Para la política de Biden hacia Cuba, el “dando y dando” está condenado al fracaso

A seis años del histórico anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, el gobierno de Biden podrá retomar ese camino.

Durante el recorrido por la Habana Vieja del presidente Barack Obama en su visita a Cuba, marzo 2016 (Archivo). Foto: Ismario Rodríguez

Este 17 de diciembre se cumplen seis años del histórico avance llevado a cabo por el presidente Obama en las relaciones con Cuba. La administración entrante tiene la oportunidad de revivir el exitoso détente que, como vicepresidente, Joe Biden respaldó y apoyó. Sin embargo, como presidente Biden enfrentará una feroz presión política para exigir quid pro quo1 a los líderes cubanos a cambio de levantar las sanciones punitivas que Trump impuso durante los últimos cuatro años en su obsesiva búsqueda por sabotear el mayor logro en la política exterior de su predecesor en la política exterior estadounidense.

Pero el enfoque de reciprocidad es una receta para el fracaso, como saben perfectamente los opositores a la normalización de las relaciones con Cuba. Mientras Biden y su equipo de política exterior se enfrentan a los vientos políticos cruzados que inevitablemente traen cualquier cambio positivo en la política de Estados Unidos hacia Cuba, es importante recordar cómo el presidente Obama abrió con éxito lo que llamó “un nuevo capítulo” en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba que promovió los intereses de Estados Unidos, así como los del pueblo cubano.

La política de “engagement positivo” de Obama había entrado en vigor apenas dos años antes de que la administración Trump comenzara a desmantelarla. “Estoy cancelando el acuerdo completamente unilateral de la última administración con Cuba”, anunció Trump en junio de 2017, afirmando, falsamente, que Estados Unidos no había obtenido nada a cambio de normalizar las relaciones.

Durante los últimos años, el gobierno de Trump ha cancelado o revertido prácticamente todos los componentes importantes de la política de Obama hacia Cuba. Obama utilizó la autoridad ejecutiva para ampliar los viajes a Cuba; Trump ha hecho que viajar sea casi imposible al cancelar las licencias de “people to people” (pueblo a pueblo), los intercambios culturales y el servicio aéreo comercial, y al prohibir a los residentes de Estados Unidos alojarse en hoteles cubanos. Obama quitó los límites anteriores a las remesas familiares; Trump las ha vuelto a limitar y ha hecho casi imposible que los cubanoamericanos transfieran fondos a sus familiares en la Isla. Obama otorgó licencias a empresas estadounidenses para operar en Cuba; Trump las rescindió. Obama restauró plenas relaciones diplomáticas y dotó de personal a la embajada y el consulado en La Habana; Trump redujo la embajada a un personal mínimo y cerró el consulado.

Además, la diplomacia que adoptó Obama al tratar con el gobierno cubano ha sido reemplazada por la misma mentalidad intimidatoria imperial que definió seis décadas de inútiles esfuerzos estadounidenses para derrocar la Revolución cubana. Trump ha exigido repetidamente que Cuba cambie su sistema de gobierno y abandone su apoyo al asediado régimen de Maduro en Venezuela, o se enfrente a una escalada de sanciones económicas diseñadas para someterlo por hambre. Los líderes cubanos han rechazado este intento de extorsión diplomática al igual que rechazaron la exigencia de Jimmy Carter para que salieran de África, la exigencia de Ronald Reagan para que salieran de Centroamérica y la exigencia de George W. Bush de que rehicieran Cuba a la imagen de Estados Unidos.

Sin embargo, quienes se oponen a mejorar las relaciones con el gobierno cubano, como el senador Marco Rubio, ya están instando a Biden a “seguir los pasos del presidente Trump” en lugar de “volver a la política fallida del gobierno de Obama de recompensar a Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel… por décadas de comportamiento represivo”. Sin duda, los republicanos exigirán que Biden haga de la terminación de los lazos de Cuba con Venezuela una condición previa para cualquier cambio en las políticas punitivas de Trump. Biden puede verse tentado a darse a sí mismo cierta cobertura política adoptando un enfoque gradual en el compromiso político, pidiendo a Cuba que libere a los presos políticos y liberalice su régimen a cambio de restaurar una política de apertura. Sería un error.

Como documentamos en nuestro libro, “Back Channel to Cuba”, la historia de las negociaciones entre Washington y La Habana demuestra que los líderes de Cuba se oponen resueltamente a los condicionamientos para negociar mejores relaciones y rechazan tajantemente las demandas de concesiones relacionadas con sus asuntos internos o política exterior —incluso cuando los funcionarios estadounidenses pusieron sobre la mesa de negociaciones el fin del embargo económico. Los predecesores de Biden intentaron el enfoque quid pro quo con Cuba, repetidamente, y fallaron en todas las ocasiones.

