Alberto Garrandés: «Todos los poderes temen al sexo»

Crítico de cine, narrador, melómano irreductible, Garrandés ha contribuido a ensanchar las fronteras de la cultura nacional con una obra literaria ya extensa y poderosa.

Alberto Garrandés.

Alberto Garrandés dice que hay mucho temor a abordar los conceptos relacionados con la pornografía. Afirma que todos los poderes temen al sexo por la dosis de libertad que encierra. Mientras, él habla con naturalidad sobre los lenguajes del erotismo desde una perspectiva que provoca el debate y la diversidad de interpretaciones.

La desconfianza, el dogmatismo, y el miedo han frenado la expansión del universo cultural cubano, explica. En su literatura el escritor cubano descorre del manto de lo prohibido o lo políticamente correcto para reflejar desde la libertad del lenguaje, de la palabra, del nervio indomable de la imaginación, temas que han convivido en el envés de los discursos oficiales mientras, en cambio, afloran sin desasosiego en las prácticas y los imaginarios sociales.

Crítico de cine, narrador, melómano irreductible, Garrandés ha contribuido a ensanchar las fronteras de la cultura nacional con una obra literaria ya extensa y poderosa.

En su carrera ha indagado a fondo en los lenguajes del sexo, el erotismo o la pornografía, entre otros muchos temas, desde la curiosidad o, sencillamente, desde la perspectiva de quien conoce que la literatura es un ejercicio de libertad.

Para muchos en el ámbito intelectual cubano Garrandés es un enigma aunque él se define solamente como un “francotirador” y un “outsider inquieto”. Y su historia, de alguna forma, lo confirma.

¿Quién es Alberto Garrandés?

Hmm, esta pregunta tiene que ver con los estados cuánticos… Soy un hombre normal que cuida a su familia, observa el mundo y escribe sus fábulas. Me gusta fabular. Es más: creo que la imaginación es la única forma veraz y confiable de adentrarse en la realidad (sea esta lo que sea).

Soy, además, un escritor que no hace vida literaria. Descreo de eso y de otras cosas que se le parecen, como congresos, eventos gremiales, etc. Pero soy ese individuo que en el agromercado habla con cualquiera y ayuda a alguien a llevar la jabita de la compra si hubiera necesidad. No voy a reuniones literarias. Y recibo a escritores (amigos algunos) en casa. No tengo un salón de apertura fija, como hacía la nobleza europea amante del arte, pero disfruto de ese intercambio en una medida humilde.

¿Recuerda algo en su infancia o adolescencia que le haya despertado el interés en la literatura?

Mi interés por la literatura comenzó en el mito, el misterio y las imágenes extrañas. Empecé a leer libros de aventuras y textos de ciencia ficción. Tuve acceso a enciclopedias y textos de mitología. Y empecé a soñar con situaciones parecidas a las que veía en los libros. De ese tipo de sueño a la escritura como “puesta en práctica” va sólo un paso. Lo demás es el oficio linguoestilístico y el trasiego con la metáfora, que se adquiere con el tiempo y la persistencia.

Quizás algunos puedan pensar que es una especie de outsider en la literatura y la crítica cubanas. ¿Se considera de esa forma?

Bueno, no estoy seguro de nada de eso… quizás lo sea o me defina cada vez más como ese outsider, sin creerme cosas, según suele decirse. Tengo puntos de vista que terminan por ser heterodoxos, y como aparezco y desaparezco me comporto como un francotirador, aunque a la larga el asunto de la literatura y la crítica no es dar en el blanco, sino intentarlo. Yo me involucro a mi manera (en el diálogo con los jóvenes, por ejemplo) y en todo caso sería un outsider inquieto, no circunspecto.

¿Qué fue lo que despertó su interés en abordar en sus obras temáticas como el sexo o el erotismo alejándose de los lugares comunes con que otros escritores reflejan esos temas?

Me interesaron el erotismo y el sexo desde muy joven. Y supongo que ese interés nace en un hecho que refuerza su certidumbre una y otra vez, hasta hoy, a pesar de que se trata, creo, de una verdad universalmente sabida: el erotismo y el sexo son territorios profundamente impregnadores de la cultura, la psiquis y la vida más o menos habitual.

El erotismo y el sexo casi siempre dependen del cuerpo y están en el envés del lenguaje. Es más: son lenguaje, palabras. Cuando entiendes eso, notas que el lenguaje erótico y el del sexo te traspasan como los rayos cósmicos.

