Sin dogmas ni renuncias: mercado y socialismo en Cuba

Está en juego el futuro de la nación, que debe ser: soberanía nacional, justicia social y desarrollo económico y democrático.

Un auto clásico con turistas pasa frente a la Plaza de la Revolución, La Habana, julio de 2023. Foto: EFE/Ernesto Mastrascusa.

Un auto clásico con turistas pasa frente a la Plaza de la Revolución, La Habana, julio de 2023. Foto: EFE/Ernesto Mastrascusa.

Hay un debate en curso, que a estas alturas me parece llover sobre mojado, acerca de si en una alternativa socialista el mercado es necesario o no, si se puede suprimir o no. Por años hemos escrito en extenso sobre este asunto.

Por supuesto que el mercado es parte importante e inevitable de la economía socialista en general y de una opción socialista en el caso concreto de Cuba ¡más aún!, o se asume y se regula adecuadamente o se establece de la peor manera posible; o sea, a través del mercado negro, con las consecuencias económicas, políticas y sociales que todos conocemos. ¿Qué discusión es esta después de más de seis décadas de experiencia socialista en Cuba?

La verdad es que el hecho de que todavía esta necesidad (en el sentido filosófico del concepto) sea objeto de cuestionamiento preocupa y mucho, como también preocupa su contrario; o sea, la renuncia a la alternativa socialista en Cuba: dos caras de una misma moneda.

Gente en Cuba alrededor de un vendedor de frutas y vegetales. Foto: Kaloian.
Foto: Kaloian.

El mercado es una relación de producción, o sea objetiva, no se le puede eliminar por decreto, el mercado antecede al capitalismo y también lo sucede. El problema es que en el capitalismo, sobre todo en su expresión neoliberal, el mercado da cuenta de todas las relaciones en todos los sectores con muy bajos niveles de regulación, esencialmente conducido por los intereses del capital; y en el socialismo, dado el poder del Estado y el carácter del sistema, es posible una importante regulación del mercado e incluso sacar de este determinadas actividades que son fundamentales para los derechos de las personas y la justicia social, como son la salud, la educación y la seguridad social. O sea, como venimos diciendo hace años, a la economía socialista corresponde también una estructura de mercado.

El socialismo no es la supresión del mercado; tampoco la desaparición de la propiedad privada; es la eliminación de la hegemonía del capital y eso significa: la regulación del mercado con fundamentación económica (no una regulación caprichosa e improvisada) y el límite extraeconómico a la expansión de la propiedad privada sobre los medios fundamentales de producción, que se deben mantener bajo propiedad pública. Socialismo no es la eliminación total o casi total de la propiedad privada, que es fundamental y un complemento y parte imprescindible de la economía en muchos sectores y actividades económicas.

Ahora bien, si además de esto pensamos el tema desde el caso muy particular de Cuba, el asunto es aún más evidente. Por cierto, como he expresado en otros textos e insisto aquí, lo que es socialista o capitalista no es una empresa o un sector de empresas en particular; lo que es socialista o capitalista es el sistema que las contiene, las articula y las regula a todas.

Foto: Otmaro Rodríguez

El socialismo es una teoría pero es también una historia.

En la teoría del socialismo Marx y Engels insistieron en que dos condiciones son esenciales para la construcción socialista: 1. alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, 2. la necesidad de un sistema socialista internacional, quiere decir en varios países a la vez, que permitiera las imprescindibles articulaciones económicas y políticas internacionales.

Eso dio lugar más tarde a la discusión de si se podia plantear una alternativa socialista en Rusia, considerado entonces el país más atrasado de Europa. Para determinar en esa discusión Lenin hizo y publicó su riguroso estudio “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. La conclusión era que, a pesar de su condición de país relativamente más atrasado de Europa, el capitalismo había llegado allí a un nivel que permitía plantearse una alternativa socialista, además de apostar por la revolución en el resto de Europa, lo cual en aquel momento parecía posible.

Años después, cuando las alternativas revolucionarias en Europa fueron cerradas, entre otras cosas por la acción de la socialdemocracia internacional, etc., Stalin planteó e implementó la teoría del socialismo en un solo país, y por cierto ¡en que país!: el más grande del mundo y con grandes riquezas naturales.

Foto: Claudio Pelaez Sordo.
Foto: Claudio Pelaez Sordo.

