Mejor andar con Edith Massola

Foto: Lidia Hernández

Foto: Lidia Hernández

En el auto de Edith Massola llegamos al Hotel Nacional. En el asiento trasero hay varias revistas y tres paquetes de galletas saladas. En el cristal de atrás hay pegado un cartel que dice Sí…Soy yo. Según Edith, cuando compró ese auto (carta de autorización mediante) todos los que estaban destinados a trabajadores del ICRT eran iguales. A ella le venía bien tener un cartel así, para reconocer en el parqueo cuál era el suyo.

Cuando llegamos al Hotel, Edith ve a los valet parking con sus uniformes, y le da por hacer lo que la gente de caché hace en las películas cuando llega a un hotel: saluda a uno de los parqueadores y le entrega las llaves para que sea él quien lo lleve a estacionar. Salimos del auto entonces. El señor se monta y desaparece.

Como Edith Massola conoce a tanta gente, no es raro que también conozca a alguien en el Hotel Nacional. Después de dar un paseíto por los jardines, agarra su Iphone 6 y hace algunas llamadas. A los poco minutos aparece una mujer en uniforme. Edith la saluda y le dice:

–Hemos elegido tu hotel para hacer esta entrevista. Y tú nos vas a elegir a nosotros para un cafecito, ¿verdad?

Lo dice con una sonrisa. Medio en broma, medio en serio. De cualquier forma en menos de 20 minutos ahí están los cafés. Edith Massola, actriz, presentadora de televisión, 47 años, fumadora compulsiva, parece ser una mujer agradable.

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Estudió Danza. Su debut en el cine sucedió cuando Orlando Rojas hacía el casting para el largometraje Una novia para David, y necesitaba una bailarina. Hasta el último momento compitió por el papel con la hermosa Jackeline Arenal, entonces estudiante de ballet. Después trabajó, entre otro filmes, en Nada, La noche de los inocentes, El cuerno de la abundancia, Contigo pan y cebolla.

Ha incursionado en el teatro musical. De vez en cuando ha cogido un micrófono y ha cantado. En la televisión se le recuerda en novelas como El año que viene, Al compás del son, Salir de Noche, y muchas otras. El público cubano la vio trabajar en shows populares como Sabadazo. Pero el programa 23 y M es el que la ha consagrado como personaje popular en Cuba. 23 y M, desde 1998 el espacio de la farándula en la Isla, “la esquina de la fama”; un show de sábado en la tarde donde Edith es la anfitriona. Por ahí pasa «todo el mundo».

Tuvo que sustituir de un día para otro al popular presentador Carlos Otero, que a los tres meses de iniciado el proyecto había decidido no seguir con él. Tenía 29 años, y acababa de parir hacía dos meses a la más pequeña de sus dos hijas.

En 23 y M Edith ha creado su estilo personal de conducir. Mucha risa, mucha soltura, mucha confianza con el artista invitado. Dicharachos. A unos les gusta, a otros no. A unos les parece la mujer más natural del mundo, a otros, la más montada.

–¿Por qué hay gente en Cuba sigue teniendo la impresión de que eres una persona “plástica”?

–Por lo general, lo que en realidad creen que soy es lo opuesto a “plástica”. La palabra “plástica” es para quienes siempre están en una pose. Yo sería (según la creencia popular) lo opuesto: payasa, vulgar. Esas son cosas con las que arrastro, porque la gente te pone etiquetas sin conocerte. Pero no me importan. No me detengo en ellas.

Un sábado que coincidía con el Día de los Niños, a Edith se le ocurrió vestirse de payasa en el programa. Con colorines y nariz roja y todo.

«Era para hacer algo diferente en esa fecha. Por poco se muere la gente del ICRT. ¿Cuándo tú has visto a una presentadora de televisión que es “plástica”, acceder a vestirse de payasa?»

–¿Tu intención era decirle simbólicamente a alguien que eras payasa si querías serlo?

–No. No me detengo en eso. Pero cuando ya estaba vestida así, me dije: “Bueno, ya que yo soy una payasa para muchos, hoy voy a realizar sus sueños”.

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Foto: Lidia Hernández

Edith Massola siempre llega tarde a los lugares porque piensa que el tiempo le va a alcanzar para todo. Los recordatorios pegados en el refrigerador no le funcionan. Duerme poco y tiene ojeras, por eso ha venido con unos espejuelos oscuros.

