Ana Fidelia Quirot: “No puedo pedir más a la vida”

La santiaguera, conocida como la “Tormenta del Caribe”, se convirtió en una leyenda del deporte universal / Foto: Jhonah Díaz González

La santiaguera, conocida como la “Tormenta del Caribe”, se convirtió en una leyenda del deporte universal / Foto: Jhonah Díaz González

Ana Fidelia corría, o mejor, volaba en cada pista del mundo en la doble vuelta al óvalo y todos los amantes del deporte rey se arrodillaban a su paso. La Quirot se eternizó cada vez que sacó fuerzas después de 600 metros y derribó con su remate endemoniado el empuje de quien intentara seguirle las pisadas.

La santiaguera, conocida como la “Tormenta del Caribe”, se convirtió en una leyenda del deporte universal desde los últimos años de la década del 80, cuando mostró un potencial cercano a lo invencible, con más de 30 carreras ganadas de forma consecutiva entre 1987 y 1991.

Nacida en Palma Soriano en 1963, muestra un palmarés casi inigualable, solo ensombrecido por la falta del metal dorado más buscado por todo ser humano, el que cada cuatro años eleva el esfuerzo hasta el Olimpo. Una de las mejores corredoras de los 800 metros de todos los tiempos, la misma que supo ser titular del orbe en par de ocasiones después de recibir quemaduras de grado 3 en un gran porciento de su cuerpo,  no pudo ser campeona olímpica.

Hasta su casa en el capitalino municipio de Playa, en una tarde en la que el calor del ambiente se transmutó en la complicidad lograda en la conversación, OnCuba dialogó con la Fidelia, un ícono, un símbolo de lucha, una de las exponentes más destacada en el devenir histórico del movimiento deportivo de este verde caimán. Poco se calló, habló de su pasado y su presente.

¿Cuándo avizoraste más cerca el título olímpico, en Barcelona 1992 o Atlanta 1996?

Atlanta, sin dudas. Para Barcelona estaba muy bien, pero en el mes de abril, durante el campamento de altura, tuve una lesión en el tensor de la fascia lata (parte superior y lateral del muslo), que me duró alrededor de 3 o 4 meses, por lo cual no tuve las competencias ni el entrenamiento óptimo camino a la Ciudad Condal. Solo participé en dos eventos preparatorios, cuando siempre concursaba, al menos, en 15 lides anteriores a programas de esa magnitud.

En Atlanta, muchas personas dicen que me confié un poco de Mutola, pero yo no lo creo así. No hice tácticamente lo que correspondía en la carrera, lo que había diseñado mi entrenador y todo el grupo de trabajo que me acompañaba, los médicos, mi psicólogo y demás. La carrera se tornó lenta, y las dos rusas me encerraron. Después quise rebasarlas en los últimos 120 metros, abrirme y salir por el carril tres, sin embargo les regalé metros, corrí más. Por mucho que quise hacer  ese sprint que me caracterizaba debí conformarme con la medalla de plata, aunque mejoré el bronce de Barcelona.

¿Todavía sufres ese momento?

Es algo que llevo y llevaré siempre dentro de mi corazón.Tantos años entre las principales corredoras, e incluso haber sido la mejor durante un buen tiempo, con marcas significativas, y no logré obtener una medalla de oro en olimpiadas. No me lo perdono.

¿Qué te viene a la mente cuando menciono este nombre: Svetlana Aleksándrovna Masterkova?

Nunca me había ganado, pero lo hizo en el minuto preciso, en los Juegos Olímpicos. Después la derroté dos veces, pero ella fue superior donde debió serlo.

La velocidad, el remate, era uno de tus dones en la pista. ¿Qué te pasaba por la mente cuando las amplias zancadas de Masterkova te superaban en la recta final en suelo norteño?

Fue muy triste. Pensar que mi carrera deportiva iba a terminar allí, porque no tendría más chance de participar en una lid estival de ese rango. Pasaba eso: “Se me fue mi medalla olímpica”, y no podía prepararme para otro cuatrienio.

Si vuelves a tener la posibilidad, en otra vida, en otro momento, ahora mismo, ¿qué cambiarías de esa ocasión?

Coger la punta, ahí nadie me aguantaba el tren, ir sin miedo a que las cosas no salieran y darlo todo hasta cruzar la meta. Eso debí haber hecho en Atlanta, en lugar de acomodarme detrás de las rivales. Demostrar que era la número uno.

 ¿Y Seúl, Corea del Sur, en 1988?

La ausencia de Cuba, por razones muy lógicas de solidaridad, trajo que ganaran atletas que no eran las líderes en su especialidad. Nuestro sistema deportivo estaba muy bien por aquel entonces. Yo me mantuve imbatible en 800 desde 1987 hasta 1991, e igualmente estuve dos años sin perder en los 400.  A las medallistas en ese torneo olímpico en la doble vuelta al óvalo, a todas, las había derrotado en el periplo por Europa de los Grand Prix. Fue también una oportunidad que se esfumó. Por aquel entonces pasaba por días inigualables.

¿Cuántas veces soñó con el récord mundial de los 800 metros?

Nunca, pero sabía que podía alcanzarlo, que tenía el potencial para ello. No obstante, nunca me preparé, y cuando digo esto me refiero a que nunca preparé una carrera exacta, porque lista estaba. Los controles médicos, los test, avalaban mi estabilidad. Hoy, en la Liga del Diamante, a los participantes se le ubican liebres para que le pasen en los parciales y rompan el récord, pero nunca me dijeron: “Nosotros sabemos que por tus resultados puedes romper la marca”.

