El viaje de Obama: un futuro de esperanza para Cuba

Foto: Yailín Alfaro

Foto: Yailín Alfaro

En solo dos días de visita a Cuba, Obama ha logrado lo que ningún presidente de EE.UU. en casi sesenta años: sentar las bases para un diálogo constructivo entre los gobiernos y pueblos de ambas naciones; poner las hostilidades a un lado y usar el arma de la diplomacia a su máxima capacidad. Ha logrado pasar la página de una historia secuestrada por el odio y proyectarnos hacia una de esperanza.

En su discurso en el Gran Teatro de La Habana, fue crítico tanto del estatus quo norteamericano como del inmovilismo cubano. Llamó al fin del embargo y apuntó a la necesidad de eliminar la doble moneda en Cuba; reconoció problemas con la ejecución plena de derechos sociales en EE.UU. relativos a la salud, la educación,  el sistema de justicia, y de un legado de la esclavitud, criticando a su vez la falta de libertades políticas en la isla. Señaló los fallos de la democracia norteamericana, pero se refirió a la necesidad de que Cuba se abra a un mayor pluralismo, avalado por el acceso libre a la información y especialmente, a Internet. Lo hizo en un tono de respeto y de reconocimiento del nacionalismo cubano y el derecho de los cubanos a su autodeterminación.

Obama reconoció el papel de los médicos cubanos y se refirió a la posibilidad de extender áreas de cooperación, como sucedió ya de manera espontánea en la campaña contra el ébola en África occidental. Señaló, a su vez, que los derechos humanos abarcan otras áreas, además de la salud y la educación.

Dio así visibilidad internacional a la compleja narrativa de la relación entre los dos países, ignorada una y otra voz por los grandes medios de comunicación en Estados Unidos. De igual forma aprovechó su hora para compartir con todos los cubanos (no sólo con los invitados al Lorca, puesto que el discurso fue transmitido en vivo por la TV cubana) temas álgidos de la realidad nacional postergados por los  medios oficiales de la isla.  La complejización del mensaje y la exposición de dicha complejidad en los mainstreams respectivos –tanto norteamericanos como cubanos— fue un jonrón mediático de mayor alcance que el de James Loney.

Sin embargo, existe todavía una penumbra histórica de imprecisiones que Obama debe cruzar, para lograr una relación de mayor transparencia entre ambas naciones.

Expresó Rafael Hernández en un artículo reciente aquí en OnCuba que la falta de entendimiento de EE.UU. acerca de Cuba no se debe tan solo a diferendos ideológicos irremisibles, sino al peso de culturas políticas diferentes. Ciertamente, se ha heredado un bagaje de programaciones que impide muchas veces salir de ciertos perímetros mentales para entender al otro.

Este sentido de “lost in translation” (perdido en la traducción) persiste aún cuando ambos gobiernos procuran ensayar una actitud de mayor entendimiento. Nuestros destinos nacionales parecen estar enlazados no sólo por la cercanía geográfica, por las afinidades deportivas, por un similar sentido de patriotismo y de orgullo nacional (“a lot of pride…”), sino por esas obstinadas narrativas sobre un Otro enemigo (llámesele imperialista o comunista), que han dado poco espacio a la renegociación de imaginarios alternativos.

Fue loable el interés de Obama en fomentar la reconciliación entre los cubanos de las dos orillas. Creemos que ese es un paso necesario. Pero debe entender que se trata de varios exilios, en lugar de la narrativa monolítica y triunfalista de un único exilio reconciliador. Él debe entenderlo, mejor que nadie, pues conoce de cerca el accionar de políticos cubano-americanos que en el Congreso han torpedeado su proyecto de reconciliación, introduciendo proyectos de leyes con el expreso propósito de dividir a la familia cubana, y de revertir el progreso introducido por sus cambios hacia Cuba.

Antes de su mandato, fue el congresista cubano-americano Lincoln Díaz-Balart, quien codificó el embargo/ bloqueo en Ley, haciéndole imposible hoy su abrogación al presidente. Ese exilio anti-cubano no se ha fundado “on the love of Cuba.”

Obama es un político astuto y de seguro sabe reconocer que la dinámica entre la nación cubana y el exilio no está solamente basada en un resentimiento “hacia los que se fueron [por negarse a] construir un futuro nuevo.” Hubo, por muchos años, discriminación hacia la emigración cubana por parte del gobierno cubano y por ciertos sectores radicales; es cierto, y es desafortunado que así fuera. Cuban Americans For Engagement ha expresado su visión crítica sobre esto en sus visitas a la embajada cubana en Washington.

Pero más significativo que esto fue el accionar de un exilio radical, violento, nada diferente a los elementos que, horas antes del discurso de Obama en el Lorca, asesinaban al menos a 30 personas inocentes en un acto terrorista en el aeropuerto de Bruselas. Recordemos que en 1976 Luis Posada Carriles y Orlando Bosch volaron un avión en pleno vuelo asesinando a 73 personas, deportistas en su mayoría, cuyo único pecado era ser parte del equipo nacional cubano de esgrima, y cuya pérdida no sería tan lamentable porque se trataba tan solo “de unos cuantos negritos”, de acuerdo con los papeles desclasificados por el National Security Archive.

Esta ala radical del exilio causó mucha más destrucción que cualquier “separación dolorosa”, y su historia no debe ser idealizada ni edulcorada. El terrorismo, sea cual sea su motivación, no debe tener un lugar dentro de los nuevos imaginarios que añoramos para Cuba. El Presidente Obama probablemente conoce y condena estos hechos. Por tal motivo, sabrá que no debemos perdones inmerecidos.  Sabrá también, con su singular tino político, aportar estos matices una vez que la conversación avance a otros registros.

Otro punto reiterado por él fue que los EE.UU. no tienen “ni capacidad ni intención de imponer cambios en Cuba.” Existe un doble estándar en este sentido, pues mientras el presidente asegura que no debemos temer a una posición injerencista, existen 20 millones de dólares del presupuesto de los contribuyentes norteamericanos destinados a financiar la oposición interna. Un verdadero y legítimo pluralismo político nunca tendrá posibilidad de emerger, ni en Cuba, ni en cualquier nación soberana, mientras un gobierno extranjero persista en financiar a su oposición.

Quedaron muchos temas por tratar en el contexto de un avance factual en las relaciones entre Cuba y EE.UU.: ecología y medioambiente, preservación del patrimonio nacional, intercambios en el área de identidad sexual y de género… Nos preocupa en particular el impacto de las dinámicas de mercado, sobre todo en cuanto a la acentuación creciente de patrones de estratificación y desigualdad, pero entendemos también que es inminente la entrada de Cuba a la modernidad y al desarrollo económico, la informática y las telecomunicaciones.

Obama expresó que “no vino a exhortarnos a destruir algo”, sino “a construir algo nuevo”. Que sus palabras y accionar hagan irreversible el lo logrado hasta ahora, independientemente de lo que pase en las elecciones de noviembre, y que su viaje sea la continuación de un futuro de esperanza para Cuba.

Foto: Yailín Alfaro
Barack Obama y Ramiro Valdés. Foto: Yailín Alfaro
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