Como a todo el que no le alcanza un solo salario, además de su trabajo fijo en el ICRT como conductora de 23 y M –y cualquier otro trabajo que cae en el cine o el teatro–, anima shows en el Salón Rojo del Hotel Capri en las madrugadas. A las 12 de la noche se levanta y sale a trabajar. No es ni remotamente lo farandulera que parece en su programa.

–No tengo tiempo de ocio. Cuando no tengo nada que hacer, lo único que quiero es dormir, y casi no lo logro.

Criada en Centro Habana hasta los doce años, específicamente en el barrio de Los Sitios, Edith hacía lo que cualquier niño de su edad.

–Me decían biyaya. Yo era de jugar juegos de varones. De treparme en las matas, de hacer competencias de carrera. En las piernas tengo las huellas.

Sus padres, profundamente comprometidos con el proceso revolucionario, trabajaban en Propaganda y Publicidad en el Partido Comunista, y eso los mantenía bastante ocupados. Por eso Edith cree que si le hubieran dedicado más tiempo a guiarla hacia una vocación, habría comenzado desde más pequeña a perseguir algo concreto en su vida.

–Quizás por eso es que ahora quiero hacerlo todo, para recuperar el tiempo.

Un día abrió el periódico, cree que el Juventud Rebelde, y vio la convocatoria para estudiar Danza en la Escuela Nacional de Arte. Como su vocación de bailarina ya había tenido una feliz primera etapa en las fiestas del CDR y algunas Casas de Cultura, se presentó a los exámenes. Su segundo apellido, Mederos, la ayudó a entrar a la escuela.

–Hay un bailarían cubano de apellido Mederos, y en la escuela pensaron que yo era familia suya.

–¿Y eso te ayudó a entrar?

Claro que me ayudó. Ernestina Quintana, una bailarina que estaba allí, me preguntó si yo era sobrina de Mederos y yo respondí que sí. Me preguntó cómo estaba mi “tío” Mederos, y yo dije que estaba de lo más bien. Parece que entre ellos llegaron al acuerdo de que a la sobrina de Mederos había que ayudarla.

Excepto su papel en Una novia para David, la mayoría de los trabajos que más han satisfecho a Edith, los ha obtenido porque la persona que estaba falló a última hora, o porque se enojó con el director de la obra a última hora, o por razones similares.

–¿Eso no te ha hecho sentir plato de segunda mesa?

Para nada. A mí lo que me interesa es hacerlo. Demostrar que puedo hacerlo, que fue un error no haber pensado en mí antes.

–Tengo la impresión de que como actriz le gustas más a la gente que como cualquier otra cosa en la que has incursionado. ¿A ti qué te gusta más hacer?

Actuar. Eso es lo que realmente exige de mí. Lo demás no es otra cosa que conversar. Ser yo misma.

–¿La Edith que vemos en 23 y M es entonces tu verdadera personalidad?

Sí. Por lo general. Trato de hacerlo de esa manera. No desprecio el trabajo que hago en el programa, pero es más bien la necesidad la que me ha llevado a estar ahí. ¿Cuántos actores hay que no tienen nada más que hacer?

Cuando Edith Massola se mudó de Centro Habana para el Vedado, ya había empezado a sentir la necesidad de hacer algo concreto con su vida.

Recuerdo Los Sitios con tremendo agrado, pero decidí que quería salir, que no estaría sentada ahí mirando la vida pasar. A veces, si ando por La Habana y voy a la tienda Ultra, por ejemplo, bajo hasta el barrio y me encuentro a las mismas personas en la misma postura de cuando me fui hace más de 30 años. Es como si el tiempo no hubiera transcurrido. Están con la misma lycra, el mismo cerquillo, los rolos. La vida para ellos no cambió porque eligieron quedarse ahí.

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Foto: Lidia Hernández

Muchos se han roto la cabeza durante años intentando saber, con el problema tan grave que es en Cuba comprar ropa, de dónde saca Edith Massola tanto trapo para no repetirse en los casi 60 programas que se graban al año.

La gente no se ha fijado bien, pero yo me hice durante mucho tiempo como una especie de uniforme, con una base negra. Lo demás era lo que me podían dar mis amigas, que me lo ponía arriba. Para mí el color negro era algo neutro, de modo que la ropa no destacara, y no supieran que eso ya me lo había puesto. Entonces me regañaron por vestirme siempre de negro. Como aquí vivimos con tanta preocupación, quizás pensaron que eso era un signo de protesta o algo así. No se les ocurrió pensar que era porque como nadie me daba ropa y yo tenía que inventar.

