Anglada: “No tenemos la obligación de pensar igual, pero sí tenemos la obligación de respetarnos”

El mítico 36 de los Industriales ha bateado todas las curvas que le han lanzado en su vida. Con 67 años, Rey Vicente Anglada es un ícono del béisbol en Cuba, no solo por su legado en los diamantes, sino por su tenaz manera de defender sus principios y sus ideales de inclusión.

El Rey que nunca abdica. Foto: Ricardo López Hevia.

Rey Vicente Anglada Ferrer (La Habana, 1953) no es mago. Si ha llegado tan alto, es por creer en los hombres y sus valores, por entregarse siempre y ser consecuentemente con sus ideas.

“A esta altura, nadie me puede decir lo que tengo que hacer. Yo actúo por lo que pienso, por mi conciencia, por mis principios. Y mis principios no tienen nada que ver con temas ideológicos, ni con comunismo o socialismo, mis principios los aprendí en la casa con mi madre”, dice.

Showman en los 70, marginado durante 20 años y renacido como uno de los mentores más ganadores del presente siglo, Rey se distingue por ser un hombre de palabra, un hombre que hace swing a cada interrogante con la misma explosividad que cautivó a millones de fanáticos.

Anglada marcó una época como jugador, pero su trayectoria de manager ha sido impresionante. Foto: Ricardo López Hevia.

¿Por qué tantas personas dicen que iban al estadio solo a ver a Anglada?

Habría que preguntarles a ellos. Yo disfrutaba mucho los partidos. Me esforzaba por llegar a todas las bolas, si daba un jit quería que fuera tubey, si daba un tubey quería que fuera triple… Creo que esa es la clave por la cual los aficionados se expresan así sobre mí.

Puede tener que ver también con los tiempos. Antes todo era diferente. No estaban los profesionales, dormíamos en literas, pasábamos trabajo, pero jugábamos con mucho amor a la camiseta y había más calidad. En cada equipo había cuatro o cinco lanzadores de puntería y otros tantos peloteros que la gente seguía sin importar si estaban en último lugar.

Hoy no es así. El béisbol y la vida han cambiado mucho, creo que para mejor, pero contradictoriamente eso no se refleja en el juego. Por ejemplo, ahora hay buenas condiciones de alimentación, transporte, se duerme en hoteles… Si te guías por eso, nuestra pelota debería ser superior en cuanto a calidad. Sin embargo, creo que los muchachos se acomodan demasiado.

Cuando se habla del juego de Anglada el factor común es la explosividad. ¿Eso venía naturalmente con tu forma de ser o alguien lo moldeó?

Yo jugaba al límite. Mi personalidad tiene que ver, lógicamente, pero es parte y parte, pues también tuve la suerte de entrenar con grandes preparadores como Jesús Ayón, Heberto Blanco, Pedro Chávez, Roberto Ledo…

Ellos eran profesionales, veían el béisbol de otra manera, porque dieron de comer a sus familias con el trabajo que realizaban. Ese sentido del sacrificio siempre nos lo inculcaron, nos enseñaron a amar la camiseta, a luchar por el que tenía al lado y a ver al contrario como un enemigo en el campo.

Muchos pagarían por retroceder el tiempo y volver a ver en el diamante al mítico 36 azul. Foto: Ricardo López Hevia.

Con tus atributos, ¿podías haber jugado profesional?

Me hubiera gustado, pero en aquella época no se podía pensar en Grandes Ligas. Ir para allá implicaba abandonar tu país, tu familia, todo. Entonces no, no era un sacrificio que estaba dispuesto a afrontar.

Jugar profesional hubiera sido lo máximo, no solo por la parte económica, sino también porque a todo el mundo le gusta probarse en los escenarios más grandes.

¿Crees que los peloteros que hoy se van no pasan por esos mismos sacrificios que mencionas?

Hoy sigue siendo un riesgo, pero las condiciones son diferentes. Primero, un gran grupo se va legal y después pueden compartir con sus familias, allá y aquí. En cambio, antes, el que decidiera hacer semejante cosa, tenía que dejarlo todo detrás.

Ahí tienes el ejemplo de Barbarito Garbey, que es mi amigo desde la niñez. Estudiamos juntos, hicimos equipo Cuba… Él tuvo tremenda suerte, porque se fue en el 80, los Tigres de Detroit lo firmaron por dos mil dólares enseguida y ganó una Serie Mundial. Aquí no se hablaba de Grandes Ligas, pero siempre uno se entera. Me alegré muchísimo de que haya sido campeón.

A pesar de todo eso, estuvo 32 años sin venir a Cuba. Eso es un tremendo sacrificio, y yo no hubiera corrido semejante riesgo. Yo soy único hijo y jamás hubiera dejado detrás a mi mamá, sabiendo que tal vez no la vería más nunca.

¿Quisiste en algún momento borrar el béisbol de tu vida?

Lo pensé, cuando me separaron de las Series. Yo no veía los partidos, no seguía el campeonato, no sentía nada por el béisbol. Pero después empecé a trabajar con los niños y resurgió ese bichito. Es algo que uno lleva en la sangre y nunca lo puedes marginar del todo.

