Jon Lee Anderson: Llegar a Cuba era como una liberación

Con el periodista norteamericano Jon Lee Anderson hay que conversar de Cuba y de los cubanos, como si no hubiera nada más importante de qué hablar. De Cuba y de los cubanos, como si fueran el ombligo del mundo.

Anderson conoce la Isla como conoce la palma de su mano. Ha sido vecino de su gente, sus hijos pioneros, su carro “canibaleado”, su barrio y su familia testigo del éxodo de los balseros, su casa abastecida por pipas de agua a principios de los 90, cuando se trasladó aquí con su esposa y tres hijos pequeños, para escribir la que se califica como una de las más completas biografías del Che.

El periodista que ha escrito los más tremebundos reportajes sobre los conflictos de Angola, Afganistán, El Líbano… El autor de textos -que si no son ya clásicos deberían serlo- como “Los afganos aman las flores”, “El poder y la torre” y un largo etcétera, estuvo en Cuba hace pocos días.

The New Yorker lo envió aquí a “palpar” la coyuntura del proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos para escribir sobre eso, quizás.

Anderson se declara un “entusiasta con el cambio”.

Anderson dice que “si Cuba no fuera una isla su historia sería completamente distinta”.

Anderson dice que en Cuba debería existir un periódico llamado La Bola, que fuera “el verdadero transmisor de noticias”.

Anderson habla con OnCuba.

En Los afganos aman las flores, además del retrato de toda la situación dramática de la guerra, usted describe las costumbres de los afganos, sus rarezas ¿Qué costumbres de los cubanos le parecen raras a usted como extranjero?

El cubano es cuentista. Esto es un cliché quizás, pero es cierto. Esta es una sociedad oral, se habla de todo.

Los cubanos son muy quejones, son hipocondríacos. Son los más hipocondríacos que yo conozco. Se pasan el día quejándose de cualquier mal, de jaqueca, de coriza, de que no podían dormir anoche, del meprobamato que tomaron. Esto lo digo afectivamente.

Son poco aventureros con la comida. Casi no comen picantes. Comen con ají, limón y más nada. Es una isla rodeada de pescado, pero prefieren el puerco.

No tienen relación con el mar. Es como si el mar fuera una cosa de fondo. No tienen flota pesquera, no comen pescado. Es una isla de cowboys. La noción de afuera es de pescadores, pero en realidad tú sales al campo aquí y lo que ves es un montón de vaqueros montados a caballo. Esta es una isla agraria, muy agraria, de guajiros. Pero no hay vacas. Es una isla verde donde se siembra poco. Esas son las cosas raras de Cuba.

Hay otras muchas cosas que son propias de la Revolución, del estancamiento y todo eso, que a la misma vez son virtudes. Por ejemplo, la falta de barriadas y suburbanización. Si esto hubiera sido distinto, sería del tamaño de Miami. No tendría ningún encanto esta ciudad. Todo serían torreones de 70 pisos y no habría vida en la calle. Y todos andarían en autos y estarían gordos.

A lo mejor los cubanos quisieran eso, pero el encanto del La Habana reside en que está atrapada en el tiempo y en su condición de isla. Tú sales de la ciudad y estás en un campo. Eso no pasa en ninguna parte.

¿Qué vino a hacer a Cuba en esta visita?

Justamente vine a palpar la coyuntura norteamericana-cubana. Creo que es muy interesante. Soy entusiasta con el cambio, no lo escondo. Creo que es muy importante para Estados Unidos y para Cuba reanudar las relaciones. Quería estar en este momento para palpar el ambiente. Es una coyuntura histórica. Y si puedo, escribiré algo sobre esa coyuntura para The New Yorker. No he encontrado historias como tal todavía, pero estoy en eso.

¿Y qué ha palpado hasta ahora?

Siento que estamos a la expectativa. Nada de eso ha cuajado todavía pero está por cuajarse. Siento que hay este dinamismo de pláticas, de reuniones.

¿Y la gente en la calle?

La gente en la calle está como tú, cuestionando, con dudas, en vilo, esperando, anticipando cambios. Hace cinco años nadie anticipaba un cambio sustancial. Estaban algo resignados. Hace cinco años los “marielitos” no podían volver e invertir en la Isla, ahora sí. Hace cinco años no podías, como cubano común y corriente, entrar a un hotel, ahora si tienes plata, sí. Hace tres o cinco años la gente no podía sacar el Chevy del garaje y usarlo de taxi.

Hay cambios. Son sustantivos. Aunque hay muchos por hacer todavía. La normalización de las relaciones es un cambio más que se va a dar.

