Loto

Kamala Harris ya ha hecho historia: la primera mujer; la primera afroamericana, la primera asiática estadounidense en ser vicepresidenta de Estados Unidos.

Foto: AP

Nacida en 1964 en Oakland, California, de niña asistió tanto a una iglesia bautista negra como a un templo hindú. Su madre, una emigrante de la India, “entendió muy bien que estaba criando a dos hijas negras” —escribió en su autobiografía, The Truths We Hold: An American Journey— “y estaba decidida a asegurarse de que nos convirtiéramos en mujeres negras orgullosas y seguras”.

Al concluir la enseñanza media superior, se fue a la Universidad de Howard, la prestigiosa universidad negra en la capital del país, donde se tituló en ciencias políticas y economía. Luego siguió a otro nivel en la Facultad de Derecho Hastings de la Universidad de California.  

Ha tenido una carrera meteórica. Comenzó su vida laboral en la Oficina del Fiscal del condado de Alameda. En 2003 fue elegida fiscal de distrito de San Francisco. Y en 2010 fiscal general de California.

En 2012 pronunció un discurso en la Convención Nacional Demócrata que la dio a conocer en todo el país. Considerada una estrella en ascenso dentro del Partido Demócrata, se postuló para el escaño del Senado en manos de Barbara Boxer, quien se jubilaba.

Senadora Kamala Harris habla durante el “Pride Parade” de San Francisco el 30 de junio de 2019. Foto: David Paul Morris / Bloomberg via Getty Images

Eso fue a a principios de 2015. Pidió reformas en materia de inmigración y justicia penal, aumentos del salario mínimo y protección de los derechos reproductivos de las mujeres. Ganó fácilmente en las elecciones de 2016.

Fue la segunda afroamericana en llegar al Senado, donde ha abogado por legislación sobre el sistema de salud, el cannabis, el camino hacia la ciudadanía para los inmigrantes indocumentados, los dreamers y la prohibición de las armas de asalto, entre otros asuntos sensibles.

Sin dudas, su visibilidad social se reforzó en varias audiencias del Senado debido a esa manera suya, tan ascéptica como incisiva, de hacer preguntas. Se hizo en efecto famosa por su estilo de interrogar a los trumpistas durante las audiencias en medio de críticas e incluso interrupciones de senadores republicanos.

En junio de 2017 llamó mucho la atención por sus preguntas al entonces fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions, quien testificó ante el Comité de Inteligencia sobre la interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016; antes le había pedido dimitir. Y puso contra la pared al juez Brett Kavanaugh, con toda su cola de agresión sexual.

Después de un proceso interno sumamente competitivo entre varias mujeres demócratas de alto perfil, el pasado 11 de agosto el candidato Joe Biden la seleccionó como su compañera de boleta.

Foto: AP.

Tres meses más tarde, al celebrar la victoria demócrata en las afueras del Chase Center en Wilmington, Delaware, la ciudad natal de Joe Biden, empezó su discurso evocando al congresista John Lewis, un paladín de la lucha por los derechos civiles, quien una vez escribió: “la democracia no es un estado. Es un acto”.

“Lo que quiso decir”, explicó Harris, “fue que la democracia de Estados Unidos no estaba garantizada. Es tan fuerte como nuestra voluntad de luchar por ella. Nosotros, el pueblo, tenemos el poder de construir un futuro mejor”.

Después subrayó: “Hemos elegido a un presidente que representa lo mejor de nosotros […]. Y un presidente para todos los estadounidenses. Y cuando nuestra propia democracia estaba en la boleta electoral en esta elección, con el alma de Estados Unidos en juego y el mundo mirando, marcó el comienzo de un nuevo día para Estados Unidos”, dijo en medio de bocinas de automóviles, el sonido arrollador de los mítines Biden/Harris.

Ya ha hecho historia hasta aquí: la primera afroamericana, la primera asiática estadounidense y la tercera mujer en ser postulada como vicepresidenta de Estados Unidos después de Geraldine Ferraro (demócrata, 1984) y Sarah Palin (republicana, 2008). Pero, a diferencia de las otras, lo logró.

Kamala. En la lengua de sus ancestros su nombre significa loto. “Una cultura que adora a las diosas produce mujeres fuertes”, dijeron.

Alguien la definió una vez con dos palabras: carisma y fuerza telúrica.

 

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