Estuviste en prisión1, te llamaron corrupto, indigno, apostador… ¿Cómo recuerda Anglada aquellos tiempos?

Fue duro, muy duro, incómodo. Son momentos que te marcan, pero al final era un hombre joven, tenía 29 años y con esa edad se pasa por cualquier situación, puedes borrar cosas con el tiempo y te sobrepones. Mi preocupación era mi mamá.

Yo perdí a mi papá con cinco años y mi madre fue las dos cosas, por lo que estábamos muy unidos. Afrontar todo ese dolor, ver como se pisoteaba mi imagen, fue lo más complicado, por mi madre y por mi familia.

Tras años confinado al ostracismo, Anglada regresó a la escena pública para convertirse en uno de los mentores más ganadores del béisbol cubano en el presente siglo. Foto: Ricardo López Hevia.

Una vez dijiste que tu única culpa fue jugar como un profesional…

Es cierto. Eran tiempos difíciles por las maneras de pensar, y a muchas personas ligadas al INDER se mortificaban por mi forma de jugar. Decían que me vestía como un profesional, que actuaba como un profesional, que si salía y los scouts se acercaban a mí. ¿Qué culpa tenía yo? Pero entonces, eso era un pecado.

¿Sientes que esa herida está cerrada?

No, no se puede cerrar. Me lo voy a llevar a la tumba.

¿Crees que tu reivindicación –por así decirle– tardó demasiado?

Eso no importa. Yo estuve más de 20 años fuera del máximo nivel del béisbol cubano y cuando regresé, de manager, lo hice para que la gente se diera cuenta de que nunca tuve que ver con lo que había pasado. A nadie acusado de tantas cosas lo hubieran readmitido como hicieron conmigo.

Por desgracia, mi madre ya no vivía. Hubiera querido que tuviera los ojos abiertos para que lo percibiera, aunque ella lo está percibiendo donde quiera que esté

Mi esposa no quería, pero la convencí de que era el momento de demostrar unas cuantas cosas. Por eso me decidí a hacer el trabajo. A mí no me gusta dirigir y para colmo tampoco tenía experiencia, salvo por mi trabajo con niños, pero apareció esa oportunidad en mi camino y gracias a la vida y a Dios todo salió bastante bien.

Para no gustarte dirigir, ganaste mucho…

Sí, pero influyó mucho la calidad de los peloteros que dirigí. El talento natural nadie nos lo puede negar, a pesar del atraso que llevamos cuanto a desarrollo del béisbol. El que diga que no hay calidad en Cuba no sabe de lo que habla. Nuestra pelota es como el futbol en Brasil. La prueba es que muchos de los que se han ido, a pesar de las lagunas que arrastran, llegan con una formación y después de pulir sus deficiencias triunfan a lo grande.

En gran medida, gané por la calidad de mis jugadores. Siempre que fuimos campeones viví sensaciones inimaginables, igual que cuando era atleta y ganaba algún torneo con el equipo Cuba. No hay nada como escuchar el himno y ver tu bandera en lo más alto.

Anglada debutó como mentor sin experiencia de ningún tipo en el cargo y ganó tres campeonatos. Foto: Ricardo López Hevia.

Esa calidad de la que hablas se mantiene, pero cada vez cuesta más retenerla…

El material humano lo tenemos, creo que siempre lo tendremos. La cuestión es ver cuándo estarán disponibles todos nuestros jugadores. Ojalá algún día se borren las diferencias y podamos ver juntos a los que se han ido y los que se han quedado. En ese aspecto, por ahora, estamos en desventaja con el resto de los países, que sí logran reunir a sus estrellas.

¿No crees que también haya que trabajar más y mejor con lo que tenemos disponible?

Por supuesto. Los problemas que ves en el equipo nacional son los problemas de la Serie. Como país de talento siempre vamos a producir peloteros, pero nos hemos quedado detrás en la concepción del juego, no sabemos leer las situaciones y lo que debemos hacer en cada momento.

En todos los lugares se cometen errores, a veces infantiles, pero los problemas no son tan profundos como los nuestros. Nos está chocando, hace rato que no ganamos un campeonato de envergadura y hay que superarlo.

¿Cuál es el mejor pelotero que has dirigido?

Son muchos… Por mis manos han pasado superestrellas. Kendrys Morales debutó conmigo, por ejemplo, y era una máquina. También tuve a Yulieski Gurriel en el equipo Cuba, a Osmani Urrutia, a Cepeda, que es excepcional en muchos sentidos. Y en La Habana, están Malleta, Rudy Reyes… Es difícil quedarse con uno.

Mencionas peloteros de todas partes de Cuba y muchos de ellos hablan maravillas de ti. ¿Cuál es el secreto para trabajar con personas de tantos lugares sin que aflore ese regionalismo que en ocasiones nos ha golpeado?  