¿El momento más difícil de la trayectoria deportiva de la “Tormenta del Caribe”?

El año 1993, antes de los Juegos Centroamericanos de Ponce, y esa preparación después de mi accidente. Creo que fue el instante más difícil. Todo debió ser entrega, sacrificio, voluntad.

¿También ha sido el más espinoso de tu vida?

Sí, porque estuve al borde de la muerte y esos son momentos, para cualquier persona, muy pero muy difíciles. Resultó emocionante haberle ganado el reto a la vida, y rebasar cada obstáculo. Hoy todavía doy gracias a la medicina cubana, a los psicólogos, a los médicos del grupo multidisciplinario del Hospital Hermanos Ameijeiras, a mi familia y amigos. A muchas personas que no tenían que ver con la salud, pero que iban a animarme para que siguiera adelante con la rehabilitación. A niños de dentro y fuera de Cuba, que con sus cartas me alentaban a continuar en el deporte en busca de más gloria para mi país.

Pero creo que entre los muchos factores, el principal fue el ánimo que me dio el Comandante en Jefe Fidel Castro, quien estuvo siempre apoyándome, desde el primer día de mi accidente hasta el retiro. Ese fue el extra que necesitaba para salir al frente.

¿Cuál instante indicas dentro de tu carrera como el más sublime?

El Campeonato Mundial de 1995 en Gotemburgo, Suecia, y esa medalla de oro. Primeramente, por todo lo que había sucedido, el esfuerzo, porque tuve que sobreponerme para llegar,y porque para mí fue un día especial, un 13 de agosto, donde yo le retribuí a Fidel todo el apoyo moral y emocional que me había dado.

¿Has podido tener en los últimos años algún contacto con Fidel?

No, ¡quisiera, quisiera! Ojalá que la vida me permitiera estrechar su mano nuevamente. Después de su enfermedad no he podido estar cerca de él, pero sí tengo información de su estado de salud por personas muy cercanas, de la familia, y dicen que él está bien.

¿A qué labores se dedica Ana Fidelia Quirot en la actualidad?

Estoy consagrada a la educación de mis hijos, aunque trabajo en la Comisión Nacional de Atletismo, en el Departamento de Relaciones Públicas. Participo también en todas las actividades a las que se nos convocan, ya sean políticas, culturales, deportivas, por parte de la Comisión de Atención a Atletas. Todo el mundo quiere que las glorias vayan a intercambiar con sus trabajadores, cualquier organismo, así como visitar a niños enfermos con cáncer a los hospitales, les llevamos juguetes, dialogamos con ellos. Es una experiencia bastante bonita y, sobretodo, humanitaria. Pero enfrascada en educar de la manera más correcta a mis hijos para que se puedan desempeñar bien en la vida.

Cuéntame de los niños, que ya no lo son tanto. Comienza por la dama. 

Carla Fidelia tiene 15 años. Ahora, el 8 de septiembre, cumple 16. Está en la Escuela Nacional de Ballet, en primer año de la Escuela Nacional de Arte, ya va para segundo. Es muy esforzada y dedicada a esa profesión que, como la mía, es sacrificada para ella y para la familia. Esa fue su decisión, le gusta mucho y sueña con poder bailar en el futuro en el Ballet Nacional.

Mi otro tesoro es Alberto Alejandro. Es un nene todavía porque tiene solamente 14 años y cursa el octavo grado. Ya está culminando sus exámenes finales con notas significativas, al igual que Carla. Está practicando mi deporte. Primero había comenzado a los 10 añitos, pero los niños, un poco cambiantes, están en lo que se mueve en el momento. Entonces se había anotado en fútbol, que también se le daba bien. Ahora volvió al atletismo, que creo es su disciplina por genética. Tiene buen índice de resistencia y es un chico rápido y físicamente preparado. Espero que tenga éxitos.

Hablemos de su esposo.

Se llama Riccardo Folle, es un empresario italiano y llevamos una relación de  17 años. Se dedica al comercio y juntos tenemos esta bella familia que ha sido lo mejor. Después de la tormenta viene la calma, digo yo. Somos una familia bastante unida, y ahí todo está bastante bien, pa´lante todo el mundo unido.

¿Qué tal le va con las labores domésticas?

No quiero decir que no se me den bien, pero tengo la ayuda de mi mamá, que vive a dos cuadras de mi hogar. Son tantas las actividades en las que estoy involucrada, sean del deporte o no, que no me queda mucho tiempo para eso, pero cuando lo tengo ayudo en los quehaceres.

¿Cuáles le gustan más y cuáles menos?

Organizar  y limpiar la casa. No me gusta cocinar, planchar ni lavar, pero cuando tengo que hacerlo, lo hago.

La veo titubear en esto último, evidentemente el fuerte era la pista y ahora la formación de los niños.

Sin dudas. Tengo que jugar un rol importante en la educación de ellos. Soy el timonel de la barca para que también puedan cumplir sus sueños.

¿Qué le faltaría a Ana Fidelia Quirot?

Además del oro olímpico, no puedo pedir más a la vida. Sería un poco egoísta si lo hiciera. Creo que como estoy, soy feliz. Muy feliz.

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