Mantilla, círculo y ciclo de Leonardo Padura

Leonardo Padura Fuentes, probablemente el novelista cubano contemporáneo más leído fuera de Cuba, Premio Nacional de Literatura en 2012 y Premio Princesa de Asturias de Letras en 2015, recomienda aquellos lugares donde se ha desarrollado no solo su vida, sino también la de los personajes de sus novelas.
Padura prepara café en una cafetera pequeña, lo endulza luego en una taza grande y lo bebe directamente de ella. Está de pie, en la cocina de su casa. Observa la calle por la ventana que está encima del fregadero, el antiguo Camino Real del Sur. La calle de toda su vida.
Leonardo Padura es el periodista, el escritor, el que le dio vida a Mario Conde, ese personaje que crece y madura con él. Pero ahora mismo es también alguien que jamás ha cambiado de sitio. Me dice, sentado y apoyando un poco las muñecas sobre la mesa del comedor: “De todos los lugares de La Habana, mi punto de partida, de regreso, de perspectiva, de creación de sueños, de mi propia personalidad… está aquí en Mantilla”.

En este lugar nacieron Mario Conde y el resto de los personajes de Padura. Foto: Otmaro Rodríguez.

Para 1943, Alicia Fuentes tenía 15 años. Mantilla era entonces un poblado entre Arroyo Apolo (lo que es hoy La Palma) y El Calvario, a 12 kilómetros al sur de La Habana. La familia Fuentes venía de Cienfuegos y enviaron a Alicia con su hermana mayor, que vivía con su esposo en una casa de madera al lado de la Iglesia San Rafael de Arcángel.
Frente a la iglesia estaba la bodega donde Leonardo Padura, el padre, tenía su pequeño negocio. Alicia y Leonardo se enamoraron. Cinco años después del noviazgo vino la boda. En 1954, el joven matrimonio construiría su casa. La misma sobre la cual ahora conversamos.
“Cuando yo nací, este era un barrio normal. Podía tener casi todas las cosas necesarias: escuelas, farmacia, bodegas, ferreterías, peluquerías, quincalla, un paradero de guagua, dos salones sociales para que la gente bailara… Cuando necesitabas algo muy especial ibas a la zona comercial de La Habana. Todavía aquí en Mantilla se dice ir a La Habana cuando vas para la zona de Monte, Reina, la zona de las grandes tiendas”.
A la gran ciudad se llegaba en dos rutas principales: la 4 que iba hasta La Habana, y la 68 que terminaba en el Túnel de Línea, en El Vedado. Ambas salían del Paradero de la ruta 4, un punto de referencia para los mantillenses.

Padura junto a los plátanos que cultiva en el patio de su casa. Foto: Otmaro Rodríguez.

Leonardo nació un año después de construida la casa. Cuando cumplió sus diez años, la Revolución había triunfado hacía 6. Era un niño que jugaba pelota por los alrededores. Todas las noches, sobre las ocho, llevaba la cantina con comida para su padre, que regresaba de cubrir la ruta como chofer de guagua. “Ese paradero fue el centro social y económico de la vida del barrio. Mucha gente de mi familia trabajó ahí”.
Cuenta que en la década del 90 desaparecieron la 4 y la 68. Un día vino una grúa y tumbó el letrero de concreto de metro y medio de altura que decía Ruta 4, en color azul. “Es como la demolición de una memoria y un sitio por el cual la gente sentía un arraigo. Y esas son heridas en la identidad, en el sentido de pertenencia de la gente”.
Estaban también las arboledas. Mantilla era una zona con muchísimos terrenos dedicados a la agricultura, de frutas principalmente. Mangos, aguacates, ciruelas. El abuelo de Padura compraba los mangos maduros en las fincas y los vendía en un puestecito o en el mercado único. Era una forma muy común de ganarse la vida. Hasta que en nombre del famoso cordón de La Habana (un plan fallido para el cultivo y desarrollo del café en la década del 60) no quedó un solo árbol para hacer el cuento.
Hoy en Mantilla, de todo lo que había antes, no queda más que la iglesia. La misma donde Padura hizo su primera comunión.

A finales de la década del 60 y principios del 70, el joven Padura comienza a expandir su universo geográfico. Fue la época del pre, el pre de la Víbora. El momento de transición de la adolescencia a la juventud.
“Es un lugar que después se convirtió en espacio de mis novelas. En algún momento decidí que todos los casos que reciba y vaya a resolver Conde provengan de compañeros suyos en el pre-universitario. En mi última novela, La transparencia del tiempo, a Conde lo viene a ver un compañero del pre porque le han robado una virgen negra, y a partir de ahí se desarrolla todo”.
Alrededor del pre de la Víbora la vida para un estudiante llegaba a ser bastante atractiva. Estaba el cine Alameda, un cine de estreno donde Padura vio Espartaco, La vida sigue igual, y la primera parte de El Padrino. Estaba el Coppelita de la Víbora (las pequeñas heladerías tomaron el nombre de coppelitas gracias al Coppelia, la heladería mayor, ubicada en el mismo corazón de El Vedado); y estaba también la librería.

Preuniversitario "René O. Reiné" de La Víbora, en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

En “La Polilla” Padura compró sus primeros libros: Un perro amarillo, La aguja hueca, cuentos policíacos… Hoy es un sitio desvencijado por el tiempo, “empobrecida como todas las librerías cubanas a partir de los 90”, dice.
Cuando llegó el Período Especial, Padura había construido un pequeño apartamento de soltero encima de la casa de sus padres. Su novia Lucía vivía en La Palma. Pero, con los estragos que comenzaba a provocar la caída del campo socialista, comprendieron que no podían vivir cada uno por su lado y decidieron casarse.
El apartamento devino en casa en el 98, tal como lo es hoy. Aun estando a diez metros de la avenida –la Calzada de Managua– por donde aúllan guaguas, camiones y demás automóviles, la casa mantiene un sonido peculiar parecido al silencio. No es silencio absoluto. De vez en cuando, las plantas que cuelgan de las paredes, o se yerguen sobre barandas, permiten vagar ciertos ruidos débiles del exterior de Mantilla.
Es el primero de los círculos concéntricos del universo Padura. Círculo y ciclo. Donde nació y a donde siempre regresa.

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