No hay secreto. Lo principal es, justamente, no ser regionalista. Yo no lo soy, siempre ataco eso, me pone mal, porque nos ha traído muchos problemas a lo largo de la historia. Creo que también es importante darle a cada cual lo que se merece. Yo nunca me paré ante un pelotero pensando que yo era de La Habana y él era de Las Tunas, al contrario, todos somos cubanos.

¿Y qué es ser cubano para Anglada?

Ser cubano es amar a la patria, amarnos nosotros mismos en buenas y malas, porque hemos tenido bastantes situaciones incómodas. Defender la bandera, defender el escudo, todos juntos, eso es ser cubano.

Ese criterio de “todos juntos” muchas veces no es puesto en práctica entre los cubanos. ¿Por qué?

En ocasiones hablamos de acercamiento, tanto aquí como allá, pero al final no hay una decisión. Queremos, pero no queremos. Tenemos que dar el paso, y acogernos entre todos como cubanos, porque tanta división es penosa.

Siempre he levantado mi mano por mantener buenas relaciones, sobre todo en el caso del béisbol. No se le debe hacer rechazo a los que están en Grandes Ligas. Esos muchachos, con los que he tenido la posibilidad de hablar en Estados Unidos, están en la mejor disposición de representar a nuestro país.

Tampoco se puede menospreciar a los que juegan en Cuba. Tenemos lazos entre todos, lazos que nunca se debieron romper.

Rey Vicente Anglada ha dejado un extraordinario legado en nuestro béisbol. Foto: Ricardo López Hevia.

Yo pongo el ejemplo de mi hijo, que se fue de Cuba con 23 años y cruzó la frontera en México. No nos dijo nada y por eso lo reprimí, porque faltó a la confianza que nos teníamos. Entonces él me dijo que no quería que yo le virara la espalda, y le respondí que estaba equivocado.

Como su padre, nunca le podría dar la espalda. Nosotros, como cubanos, tampoco podemos darnos la espalda. Cada cual es responsable de sus decisiones y lo fundamental es aprender a respetar las diversas maneras de pensar. Podemos convivir y hasta ser amigos con ideales diferentes.

No tenemos la obligación de pensar igual, pero sí tenemos la obligación de respetarnos.

¿Ha sido el béisbol injusto con Anglada?

Cuando era jugador sí, y no hablo solo de la suspensión. Muchas veces me dejaron fuera de la selección nacional porque había dudas y desconfianza sobre mi persona. Pensaban que me podía quedar en algún torneo internacional, pero la vida da tantas vueltas que muchas de esas personas que no confiaron en mí hoy están fuera del país, y yo sigo aquí. Lamentablemente, eso ha pasado con muchos peloteros.

Como manager, yo no diría que se cometió ninguna injusticia, pero sí creo que hubo mal trabajo antes de los Juegos Olímpicos de Beijing. Si te fijas, nosotros perdimos ahí y en Sydney, y en los dos casos pasó lo mismo. En 1999, Alfonso Urquiola ganó los Panamericanos, llevó al equipo hasta las Olimpiadas y después le dieron el equipo a Servio Borges.

Conmigo pasó lo mismo. Ganamos los Panamericanos, clasificamos a Beijing y le dieron el equipo a Pacheco. Es cierto que había sido campeón con Santiago, pero se rompió el trabajo que la dirección llevaba con un grupo de peloteros adaptados a mis métodos.

Ahora sigue pasando. Se cambia de manager casi que todos los años. La gente gana gana y enseguida se cree con el derecho de dirigir el equipo nacional. Eso no está bien.

Nosotros ganamos dos años consecutivos en la década pasada y no nos dieron el equipo nacional, ni yo lo pedí tampoco. Mi objetivo era hacerlo bien con mi provincia y punto, eso es lo que deberían pensar todos los mentores, lo otro viene solo, si es que viene.

A mí me dieron el equipo Cuba en mi quinto año de manager, después de ganar tres campeonatos, y nunca protesté.

¿Le duele que su familia no haya dado continuidad al legado de Anglada en los terrenos de béisbol?

Realmente no. Te explico: mi hijo nació justo cuando yo estaba fuera del béisbol y tenía un disgusto muy grande. Lejos de meterlo en la pelota, lo empujé para que ni entrara. Sin embargo, él se interesó, nació de él esa pasión. Llegó a jugar, pero no se lo tomó con seriedad y eso se paga. Yo le digo ahora que si él pensaba irse de Cuba por qué no se dedicó completamente al béisbol, quizás hubiera podido llegar a Grandes Ligas.

¿Cómo le gustaría que lo recordaran?

Como un hombre normal, como una persona que ha entregado lo que tiene y lo que no por el béisbol. Me gustaría que me recordaran por mi cubanía, que la llevo en la sangre. Pero, sobre todo, me gustaría que me recordaran como una buena persona, porque el jugador y el director se van, pero la persona queda por siempre.

1 En 1982, en la cumbre de su trayectoria, fue expulsado del béisbol. Fue acusado, junto a otras 16 personas, entre atletas y entrenadores, de formar parte de una red de apostadores y venta de juegos. Anglada nunca aceptó la acusación.

 

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