En ese sentido mi vida se ha enriquecido mucho. Súmale a eso el hecho de que leo mucha literatura que se entiende con el erotismo, el cuerpo y el sexo. Y al manejar diferentes tesituras lingüísticas relacionadas con lo erótico, la sexualidad y el soma, me alejo de los lugares comunes, como dices. El problema está siempre en el lenguaje, más allá de esos ademanes y “técnicas” que se despliegan cuando el deseo se libera y se expande.
Se ha percibido históricamente desde el discurso oficial un resquemor a abordar explícitamente temas como el sexo o sus vertientes más radicales.

¿Por qué cree que ha sucedido eso? ¿Considera que deban abrirse debates, por ejemplo, sobre el imaginario de la pornografía en Cuba?

Todos los poderes temen al sexo, históricamente. O lo tratan con cuidado. No es raro. El sexo y su representación ponen delante de cualquiera una dosis de libertad que inquieta (como mínimo). ¿Debates hoy, en Cuba, sobre el imaginario pornográfico? Quizás. Desde el arte, desde la literatura, desde el cine o el teatro. La imaginación pornográfica implica dos cosas: un rendimiento visual y un rendimiento lingüístico. Pero hay mucho temor. La pornografía no equivale y sí equivale al sexo explícito, hay que partir de esa singular distinción.

Además, ¿de qué pornografía estamos hablando? Todo eso se parece mucho al diálogo que podemos tener tú, yo, y una o dos personas más en mi casa mientras bebemos limonada (si encontramos limones a un precio decoroso) o hablamos sobre la ausencia del café en los mercados.

El sexo y su representación desasosiegan mucho. ¿Por qué? Porque establecen pautas de intercambio sensorial. Me refiero a una “intimidad inaceptable”. ¿El sexo explícito es pornográfico? Puede que sí, puede que no. Imaginar la noche de Julieta con Romeo, antes de la huida de este, ¿deviene pornografía o sexo explícito?

A veces hay debates indirectos sobre zonas vecinas de la pornografía, o de la representación del erotismo sexualizado: las exposiciones de pintura erótica, o esos momentos —en paneles, muestras, dossiers de revistas, etc.— en que se dinamiza la reflexión sobre el cuerpo y el desnudo. Recuerdo haber participado hace años, con Rufo Caballero, en una emisión del programa “Diálogo abierto” dedicada al desnudo y la representación sexual en la cultura cubana actual.

¿Puede hablarse, por ejemplo, de un “porno cubano”, término que utilizó en una ocasión en uno de sus textos?

Usé ese término como una ficción y para referirme a esos conjuntos de brevísimos videos hechos por personas jóvenes con celulares. Videos que revelan la presencia del auto-voyeur, ahora que la tecnología permite hacer todo eso. Pura diversión. Si estás con tu novia o tu novio en la cama y quieres filmarte unos minutos con tu teléfono, ¿tienes derecho a hacerlo? Yo creo que sí.

Estás, en principio, poniendo las imágenes de tu sexualidad a tu propio servicio, hedónicamente. Pero hacer porno implica hacerlo con la intención de elaborar un producto (para colocarlo o no en un mercado).

Lo que sí es cierto es que hay dos cosas muy polémicas: uno, los límites y las limitaciones de esos diálogos sobre el sexo y su representación, y dos, que el sexo pasa siempre por su auto-contemplación (al sujeto sexual le gusta mirar y mirarse), y conforma, a nivel personal o social, un imaginario atrayente que deviene feedback para ti y para otros.

Todo esto tiene que ver con la construcción de la sexualidad como parte de la identidad cultural de la nación, un fenómeno que pasa por el poder heteronormativo, la arquitectura del deseo frente a las feminidades y las masculinidades, y la zona “marginada” de las representaciones del sexo (el orbe LGBTIQ), por ejemplo.

Medio en broma y medio en serio hablé una vez de las sexshops en China. Me han dicho que los chinos se quitaron el dilema moral de encima muy fácilmente: vincularon la existencia y los rendimientos sociales de las sexshops al programa de control de la natalidad. Eliminaron la equívoca morbosidad de los juguetes sexuales: sexo como juego, no como umbral de la reproducción.

Parece que hay demasiados chinos y chinas fornicando y produciendo montones de chinitos y chinitas.

En Cuba no podría hacerse así, puesto que faltan cubanitos y cubanitas, la población envejece, las mujeres paren menos y muchos jóvenes emigran. Aparte del hecho de que hay gente que se horroriza (o se echa a reír, en el mejor de los casos) cuando alguien dice: “Fulana (o fulano) tiene un consolador en su casa”.

