eche a reír con esa sonrisa que pone uno cuando, a la fuerza, espanta la amargura. Algunos lo llaman supervivencia.

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