Sin páginas en blanco ante Irma

Huracán Irma en Ciego de Ávila. Foto: Guillermo Rodríguez Sánchez.

Huracán Irma en Ciego de Ávila. Foto: Guillermo Rodríguez Sánchez.

El “horror vacui”, ese temor a la página en blanco no aparece en esta ocasión. No hay “espacio” esta vez para el vacío. Hay muchas historias en Ciego de Ávila, ciudad a la que Irma cambió la cara.

Desde la tarde noche del sábado 9 de septiembre hasta el domingo en igual horario, Irma gritó con sus vientos. Ante el embate, una parte no despreciable de su patrimonio forestal y de inmuebles públicos cedieron.

Ciego de Ávila sufrió la caída de al menos un 30 por ciento de su arbolado, lo cual no es poco en una urbe que, en algunos lugares, semeja algo así como una mini selva tropical.

“La cifra esa asusta, pero si sumamos la poda anterior al huracán y los que ella (Irma) misma arrancó o partió, creo que no es para nada exagerada”, dice Miguel López mientras con un hacha pica trozos de un viejo framboyán cerca del hospital provincial.

Irma, la leñadora

“Esto fue lo último que trajo el barco”, dispara a mansalva Jesús, que trabaja en un camión de la Empresa de Servicios Comunales recogiendo escombros.

“Fíjate que en mi casa de la Piñera (barrio marginal al sur de la ciudad) el zinc salió volando desde la azotea del vecino. Y no se engañe, que la cosa no es de tanta buena voluntad como la pintan. Hay muchos barrios donde nadie sale a ayudar, trancan la puerta para que pienses que no hay nadie”, agrega el mulato camionero mientras remata con una frase que reza “partía de descarados que son”.

De Jesús en adelante, los relatos mutaron en una sucesión de desgracias, relatos surreales de una “thriller night” digna de Michael.

“Aquí usted no va a tirar fotos, me da pena que esto salga por alguna parte, ni voy a contarle nada, solo decirle que estoy hecha tierra”, dice Ana, ama de casa residente en Maidique, barrio al sur de la ciudad.

“Fíjate tú si el viento fue de madre, que mi perrito se escapó para la calle y no lo vi más, creo que lo debe haber arrastrado”, cuenta Ramón, recogedor de materias prima.

Dice Orfilio, panadero ambulante: “Vivo en el barrio de Canaleta y le aseguro que ni cuando el ciclón Kate en el año 1985 pasó algo así. Claro está que las casitas más afectadas son las más malitas, a las de placa no les hizo nada, pero construir una de esas lleva mucho dinero”.

La sucesión de testimonios no encuentra final, y a pesar de que las historias son repetitivas y en ocasiones “macondianas”, no dejan de ilustrar una realidad latente: los avileños nunca creyeron que Irma iba a dejar tanto estrago.

Lo confirma el susto en las caras de los habitantes y los gestos de desconcierto ante el panorama general de la ciudad.

A pesar de que la radio y la TV constantemente advirtieron lo que podría pasar, el fluido eléctrico cayó en toda la provincia después del último pronóstico de José Rubiera, en el que la travesía del fenómeno atmosférico parecía más al noroeste.

Cunagua

Los daños fueron tales, que el sábado 16 de septiembre, más de 70 000 de los 164 699 usuarios no tenían servicio eléctrico. El huracán destruyó o derribó casi mil postes, provocó el colapso de 116 transformadores y dejó 107 kilómetros de cables dispersos.

Irma arrojó sobre los municipios norteños (Bolivia, Morón y Chambas) vientos y marejada de tormenta sin parangón en los registros históricos, los mismos que cortaron hasta la tarde del miércoles el acceso a las instalaciones hoteleras.

No es de extrañar que las casetas del peaje de acceso al polo turístico desaparecieran literalmente; que en la playa de Cunagua (municipio Bolivia) solo quedaran tres o cuatro casas en pie, y que las imágenes de decenas de exóticos flamencos rosados agonizando o ya muertos entre los aplastados manglares estremecieran a los más ingenuos.

Celina, vecina de la comunidad La Rosa –unos 16 km al sureste de Morón–, dice horrorizada que allí parece que bombardearon la zona. “Es la guerra allí”, repite constantemente desde el portal de la familia que la acogió como evacuada en la cabecera provincial.

En Bolivia, después de 12 días sin electricidad, el servicio llegó a un reparto de la cabecera municipal, lo cuál representa un 10 por ciento para el municipio.  Al norte de la provincia, “la pérdida es mucho mayor, los postes caídos suman miles y puede demorar mucho más la recuperación”, asevera Alexander, ayudante en una brigada de linieros que partió hacia los lugares más dañados.

En lugares como Punta Alegre, la destrucción de viviendas superaba la cifra de 200. Irma también derribó más de 10 torres usadas para los servicios de radio y televisión en la provincia.

“Yo me siento vacío, como si no tuviera fuerzas. El horror fue lo que vivieron en mi pueblito de Júcaro”, costa sur, cuenta casi llorando Leopoldino, un pescador autoevacuado que perdió su bote a manos del mar.

“Yo no estuve allí esa noche pero las cosas rotas me lo contaron. La marca del agua en una tabla vieja me dijo cómo de alta fue la marejada y mi barquito tirado a 150 metros de la orilla del canal quedó como recuerdo de la furia del mar picado”.

Horror y vacío, medito mientras ya no escucho lo que me dice aquel hombre cuya piel parece escamas de tanto curtido al sol. Escribo sus palabras, pero sé que no estoy siquiera cerca de entender en realidad lo que significan, sólo los que se quedaron sin nada lo saben.

El ruido de varios camiones y hombres jaraneros paleando tierra me extrae de la enajenación momentánea. Parecen bloques de hielo descongelándose de tanto sudar. Uno de ellos tropieza cuando intenta subir al tractor que tira del vagón de escombros y matojos, los cuales invaden aún hoy las aceras y calles de la ciudad, pese a los evidentes esfuerzos por devolverla a la normalidad.

Cuando tropieza los demás gozan con ello y le dan “cuero”, él les riposta que “al caer solo queda levantarse”. Aunque suena cursi, es la mejor de las curas ante los efectos de Irma.

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