Me temo que estamos aludiendo a una presunción hacedera, un silogismo que sobrevive dentro de dos zonas: la mítica y la referencial.

¿Qué diferencias o similitudes existen entre el Garrandés crítico de cine y el Garrandés escritor?

Prácticamente ninguna diferencia. Puedo hacer crítica de cine, o ensayos críticos sobre cine, porque me he ejercitado mucho en la escritura literaria. Y como he viajado bastante por el interior de las artes visuales, el cine y escucho mucha música (y aclaro que no escucho música mientras escribo porque llega el momento en que atiendo más a la música y dejo de escribir con conciencia de lo que hago), quizás posea ya una weltanschauung.

Tengo la impresión de que esa weltanschauung es romántica, pero del Romanticismo expandido, el Romanticismo no histórico, sino lógico. Cuando escribo sobre cine hago lo que yo llamo una descripción analítica de lo que veo. Y lo que veo es, al cabo, un modelo mental de la película. Uno nunca escribe sobre lo real, sino sobre determinadas construcciones y procesos de la conciencia y la sensibilidad.

En su formación creativa juega un papel relevante la música. Incluso conozco que es un amplio consumidor de géneros poco divulgados en Cuba. ¿Tiene algunos discos o músicos de cabecera? ¿Puede comentar la influencia que ejercen o han ejercido en su trabajo y formación intelectual?

Algo he leído y leo sobre teoría de la música. Por momentos me siento desprotegido ante realidades musicales cuya configuración técnica ignoro. Por eso leo y trato de entender, pues siempre estoy viendo enlaces entre lo que escribo y ciertas músicas. Algunas de las cosas que hago son modulares, o adquieren forma de suite, como la novela que escribo ahora.

Trato de entender ciertas progresiones narrativas como si fueran progresiones musicales. Escucho sonatas clásicas, barrocas o prebarrocas y procuro descubrir allí algo que me ayude a configurar la escritura. No es lo mismo una sonata de Corelli que una sonata de Haydn. Tengo la costumbre de acompañarme de Bach, Beethoven, algo de Mozart, Schumann, mucho de Rachmaninov, de Stravinsky.

Oigo bastante jazz, pianistas de antes y de hoy. Los pianistas negros de jazz son los que más escucho: son tan gigantescos que devienen monstruos absolutos de la música. Hay otros, clásicos, extraordinarios… y también los oigo, o los veo. Suelo buscar videos de conciertos y tengo muchos.

Cuando me saturo demasiado de un libro en el que trabajo por el día, me siento a ver esos conciertos en la noche. Si ves cómo Billie Holiday canta acompañada de Thelonius Monk… no hay palabras. Eric Clapton, Rimsky-Korsakov, Portishead, Chic Corea, John McLaughlin y la Mahavishnu Orchestra, Led Zeppelin, The Rolling Stones… También me sumerjo frecuentemente en el blues y el blues-rock. Tengo una antología del blues (5 discos) hecha por Martin Scorsese. Escucho eso con fervor. Hace años yo era muy desordenado para escuchar. Cuando mi hijo empezó a estudiar piano en el conservatorio Amadeo Roldán, me organicé mejor y aprendí mucho de él.

El ojo absorto, Body-art, Cibersade, La lengua impregnada, Sexo de cine son solo algunos de sus títulos. ¿Qué etapa de su carrera recogen esas obras?

Bien, advierto que esa breve lista se asienta en un espacio común: el cuerpo. No sé si es intencional. Excepto Cibersade, que es anterior, el resto apareció entre 2012 y 2015. Cuerpo y sexo: dos intensidades de sentido. A mi modo de ver hay cuatro espacios donde se funda, verifica y conserva anómalamente la identidad humana: el sexo, el cuerpo, el amor y la muerte. Me interesa el precio de los tomates o si hay o no café en el mercado (bebo mucho café), pero a la larga esas cuatro regiones de la vida son las que tengo presentes cuando escribo lo que escribo.

No soy filósofo ni pretendo serlo, me gusta sentirme como una especie de artesano… pero pienso muy a menudo en la estructura de la conciencia, el sistema de las percepciones, su razón de ser. Esas cosas me asedian porque son lenguaje. Pero sin obsesionarme. Como algunos fenómenos cuánticos.