Si pensamos la Cuba de hoy en esta perspectiva se hacen evidentes dos cosas: 1. se trata de un pais económicamente atrasado y en crisis, 2. es un país sin un campo socialista internacional que lo acompañe (como sí fue en décadas pasadas). Habría que añadir tres cosas más: 1. es un país bloqueado y agredido, 2. es un país en un lugar geopolítico muy difícil, 3. es un país con muy escasos recursos naturales. O sea, es un país muy distante de las “condiciones necesarias” para el socialismo, según establecen tanto la teoría como la historia del sistema.

Ahora bien, la historia ya nos trajo hasta aquí. ¿Son estas realidades razón para renunciar al socialismo en Cuba luego de más de seis décadas de Revolución? Obviamente no. No hay que renunciar a nada, ni al socialismo ni a la soberanía nacional que, por cierto, están en nuestro caso íntimamente relacionadas; pero sí obliga a preguntarse qué debemos identificar como socialismo en el caso concreto de Cuba y eso exige una respuesta muy rigurosa y alejada de cualquier parálisis ortodoxa, aquí y ahora.

En materia de economía, eso supone un sistema de gestión y propiedad diverso y descentralizado (propiedad estatal —pública— dominante, propiedad cooperativa y propiedad privada para el sector de Pequeñas y Medianas empresas, lo cual debe estar bien asegurado por las leyes, las mismas que deben darle las garantías socialistas al sistema, donde las empresas estatales mantengan la mayoría de la propiedad y la gestión (no la totalidad), con el liderazgo necesario para conducir el desarrollo del país, pero una empresa estatal diferente, no con los lamentables niveles de ineficiencia que mantiene hoy, además se debe solucionar el problema de cómo el legítimo dueño de esas empresas en manos del Estado —o sea el pueblo— pueda mantenerlas bajo su control e intereses y no bajo el control de una burocracia ineficaz y en no pocos casos corrupta, es un tema sobre el que hemos escrito en extenso.

Preguntarnos qué identificamos como socialismo para Cuba supone también cambiar el sub sistema de producción agropecuaria, a todas luces insuficiente hoy día; supone cambiar la actual planificación burocrática por una más indicativa y financiera; supone mayor descentralización y la construcción de mercados transparentes y con información, que funcione bien bajo las imprescindibles regulaciones y garantías establecidas por el Estado. En esferas más allá de la economía, supone también mayores garantías democráticas y todas las libertades posibles; ni más ni menos.

Carretillero en La Habana. Foto: Alejandro Ernesto.
Foto: Alejandro Ernesto.

Por otra parte, para acotar este debate, sería absurdo pedirle a Cuba, dadas sus actuales condiciones y limitaciones, que dé respuesta a los tremendos problemas teóricos y prácticos que en general tiene el socialismo como sistema después del derrumbe del campo socialista. Eso escapa a las condiciones objetivas de la isla. Si estos planos se confunden, se entra en una espiral de especulaciones descontextualizadas que puede paralizar el avance de la reforma integral y profunda que la economía con urgencia necesita.

Este tema es esencial, y exige respuestas muy precisas para recuperar la viabilidad del país con su sistema socialista pero bien entendido, a partir de las condiciones y determinaciones que impone la historia. ¡Socialismo sí!, pero considerando y repensando qué debemos entender por socialismo hoy en las condiciones específicas de Cuba. Dejar esa discusión a nivel de una reflexión general y meramente teórica sobre el socialismo en general es, además de insuficiente, un absurdo; por cierto, un absurdo peligroso.

Cuba hay que discutirla en concreto; desde la teoría, sí; pero anclada en las realidades del país, en los datos y en su historia.

Una última consideración: hay que tener mucho cuidado, no sea que una vez más nos afecte ese estigma que, con razón, pesa sobre el país de que no llegamos o nos pasamos. Lo digo por lo que se escucha y lo que se ve. El desafío no admite más improvisaciones ni debates en abstracto sobre este tema; exige claridad conceptual, sin dogmas y sin renuncias, pero con los pies y la mente puestos sobre nuestra realidad concreta, sin fatuas abstracciones teóricas. Está en juego el futuro de la nación, que debe ser: soberanía nacional, justicia social y desarrollo económico y democrático.

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