Henry Kissinger, en conversaciones secretas con los cubanos en 1975, propuso un “paquete” de pasos discretos y recíprocos que conducirían a la total normalización de las relaciones. Pero cuando Fidel Castro envió tropas cubanas para ayudar en la lucha anticolonial en Angola y Ronald Reagan criticó a Kissinger y al presidente Gerald Ford por ser blandos con Cuba, Kissinger interrumpió las conversaciones.

Jimmy Carter también intentó un enfoque de pasos en incremento. Poco después de su toma de posesión, emitió una directiva presidencial secreta para negociar la normalización de las relaciones “a través de pasos recíprocos y secuenciales”. Pero una serie de sesiones secretas de negociación entre funcionarios estadounidenses y cubanos, incluido el propio Castro, se estancó ante la demanda de Carter de que Cuba retirara sus tropas de África antes de que Washington levantara el embargo. “Quizás sea idealista de mi parte”, dijo Castro a los negociadores estadounidenses, “pero nunca acepté las prerrogativas universales de Estados Unidos” para dictar cómo los países más pequeños conducen su política exterior.

Bill Clinton definió su estrategia de quid pro quo como una “respuesta calibrada”. Washington respondería proporcionalmente a los gestos positivos de Cuba. Pero en el Congreso, los enemigos de la mejora de las relaciones se movilizaron para socavar la capacidad de acción de Clinton, y el gradualismo de la administración fue superado por eventos desestabilizadores como la crisis migratoria de los balseros en 1994 y el derribo de los aviones de “Hermanos al rescate” a principios de 1996.

El presidente Obama comprendió las lecciones de esta historia. Pero también creyó que al hacer una inversión a largo plazo en el compromiso político con Cuba, en lugar de exigir ganancias inmediatas, su administración podría promover una multitud de intereses estadounidenses y crear un entorno que alentaría un cambio positivo en Cuba. Su decisión de tomar medidas unilaterales y radicales para normalizar las relaciones diplomáticas y abrir la puerta a la interacción económica y cultural resultó fundamental para el éxito de su iniciativa de política hacia Cuba, aunque duró poco.

Cronología: Relaciones Cuba-EEUU a cinco años del “deshielo”

A pesar de las repetidas falsedades de Trump sobre el “acuerdo unilateral” de Obama con Cuba, la política de compromiso político positivo logró resultados notables, a pesar de su corta duración. La apertura de Obama permitió a cientos de miles de ciudadanos estadounidenses ejercer su derecho constitucional de viajar a la Isla y conocer las realidades de Cuba por sí mismos, entre ellos Jill Biden, quien pasó cuatro días allí en octubre de 2016 interactuando “con una diversa gama de cubanos sobre temas relacionados a la cultura, la educación y la salud”, según un comunicado de prensa de la Casa Blanca.

El influjo de viajeros estadounidenses apoyó la rápida expansión del sector privado de Cuba, proporcionando a decenas de miles de cubanos empleo e ingresos independientes del sector estatal. La autorización de Obama a empresas de tecnología como Google para ayudar a Cuba a modernizar su conectividad a Internet contribuyó directamente a brindar al pueblo cubano un mayor acceso a la información y oportunidades de libre expresión en la esfera pública digital. El pleno restablecimiento de las relaciones diplomáticas, y el tono civil de la diplomacia que lo acompañó, produjeron 22 acuerdos bilaterales sobre temas de interés mutuo, creando un marco para la colaboración continua en materia de lucha contra las drogas y el terrorismo, y la preservación del medio ambiente, la gestión de desastres y la inmigración.

Durante la campaña, Biden se comprometió a actuar rápidamente para cambiar “las políticas fallidas de Trump que infligieron daño a los cubanos y a sus familias” y eliminar las restricciones de viaje a los estadounidenses, a quienes llama “los mejores embajadores de la libertad”. Él y sus principales asesores de seguridad nacional saben por experiencia que una política de participación positiva no es una concesión al gobierno cubano, sino un avance efectivo de los intereses de Estados Unidos en Cuba y la región.

“Estados Unidos elige deshacerse de las cadenas del pasado para alcanzar un futuro mejor, para el pueblo cubano, para el pueblo estadounidense, para todo nuestro hemisferio y para el mundo”, anunció Obama el 17 de diciembre de 2014. Trump reimpuso esos grilletes. Si Biden tiene la determinación de evitar el pantano del incrementalismo2 quid pro quo, su administración tiene la oportunidad de soltar esos grilletes una vez más.

Notas:

1 Quid pro quo es un término en latín que significa “dar algo a cambio de algo”, en Cuba se utiliza la frase: “dando y dando”.

2 Estilo de toma de decisiones en el que los cambios se implementan gradualmente o en pequeños pasos.

 

* Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Sun Sentinel, ha sido traducida y reproducida con la autorización expresa de su autor.

Salir de la versión móvil