Ha recibido en dos ocasiones consecutivas el Premio Carpentier. ¿Esa distinción ha tenido alguna influencia en su trayectoria?

No, ninguna. A no ser las posibilidades de publicar, ser más leído y facilitarme las condiciones materiales de trabajo. En una situación tan difícil como la de Cuba, ¿para que usa un escritor el dinero de un premio? Para trabajar, de momento, sin demasiadas presiones económicas. Es muy importante escribir sin estar pensando en el dinero que necesitas tener cuando vengan las cuentas de la electricidad y el teléfono, y te haga falta, además, preparar una cena porque alguien que aprecias viene a visitarte.

¿Ha sufrido censura en Cuba?

Sí, algunas veces. Publiqué una entrevista en una célebre revista cubana y cortaron varios trozos. En un periódico también muy leído me cortaron una línea especialmente significativa. Y en fin… hay censuras directas y censuras indirectas. Yo percibo que quienes se dedican a ese trabajo me respetan, y no estoy siendo sarcástico ni paradójico… pero no por ello dejan de hacer lo que hacen.

Generalmente desarrolla las temáticas de su obra de una manera bastante explícita. ¿Alguna vez ha sentido que le aflora la autocensura?

¿Te refieres al sexo y su representación? No, no tengo que ver con la autocensura.

Puedo contar una anécdota. Ya sabes cómo son los concursos literarios, no sólo en Cuba sino en el mundo entero. Jamás he acudido ni acudiría ante un jurado a pedirle opinión sobre algo que haya enviado a concurso, pero siempre hay cotilleos y susurros y murmuraciones que se dispersan, y cierta vez llegó a mí la noticia de que un jurado se escandalizó ante una escena de uno de mis relatos. Había un blúmer mojado por la lluvia, una vulva sin vello y una descripción pictográfica. Y aquello causó muy mala impresión.

Hoy día son cada vez más breves los trajes de baño (en la playa, digamos, que es un escenario permisivo), lo mismo en muchachos que en muchachas. Te sientas a mirar el mar y ves cosas. Y no pasa nada: los videoclips tropicalistas (un horror de mal gusto y superficialidad) referencian eso y más. Pero si en un cuento incluyes cosas así y te pones a describir lo que ves, enseguida algunos empiezan a decir: “Mira cómo inventa Garrandés”, y en broma o en serio te califican de medio pornógrafo o de pornógrafo y medio. O te califican de obsceno.

Como decía Einstein: sólo hay una cosa tan infinita como el Universo: la estupidez. Y vuelvo a decirlo: no me autocensuro. Sólo trato de ser claro, elegante, preciso. Por eso soy un pulimentador. Porque para escribir, y sobre todo para publicar, tienes que ejercer la decencia de mostrarle al lector algo que lo conmueva o lo invite a pensar más allá de un disfrute estético considerable.

¿Se siente reconocido en el ámbito editorial cubano?

Oh, pues sí. Debo decir que sí. El sistema editorial cubano me ha publicado y me publica mucho. Y confío en que las autoridades (y no precisamente las del sistema editorial cubano) reparen en las limitaciones extraordinarias, de tipo material, que han estado presentándose en la industria del libro y busquen soluciones.

¿Cuál ha sido su mayor logro como narrador?

Estás haciéndome una pregunta rara. Pero en fin… a veces pienso en el impacto que produjo, en algunos lectores de antes y de hoy, mi primera novela: Capricho habanero. Allí mostré una Habana distinta, barroca y esperpéntica, de los años 90 y del porvenir.

También creo que logré algo interesante en Las potestades incorpóreas, que es como una ópera ucrónica y post-romántica. Y en Demonios, un libro que algunos jóvenes leen con perplejidad y entusiasmo.

Los cuentos que reuní en Mar de invierno y otros delirios me han traído satisfacciones diversas. Es un libro buscado y físicamente atractivo: los jóvenes de Ediciones La Luz se esmeraron mucho.

Me han leído hasta en las cárceles, según me cuentan. Hay lectores que se hacen ideas extravagantes sobre mí. Al final es divertido, como el acto mismo de escribir.

¿Cree que los intelectuales cubanos tienen un papel de vanguardia en la sociedad?

Cuando los intelectuales se pronuncian sobre determinados asuntos y problemas, son escuchados. Y más en las condiciones actuales. Pero ser o no ser de vanguardia depende de otras cosas. Y tener un papel de vanguardia significa poder modificar, cambiar, influir en la mentalidad de los demás y realizar proyectos intelectuales expandidos más allá o más acá de “lo establecido”.