–¿Son muy feos los vestuarios del ICRT?

No hay vestuarios en el ICRT. Si además de todo lo que yo tengo que asumir en la semana, tengo que tener un espacio para buscar una ropa que me acomode, esa no soy yo. No me puedo detener en la ropa. Quizás si yo tuviera un cuerpo espectacular, dedicaba dos días de la semana a buscar el vestido con que causar sensación, porque no dejo de tener esa vanidad femenina. Pero yo sé el cuerpo que tengo. No soy ciega. Sé que la ropa ajustada no me va a quedar tan bien, que deberé tener mucho cuidado al sentarme. Eso me desespera. Y prefiero vestirme con lo que es cómodo.

Edith cuenta la historia de una fanática suya que vino a La Habana a conocerla desde un pueblito del interior. La muchacha, de unos 17 años, llegó a La Habana acompañada por su madre.

No se me olvida que se desmayó cuando me vio en vivo en la peluquería del Hotel Habana Libre, donde yo me arreglaba el pelo.

–¿Cómo que se desmayó?

–¿Al verte?

Sí. Yo pensé que era una broma, que se estaba burlando de mí.

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Probablemente Edith Massola sea la única presentadora con un espacio fijo en la Televisión Cubana que ha podido hacer un programa en Miami, sin tener grandes complicaciones por eso. En junio de 2015 Carlucho, un humorista cubano radicado en Miami, tomó unas vacaciones como presentador del show El Happy Hour, del Canal 41, América Tevé.

El productor de El Happy Hour es Julio César Leal, el primer director que tuvo en 23 y M. Según Edith, fue a Carlucho a quien se le ocurrió que ella podía sustituirlo temporalmente.

Imagino que fue una elección inteligente, porque si él sabe mi modo de pensar y actuar como persona, podía confiar en mí antes de elegir a alguien de Miami, con quien quizás sí estaba corriendo un riesgo.

Algunos dicen que Edith puso como condición que no se le abordara sobre temas de política, tan sensibles en el exilio cubano en la Florida y tan frecuentes en programas humorísticos como ese. Durante 15 días consecutivos Edith condujo el programa, y compartió con los actores y el equipo técnico, en su mayoría de cubanos radicados en Miami y con los que ya había trabajado antes en Cuba. El rating de audiencia del programa subió durante esas 10 emisiones.

Creo que me fue bien porque no jugué con dobles intenciones. Respeté lo que creía cada cual, sin imponerme. Mi objetivo no era hacer campañas ni sindicatos. Hubo quien pensó que yo quería ir a “serrucharle” el piso a Carlucho. Yo solo iba a sustituirlo en unas vacaciones, y eso fue lo que hice. Trabajé muy cómodamente y fue fácil la inserción.

–¿Te gustó?

– Claro. Sobre todo por la facilidad de que, si tienes una idea, la puedes ejecutar inmediatamente. Es un estudio con otras condiciones. Te puedes mover de un lado al otro. Bailar, caminar, correr. Después Carlucho me dijo que quería venir a hacer mi programa en Cuba. Yo le dije que en cuanto pudiera, yo lo esperaba.

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Foto: Lidia Hernández

Hay un spot de televisión en el que aparece Edith entrando a hurtadillas en la peluquería del Habana Libre, escondiéndose de los fanáticos, y después de peinarse, sale reluciente, agita el pelo, y tropieza con la señalización que dice 23 y M. Este es uno de los tantos que ella misma inventa para su programa. Le gusta la parodia y la ironía.

Hay momentos en que he estado muy triste. Y me doy cuenta de que hay que reírse, porque la risa es capaz de sustituir cualquier amargura. De verdad. Esas cosas me divierten. Disfrazarme, reírme.

–¿Qué cosas te deprimen?

– Todo lo que ataña a mi familia para mal me aplasta. La imposibilidad de realizar algo de mis hijas, de ayudar a alguien. Lo que no está en mis manos, lo que no depende de mí, me mata.

–Uno de esos spots tiene una cancioncita que dice: “Mejor andar con Edith Massola, que andar mal acompañado”. ¿Eres una buena compañía?

Eso dicen. Tiene que ver con mi carácter. Me gusta que todo lo que me rodea sea armonía.

–¿Tienes muchos amigos?

Muchos.

–¿Y enemigos?

