Sobrevivir al coronavirus

Se hace teatro por necesidad, de la forma que se pueda: en casa, por la calle, en lugares convencionales y no convencionales. Si se tiene la necesidad, se puede hacer también teatro en el infierno.

Foto: Ovejas Muertas

¿Podrá sobrevivir el teatro al coronavirus?

Eso dependerá de la fuerza de una atracción y de una decisión. La decisión está en manos del individuo que decide dejar las inmediaciones en las que vive, su casa, y atravesar la ciudad e ir a un lugar donde la atracción existe, está allí y la atracción es o son los seres humanos, los individuos que van a crear y presentar una historia. Lo hacen para entretenerse, o para transmitir una experiencia estética, o para hacer reflexionar a la gente, o para representar, o ponerles cara a cara a esta forma de exceso. No importa… pero eso es teatro. Este momento en el que la decisión sobre un individuo necesita la habilidad de todos estos individuos, los actores, capaces de crear este mundo ficticio, esa ficción que es la representación. Y la realidad a veces es incluso más real ahí que en la vida real.
Pero cuando no podemos salir de nuestras casas, cuando no podemos atravesar la ciudad para llegar al lugar de la atracción que llamamos teatro… eso se reduce a esos períodos históricos en que se da la plaga, cierra los teatros. Esto lo conocemos de los tiempos de Shakespeare. Cuando esto sucedió, Shakespeare no representaba teatro, no escribía teatro. Estaba escribiendo sonetos y ganándose la vida dedicando estos poemas a una persona noble.

Ahora, nos quedamos en casa. Esta época del coronavirus, será recordada como un tiempo en el que toda la sociedad, todo el planeta, tristemente ya no puede disfrutar de esta libertad. La decisión del espectador de ir al lugar de la atracción, donde los actores actuaban. Puede que no sea por mucho tiempo. Tal vez las consecuencias pueden suponer que olvidemos que el teatro es posible en nuestra sociedad… O por el contrario, que decubriremos lo fuerte que es la necesidad de ese extraño encuentro y que seremos capaces de experimentar un renacimiento. Si sobrevivimos, lo veremos.

Foto: Marcelo Dischinger (Puro Teatro)

La hora de la transformación

Queridos amigos, he pasado este último mes compartiendo el destino y el ritmo de vida de la mayoría de la población de Europa. Confinado en casa, pendiente del interés informativo día a día en esos momentos. Entonces, hace dos semanas, noté una ligereza en mi cuerpo, una sensación de embriaguez y euforia. Estaba claro, tenía fiebre. De hecho, llamé por teléfono al doctor que me dijo que me fuera a la cama y que no permitiera que nadie entrara en contacto conmigo. Viva como un ermitaño en su casa y si se siente enfermo, si tiene síntomas de vómitos, diarrea y, sobre todo, dificultades respiratorias, llámenos y mandaremos una ambulancia. Reconfortado por el consejo del médico, dejé pasar algunos días. Entonces, de repente, la fiebre desapareció. No sé si la Tía Corona me había abrazado o no. Cuando llamé al doctor para preguntarle si podía hacerme una prueba, me dijo que no. Que no entraba en el grupo de personas con esa prioridad para el gobierno. Así que me tenía que conformar y pasar la cuarentena habitual.

Voy a recordar algunos de los pensamientos que me vinieron en aquellos días, cuando ardía de fiebre. Uno de los pensamientos más recurrentes era pensar cuántas veces he nacido. Creemos que eso solo ocurre una vez. Cuando salimos del útero de nuestra madre. Pero tengo la clara sensación de que también ha habido otras situaciones en mi vida que han cambiado totalmente mi forma de ser y de ver y de vivir. Podría mencionar cuando mi padre murió cuando yo tenía nueve años. Fue una especie de liberación tras su enfermedad. Estuvo enfermo a causa de la guerra durante unos años. Debíamos guardar un silencio, estar muy tranquilos, mi padre era muy severo. Cuando murió, mi madre, que era napolitana, cantaba siempre, con alegría. Era como si el mundo se transformase y viviéramos en otro planeta. Y, sobre todo, recibir ese sentido de confianza que mi madre me transmitió y que me permitió llegar hasta donde estoy ahora.

Eugenio Barba dirigiendo al Odin Teatret Foto: World of Theatre and Art

Si me pregunto cuándo y dónde tuvo lugar mi nacimiento profesional, fue aquí, en este lugar desde el que estoy hablando. Aquí nacimos juntos, el Odin Teatret y yo, en un establo. En este establo, cuando llegamos, las vacas pastaban fuera. Y el camino llevaba a la derecha y nos condujo a la entrada de este gran espacio que muestro y que estaba cubierto de estiércol y paja usada. Aquí abrimos una puerta y a través de las ventanas se podía ver el granero. Esto se convirtió en la cámara negra. La cámara negra que ahora muestro, aquí. Es una habitación antigua. Con un piso antiguo lleno de roces y huellas. En esta sala comenzamos con una serie de cursos, de talleres, desde los años sesenta, Étienne Decroux, Jacques Lecoq, Darío Fo; Brzozowski, el gran actor de pantomima del Teatro de Wroclaw; Jean-Louis Barrault; grandes maestros orientales, como Sanjukta Panigrahi, por ejemplo, con el que fundé el ISTA, la Escuela Internacional de Antropología Teatral…

Hoy esta sala debería haber acogido el espectáculo que deberíamos haberle transmitido por streaming y al que habíamos llegado invitados a Lecce. El Teatro Koreja, Salvatore Tramacere y su grupo, quiso que el estreno italiano de La quinta del sordo, un espectáculo del Odín Teatret sobre la vida del pintor español Goya, tuviera lugar en Lecce.