Es evidente que los líderes políticos, tanto de un lado como del otro, van a ser fundamentales en este proceso. ¿Qué caracteriza a los líderes políticos cubanos?

Se dan cuenta de que para mantener la estabilidad y aumentar la prosperidad y el bienestar en la Isla y, por ende, su autoridad política, los cambios y las decisiones que han ido tomando son necesarios. Si no, no los habrían hecho.

Yo siento que hay una apertura cultural y económica en Cuba. Todavía no es una apertura política. Pero como una decisión política es lo que ha permitido la apertura económica y cultural, hay un cambio político que es más que leve. Hay un cambio de postura política.

Lo que pase de aquí a cinco años va a ser interesante. No creo que esté contemplada la apertura política completa con cambios que incluyan el multipartidismo, ni ninguna de esas cosas, pero eventualmente eso viene con los cambios económicos y culturales. A lo mejor demora 17 años para venir, pero vendrá.

¿Cuáles fueron las primeras impresiones que le causaron Cuba y los cubanos cuando estuvo aquí por primera vez?

La primera vez que yo vine a Cuba tuve la sensación de haber llegado a un sitio muy afín a mí. Me sentí muy en casa, y no lo esperaba. Yo llegué en 1992, una época que no fue nada fácil para Cuba ni para los cubanos. La URSS había colapsado el año anterior. Aquí la economía estaba casi en picada vertical. Esto no es una reflexión política, no tiene que ver con la política necesariamente, sino más bien con la gente. Yo me sentí bien recibido, sin formalismos.

Además, la mezcla de sangres aquí es algo que me hizo sentir muy bien. Cuba, y el Caribe en general, tienen una mayor franqueza con la cuestión de color. Me sentí bien, pues no había la noción de la clase ligada a las razas, con la misma envergadura en que lo sentía en Estados Unido en ese momento.

En esa época eran muy tensas las relaciones raciales en Estados Unidos. Si bien se logró mucho en los años 60 con Martin Luther King y Malcom X, comenzó la incomodidad de los 70 y los 80 en que los blancos y los negros dejaron de hablarse. Y a finales de los 80 y principios de los 90, cuando entra Clinton a la Casa Blanca, era el momento de mayor tensión.

Llegar acá era como una liberación. No quiere decir que acá haya habido una perfecta integración de la gente negra en la Revolución, pero era distinto. Yo llego acá y me siento que puedo hablar con quien sea. En otros lugares no es así tan fácil. En otros lugares de pronto hay líneas y fronteras invisibles por cuestiones de color. En Europa, en Estados Unidos, no hay la misma espontaneidad con que uno puede desenvolverse aquí. Y esto no es exclusivo de Cuba. Lo siento en mayor o menor grado en todo el Caribe. Casi siempre esto tiene que ver con la fusión de sangres. En la costa caribeña de Colombia, en Panamá, en República Dominicana…

Usted se trasladó a Cuba con su esposa y sus tres hijos en pleno Período Especial. ¿Cómo fue la adaptación de usted y de ellos al momento crítico que se vivía aquí?

Yo hice dos viajes aquí, un poco como reconocimiento, buscando cuáles serían mis interlocutores para escribir la biografía del Che. Tenía que hacer las conexiones y pedir apoyo para investigar su vida. Tuve el beneplácito del Comité Central para venir, pero a partir de ahí tenía que abrir camino. No había una carpeta roja, ni me asignaron guías.

En mi segundo viaje, en 1992, le expliqué mi proyecto a Aleida, la viuda del Che, y ella decidió apoyarme. En ese viaje también me di cuenta de que yo no podía ir y venir a Cuba, como turista, y lograr algo serio. Tenía que instalarme. Así fue que vinimos a principios de 1993 con los tres niños, incluyendo un recién nacido. Hubiéramos venido en 1992, pero como el embarazo de mi esposa estaba muy avanzado, esperamos a que naciera el bebé.

Nos instalamos en un apartamento de alquiler en Miramar, en la Playita de 16, en un tercer piso, que sobremiraba los dienteperros y el mar. Todo estaba muy bonito, pero cuando tienes tres chicos no es fácil. La verdad es que fue muy difícil todo, porque comenzó a pegar duro el Período Especial.

Yo tenía un Lada al que le pinchaban las gomas, le robaban las gomas, lo chocaban.

El apartamento se nos inundaba de aguas negras, los chicos se enfermaban. Era una cosa tras otra. Pero nos fuimos aplatanando. Yo tenía que elevar propuestas hasta el Comité Central para buscar casa nueva. Todo era muy así. Nos encontraron otra casa, en el Náutico, pero había que arreglarla completa.