Y fíjate que ni siquiera me refiero a “proyectos opuestos a lo establecido”, sino a proyectos alternativos, que incrementen de otro modo la realidad, o añadan una variación, o subrayen algo que antes no se veía bien o se veía poco. O que pongan en juego otra verdad, otra doxa, una heterodoxia. Lo ideal es que el intelectual se comporte como artista en momentos cruciales, y que el artista se comporte, asimismo, como un intelectual. Yo creo en el poder transformador que brota de ahí.

¿Cuál cree que debe ser el rol de los intelectuales en un país como Cuba si considera, claro, que deben jugar algún rol?

Un intelectual es alguien que tiene presente un concepto, la utilidad, y que cuenta con la capacidad de pensar creativamente en su entorno, en sus proyectos de trabajo y en el destino de ese entorno en sus vínculos con sus proyectos. Ese es el rol que debería desempeñar. Lo demás es la huella que alcanzaría a dejar o no en los demás. Una huella que puede ser o no ser transformadora. Y en Cuba hay que transformar un montón de cosas, porque la instrucción ha crecido mucho, no así la educación.

Somos ciudadanos asediados por la mala educación, y mala educación significa ignorancia, estrechez de miras, prejuicios, confusión y chapucerías de todos los tipos imaginables. Una parte de eso se engloba en lo que se llama “indisciplina social”. El gran desafío es el de cultivar un humanismo real. No el de las reuniones y los congresos, sino el de la cotidianidad. Cultivarlo a pesar, incluso, del desdén y la incertidumbre económica. Cultivarlo como una creencia, una fe.

¿Se siente libre para escribir?

Completamente libre. El día que no me sienta así, me dedico a sembrar y cultivar flores, o a recoger caracoles en la playa.

¿Cómo ve la crítica de cine en Cuba?

Hay ejercicios interesantes, pero creo que uno podría aspirar a que los estilos de la crítica y sus escenarios se diversifiquen. Yo no hago exactamente crítica de cine, sino algo distinto. Soy un escritor que escribe ficciones críticas en forma de ensayos, manteniendo cierto grado de objetividad con respecto a las películas, pero poniendo a su servicio un cúmulo grande de referencias culturales muy diversas, provenientes de varios sistemas artísticos, y muy interconectadas con mi mundo personal en tanto creador.

Vaya: me siento fuera de la tropa. Aunque sé que en la FAMCA y otros sitios los estudiantes leen mis libros. Y eso no es que me halague (aunque me haga sentir bien), sino que dibuja un síntoma. Sigo confiando en un hecho: los discursos críticos más atendibles dejan presumir que germinan en algún sistema de pensamiento respetuoso de la imaginación. Los sistemas de pensamiento más poderosos y perdurables son, en primer lugar, especulativos y, en segundo lugar, tienen la capacidad innata de suscitar a la vez un trazado de emociones.

¿Cree que en Cuba exista la comprensión suficiente para ejercer la crítica tanto en las instituciones como en los protagonistas de este ejercicio intelectual?

Hay confusión e incomprensión. Y, en ocasiones, desconfianza. De todas partes y en todas direcciones. Porque ahora en Cuba estamos (o deberíamos estar) en un período transicional. Hacia algo que lo mejore todo o lo ponga todo en su sitio, o en el mejor sitio posible. Hay que borrar el desconcierto, borrar la desconfianza. Pero con hechos, no con consignas ni con programas de resolución vacilante o mediatizada.

Es un problema de educación, además. Pero en su sentido más amplio: educación humanística. Hay que expandirlo todo sin desconfianza ni miedos absurdos, desde la economía hasta la cultura y el pensamiento cultural. Hay que reconocer verdades históricas y discutirlas. Y si se han cometido errores hay que pedir perdón y saber hacerlo. Hay que explicar cosas. Cuando el alma se limpia, la confianza y la esperanza crecen.

¿Cuáles cree que sean las principales trabas que frenan un mayor desarrollo y expansión de la cultura cubana en todas sus manifestaciones, entre ellas, por supuesto, la literatura?

Cierta desconfianza, cierto dogmatismo, ciertos miedos. Y, claro, también están los problemas económicos y los de financiación. En cuanto a la literatura, hay que resolver el gran dilema de eso que se llama insumos: papel, cartulinas, barnices, tintas, máquinas. ¿O habrá que volver a la época en que los libros se imprimían fuera de Cuba?