Y la sala con cámara negra está arreglada para este espectáculo al estilo italiano, aquí; y allí, al otro lado, se habrían dispuesto los espectadores. El lugar del público parece ahora como una escenografía que podría ser la de Las sillas de Ionesco o La clase muerta de Kantor o simplemente la materialización del espacio vacío del que habla Peter Brook.

Pero este espacio para mí nunca ha estado vacío. Siempre entre mis espectadores había algunas personas que veo en esas sillas. En esta para mí siempre está sentado, en cada espectáculo, Konstantín Serguéievich Stanislavski. Y de él, “mi abuelo”, como ellos dicen de él, se puede asegurar que para todos nosotros, todas las personas que trabajamos en el teatro, no descendemos de los monos, sino que elegimos como antecesor a Stanislavski. Allí, en su caracterización de Otelo.

Y en esta otra silla está Meyerhold. Miradlo, asomándose en el medio. Y a su derecha Garin, el increíble y extraordinario actor de su Inspector General. Detrás de él está Zinaida Reich, la actriz que también fue su esposa y que fue asesinada, y a la que le arrancaron los ojos, al tiempo que él, Meyerhold, fue encarcelado, torturado y aniquilado por sicarios estalinistas.

Allí, en el centro de la platea, está la fotografía que más quiero: Bertolt Brecht y Ruth Berlau. Bertolt Brecht fue un gran poeta y es uno de los mejores escritores de poemas de amor, los cuales los escribió para Ruth Berlau, esta extraordinaria mujer danesa, que tenía un grupo de teatro aficionado y que produjo las obras de Bertolt Brecht cuando vivió exiliado en Dinamarca durante cinco años.

Allá en el fondo, está Grotowski, conmigo siempre, asistiendo al espectáculo, y sonreímos como dos niños que hubieran hecho una gorda y se hubieran salido con la suya, satisfechos de no haber sido pillados.

Y aquí, yo solo, sobre el suelo.

Foto: Rialta

Para mí la vida adquiere todo su significado solamente si puedo situarla en el mundo de los recuerdos, la memoria y la experiencia. Pienso en mi infancia rodeado de viudas, todas vestidas de negro, en peregrinaciones cotidianas al cementerio. Yo mismo pasé horas enteras en el cementerio hablando con mi padre. Este diálogo con los muertos, que te escuchan y no disputan contigo. Al contrario, están abiertos con todo su silencio y con él te animan todos juntos como si fueran uno. Con la fuerza y la inspiración, leyendo algunos libros, entre otros, de las personas sentadas en estas sillas. Silenciosos, invisibles, pero extremadamente presentes. Así que esta presencia puede ser el complemento, lo que siempre acompaña a la cima de la experiencia de la vida. Esta no vida, que no es muerte, sino en realidad una transformación total. Algo que siempre he querido que estuviera presente en mis espectáculos, era mi experiencia como niño, pero también como emigrante.

Al principio fui muy influido por la imagen, o la teoría, o la visión de lo grotesco de Meyerhold. Meyerhold sabía que cada espectáculo debía ser un cóctel, una mezcla de hermosos momentos brillantes y oscuros de crueldad, de misericordia, de comedia y de tragedia. Así que durante mucho tiempo traté de reconstruir lo que también fue mi experiencia. A través de este grotesco. Luego, poco a poco, empecé a llamarlo de otra manera. Lo pude llamar la lucha de los opuestos, como si la luz y la oscuridad corrieran juntas tomándose de la mano y llevándome. Esto es lo que quiero construir en un espectáculo para luego crecer en la experiencia del espectador.

La primavera está llegando. El canto de los pájaros. La sinfonía de la lluvia de la tormenta. Disfrutémoslo, porque es la hora de la transformación.

*Nota de Ovejas Muertas:

Teatro en y tras la pandemia

Esta semana, en un encuentro en italiano con 100 personas a través de Zoom, le preguntaron a Barba si se podría hacer teatro tras la pandemia, y cómo se haría ahora que estamos confinados en nuestras casas. Barba contestó a cómo hacer teatro en estas condiciones que vivimos:
“Trabajando, trabajando y trabajando. Pensad en Kantor… hizo teatro en Polonia cuando estaba ocupada por los alemanes, donde era prohibido incluso hablar polaco. Se hace teatro por necesidad, de la forma que se pueda: en casa, por la calle, en lugares convencionales y no convencionales. Si se tiene la necesidad, se puede hacer también teatro en el infierno.”

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* Este artículo fue publicado originalmente en el Blog Ovejas Muertas con la transcripción y traducción de Raúl Hernández Garrido. Se publica con la autorización expresa de su editor.

 

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