Durante siete meses nos repararon la casa, y yo tenía que alimentar a los trabajadores, tres señores ya viejos, veteranos de Angola. No funcionaba el comedor popular, no había comida. Entonces yo les daba a los trabajadores bocadillos del Diplo Mercado (en dólares) y la repintada de la casa duró bastante tiempo (risas). La alargaron como 5 meses.

Pero hicimos grandes amigos.

Además nos tocó vivir la Crisis de los Balseros. Del mismo barrio se fueron personas. Vimos gente salir del arrecife en balsas, y con grandes escenas dramáticas, lloraderas, gente tirándose al agua.

Nosotros nos fuimos de Cuba a finales de 1995. A esas alturas, yo saqué el cálculo de que más o menos 44 personas dependían de mí. Era tanta la necesidad que yo empleaba gente y más gente. Uno no podía vivir a espaldas de las necesidades de la gente, y con algunos pocos dólares se resolvían muchas cosas. Tenía el chapistero, la nana, la secretaria, una mujer que me hacía transcripciones. Y gente muy capacitada haciendo cosas rudimentarias.

Hubo que hacerlo todo en la casa, porque había sido de unos búlgaros y se habían llevado hasta los focos. Y no solo los focos, sino también las piezas donde se enroscaban los focos. La casa era un cascarón, y al lado del mar, en el mes posterior a la famosa penetración del mar en 1993. Todo estaba hecho leña. Cuando abríamos las pilas no había agua. Ni siquiera un día sí y un día no. No había agua jamás. Era una casa misteriosamente seca. Un hombre de la Comisión Atómica Cubana venía con una pipa de agua. Nosotros repartíamos el agua también entre los vecinos más cercanos, que tampoco tenían. Nos bromeábamos al decir que con esa agua un día íbamos a salir fluorescentes.

El cubano ha padecido de mucho aislamiento, muchas carencias, muchas indignidades. El Período Especial fue desgarrador. La Revolución hizo la argumentación de que los derechos básicos como el techo, el aula, y el hospital eran de primera prioridad. Cuba dio eso a sus ciudadanos, pero no a cambio de derechos civiles como libertad de expresión religiosa, política y demás. Se paga un precio con eso, claramente.

¿Parece como si fueran cuestiones excluyentes para el gobierno?

Lo fueron. Esta Revolución fue muy draconiana en sus inicios. Hasta abolieron a Santa Claus. No podías decir “señor” a alguien, porque significaba servilismo. La Revolución cortaba de raíz con todo, era muy radical. Pero la historia de la Revolución Cubana ha ido de un gradual desencantamiento de lo radical hacia lo más moderado. Hoy en día está en su momento más moderado.

Ha sido necesario para los que han poseído el poder aquí, sentir que han logrado la soberanía finalmente. Creo que toda la lucha realmente fue por eso. Esa es mi teoría.

En 2006 El País publica un reportaje suyo bajo el título “La última batalla de Castro” sobre lo que estaba pasando en Cuba con la Batalla de Ideas. Usted logra entrevistarse con Ricardo Alarcón y otras figuras políticas a las que es muy difícil acceder. ¿Ellos sabían el trabajo que usted estaba haciendo? ¿Cómo llega a estas personas?

Yo estaba interesado en la coyuntura de ese momento, incluyendo la Batalla de Ideas y también el tema de los Cinco. Tuve  acceso a Randy, (de la Mesa Redonda,) y a toda esa gente que estaba ligada a la Batalla de Ideas.

Yo había establecido relaciones con gente como Alarcón, Alfredo Guevara y Abel Prieto en años anteriores. Y ellos me dieron su apoyo para ser entrevistados, para desenvolverme aquí.

No me ayudó nada El País -que compró los derechos de mi artículo para publicarlo en español después de que  salió en The New Yorker– en los titulares que le pusieron al trabajo. Tanto fue mi disgusto que desde ese momento he insistido con mi agente literaria en súper vigilar todos los textos de los que me compran los derechos en español. En el caso de El País pusieron titulares muy tendenciosos. En The New Yorker usaron titulares y tonos más flemáticos. No soy tan frontal.

Ellos pusieron sus propios titulares, sus subtítulos, lo que destacaron en negro. Pusieron sus propias fotos, con sus propias leyendas, sin pedirme permiso.

En The New Yorker el título del trabajo era un juego con la Batalla de Ideas, porque él (Fidel Castro) estaba enfrascado en eso.