Habría que poner determinados complejos poligráficos bajo la regencia del sistema editorial. Habría que aprender a difundir, promocionar y vender mejor los libros. Habría que pagar mejores derechos de autor. Los escritores cobramos poco. No soy un cuentapropista, me dedico sólo a escribir. Y aun así mis libros se venden mucho y desaparecen de las librerías. Los escritores dependemos de un sistema industrial y nuestra economía doméstica tiende a la precariedad.

¿Cuál es su mayor propósito u objetivo como narrador y como crítico?

Mi trabajo no creo que pueda representarse como un camino de montaña que conduce a una cima. He escrito textos hace 30 años que me parecen satisfactorios, tanto o más que algunos que doy a conocer hoy. En general tiendo a mejorar, claro, pero todo lo que hago lo hago desde posiciones de humildad ante ciertos dilemas del espíritu y el cuerpo, situaciones que exigen mucha concentración, dosis de esperanza, dosis de temor, de introspección y de sinceridad. Si no es así, no vale la pena escribir.

Hay metas o propósitos, no lo niego, pero cuando eres un escritor, lo eres aunque te sea difícil publicar o no publiques. Hay personas por ahí, muy confundidas, que ignoran eso. Cuando se enteren de lo que significa ser un escritor, se caerán para atrás, asombradas. Todo tiene que ver con lo que la literatura puede desatar dentro de un lector.

¿Antes de dar un libro por terminado, se lo entrega a alguien para conocer su opinión?

No, nunca he hecho eso excepto en mi prehistoria como narrador, cuando trabajaba con Ezequiel Vieta, el único maestro que en verdad tuve. A veces enseño un texto inédito a alguien que tenga una fuerte curiosidad, pero siempre se trataría de una persona amiga.

En los últimos tiempos han cobrado fuerza en Cuba sitios independientes dedicados al periodismo narrativo. ¿Cómo ha visto la influencia de estos sitios en el panorama literario y periodístico cubano?

Hay un fenómeno interesante ligado, creo, a eso: una porción del ensayismo cultural actual —ese ensayismo breve que impacta en las revistas digitales y en algunos portales en Internet— dialoga provechosamente con ese periodismo.

Es como si ciertos textos que veo por ahí se involucraran mucho en la testificación periodística con dosis de ficción que ayudan a entender qué ocurre en la realidad. Cuando la ficción entra en el periodismo lo que ocurre es que la realidad se expande, no para desvirtuarse sino para mover los puntos de mira y colocar espejos y dinamizar o desautomatizar la percepción. Hay metáforas poéticas y metáforas narrativas. Estoy aludiendo indirectamente al poder de las metáforas narrativas.

¿Considera que los cubanos son realmente un público lector?

¿Me preguntas eso en términos generales? Si es así, respondería que no. No creo que los cubanos sean realmente un público lector. Algunos cubanos, sí. Cubanos de sectores juveniles vinculados de diversas maneras a la cultura artística, o la ciencia, o la tecnología, o que simplemente ven en la cultura artística una zona donde realizar una parte de sus vidas.

Pero si en verdad fuera cierto que en general los cubanos son un público lector, no habría tanta descortesía, displicencia, malos modos, incapacidad de reconocer dónde está el mal gusto, violencia familiar, violencia de género, racismo, homofobia, transfobia, actitudes violentas en la valoración de las diferencias, etc., etc.

¿En qué proyectos trabaja en este momento?

Tengo tantos proyectos que la vida no va a alcanzarme, eso lo sé muy bien. Quiero terminar mi novela Marea baja y empezar la próxima, que es totalmente gótica, fantasmática, y está llena de terrores cósmicos…

Quiero publicar lo que tengo inédito (un libro de poemas eróticos, Impromptu, y un libro de ensayos de pensamiento cultural titulado Medusas).

Quiero pintar una serie de monocromías conceptuales y otra serie, sobre el malecón habanero. Y quiero hacer un corto de ficción titulado Al oído, del cual ya tengo parte del guion.

Quiero escribir un libro sobre pintores cubanos que admiro. En mi mente hay otro libro de cine: El polígono tenebroso, sobre los imaginarios cinematográficos del Monte de Venus. (No es broma.)

Y quiero sentarme junto a mi hijo en un escenario y leer textos en forma de módulos y congruentes con piezas modulares que él habría compuesto y estaría ejecutando al piano. No es todo, pero es algo en el principio del fin. Ya tengo 60 años.

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