Pero en español salió algo así como El ocaso del dinosaurio. Te imaginas cómo lo recibieron acá. En el caso de Cuba, hay gente que te utiliza como palo si puede.

Estos funcionarios no suelen dar ese tipo de declaraciones a nuestra prensa. ¿Cuáles fueron las reacciones aquí cuando se publicó el trabajo? Porque si bien usted no dice ninguna mentira ahí, no creo que ellos hayan reaccionado muy bien.

Honestamente, no sé. Yo estaba en El Líbano cuando estalla la guerra ahí, en el verano de 2006. Si mal no recuerdo mi artículo salió un lunes y Fidel se enfermó creo que el jueves, o algo así. Tengo entendido que a Alarcón no le gustó, y comentó eso por ahí. Lo cual nunca he entendido, si es cierto. He oído eso, como te digo, pero no me consta. Era un artículo, si bien con una mirada crítica, no con una mirada tendenciosa. Yo nunca me he sentido tendencioso con Cuba.

Pero bueno, uno trabaja para un medio, tiene editores, en fin. Y al final uno está tratando de hacer un trabajo honesto.  En fin, en respuesta a tu pregunta, no sé por qué habrán decidido hablarme en las entrevistas de la forma que hablaron, pero así lo hicieron. Quizás porque pensaron que yo era alguien abierto, no antagónico, con una mirada justa. A veces crítica, pero justa.

¿Cuál ha sido su contacto con los medios cubanos de prensa? ¿Los ha visitado? ¿Qué piensa de ellos?

No es mi costumbre visitar los medios oficiales cubanos. He leído los diarios que producen, pero no conozco sus redacciones.

¿Usted cree que a Cuba lo que le hace falta son nuevos medios, o los que hay son reformables?

Todo medio es reformable, en todas partes del mundo. Yo diría que aquí a los medios les hace falta abrirse y encontrar nuevas formas de interpretar su realidad. Están un poco encasillados. Yo conozco buenos periodistas en Cuba, pero no les ayudan mucho los medios. Esto de que todo tenga que tener una interpretación política no creo que sea muy sensato hoy en día. Creo que simplemente a veces hace falta decir las cosas como son.

En Cuba hay muchas cosas que no salen en las noticias. Por algo existe «la bola», que es el verdadero periódico de esta Isla. Si yo leo The New York Times espero leer artículos lapidarios importantes sobre qué está pasando en la Casa Blanca, cuál es la política hacia Siria, etc. etc. No espero leer un artículo en primera plana sobre la cosecha de la remolacha, en terminología militar. “¡El contingente tal, Vencedores…!” Eso no es periodismo. No sé lo que es, pero es otra cosa.

Hace falta renovar, refrescar, ampliar. Hay que tener un periodismo y unos periódicos que estén a la altura del pueblo cubano, que reflejen las inquietudes, el quehacer y la curiosidad de ellos. Porque si no lo hacen, el cubano tiene que buscar medios alternativos para saber las cosas. Por eso la gente tiene parabólicas en su cuarto, para mirar los canales de afuera. Por eso está «la bola», que es el periódico no impreso de Cuba, y por eso esta “el paquete”. A lo mejor debería existir un periódico impreso y digital aquí que se llamara La Bola, que sea el verdadero transmisor de noticias de la Isla. Esto lo digo yo de forma jocosa.

Usted ha vivido en el capitalismo y ha vivido en el socialismo. ¿Con cuál de los dos se queda?

Yo en el alma me tiro levemente a la izquierda. Pero yo no soy de las sociedades de mando. Soy de espíritu un poco anárquico, me gustaría vivir a mi aire. Pero creo que las sociedades socialdemócratas son las más justas, donde el Estado sí da, sí cuida a los más desamparados, a los menos afortunados. No los tira a la calle. Es muy enajenante el comunismo institucionalizado, porque no permite libertad de espíritu.

¿Y el socialismo cubano?

El socialismo cubano es una liga de todo. Y ha ido cambiando.

¿Qué se torció en el camino? Porque el sueño inicial de la Revolución era noble.

Todas las utopías son nobles. Pero en la práctica es difícil vivir la utopía todos los días. Durante 40 años los soviéticos lo pagaron todo. Esto nunca fue rentable. Mientras vino la plata se pudo vivir una noción utópica. Eso lo usaron en Cuba para invertir en educación, medicina… Pero cuando se fue la plata no se pudo seguir invirtiendo. Vino Chávez y esto se tiró a otros 10 años. Pero claro, no siempre hay alguien dispuesto a invertir.

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