Debo tener un montón. Desde el momento en que alguien me califica de “plástica” sin conocerme, es un poco como si me hiciera la guerra. Hay personas con las que actualmente me llevo, y me han dicho que antes de conocerme no me soportaban. También tengo amigos que me han llamado para preguntarme: “¿Ya quemaste la blusa?”. Y yo: “¿Qué blusa?” Y ellos: “La que te pusiste el sábado, Edith”. Me regañan y me mandan a quemar esas cosas delante de ellos, para tener la certeza de que no me las voy a poner más.

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La última vez que Edith invitó al conocido músico David Calzado a su programa, los medios se le echaron encima a la Massola por reírse de un comentario de su invitado, según el cual ninguna cantante cubana estaba en condiciones de ser parte de su banda. Los medios dijeron que Edith era antifeminista, etcétera.

–¿Estuviste al tanto de todo lo que se publicó sobre eso?

A mí me hicieron llegar una entrevista ficticia súper divertida a David Calzado, parodiando el asunto de las mujeres en su orquesta. Esa entrevista fue la que me gustó. Qué buena estaba. Ese era el criterio de David Calzado y tengo que respetarlo. Si él no ve a una mujer en su orquesta, quién soy yo para decirle que está equivocado.

De cualquier forma, para Edith ese asunto no fue de los peores por los que ha tenido que pasar en su vida laboral. Una vez llegó a la vicepresidencia del ICRT una carta anónima diciendo que hasta cuándo el nepotismo con sus hijas, que habían comenzado a obtener cada vez más seguido papeles secundarios en algunos filmes, shows y espacios televisivos sobre todo de farándula.

En ese momento tuve una seria discusión con un asesor de la Televisión. Le pregunté si ellos se iban a hacerse eco de cosas como esa.

La gente imprimía la carta y abordaba a Edith con cara de circunstancia y le preguntaba: “Edith, ¿cómo estás?”. Y Edith: “Yo estoy bien”. Y ellos: “¿Sabes que me llegó una carta? Yo quería imprimirla y dártela para que la leyeras”. Y Edith: “Si tú eres mi amigo, ni imprimes la carta ni me la das.”

Como madre no es solo mi deber, sino mi obligación, decirles a mis hijas lo que está bien. No es lo mismo lo que van a sentir en la escuela de Economía que en la escuela de Arte. Ni el mundo que les va a regalar esa educación artística. Ese es mi punto de vista. ¿Cómo no voy a tocar una puerta si necesito ayudar no ya a mis hijas, sino a cualquier persona cercana? Así hemos vivido y crecido aquí. Viendo cómo nos ayudamos, porque de otra manera no lo vas a alcanzar. Eso es una cosa. Y lo otro es que en el arte no existe el nepotismo, porque depende de una condición, de una vocación, de que seas capaz de hacer las cosas.

–¿Te llamaron a contar por el asunto de la carta?

No. Pero desde el momento en que alguien, teniendo un puesto en la vicepresidencia de la Televisión, es capaz de decirme que le llegó una carta… ¿Qué es eso?

–¿Cuál es el talento de tus hijas? ¿En qué son buenas?

La actuación. Son diferentes, porque genéticamente cada una trae una información distinta, pues son de padres distintos. Natalia es mucho más versátil. Ella tuvo la posibilidad de crecer yendo conmigo al teatro y a todas partes. Era muy tímida, hasta que sintió que podía asumirlo. Paula es muy buena actriz y tiene la suerte de tener un buen físico para eso.

–Si dirigieras el ICRT, ¿qué le cambiarías a la programación de la Televisión Cubana? ¿Qué harías?

Tendría que hacer primero una investigación para saber lo que quiere ver la gente, y así no errar. A partir de ahí diseñaría. Los tiempos han cambiado, y la gente ha sustituido la televisión por otras alternativas. Por alguna razón es.

–¿Tú vas al agro?

– Ve a 19 y B y pregunta por mí. Mi proyección me hace popular. No yo como persona, sino mi proyección, es lo que me hace más cercana a la gente. Ahí está la influencia del barrio de Centro Habana. Pregunto, “¿Como está este mamey?” Y me responden que está buenísimo, que deja que lo pruebe. Yo les digo: “Saben que si está malo vengo para acá mañana y armo un escándalo”. Se empiezan a reír. Eso a mí me satisface.

–Antes de tener el carro, ¿en qué te movías?

En “botella”, en boteros.

–¿Cómo te iba?

– Normal, aunque a veces he lamentado haberlos cogido, porque me bajo con peste a luzbrillante.

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Foto: Lidia Hernández

A Edith Massola no le gusta su nariz. Le preocupa el físico. Dice que un artista debería preocuparse por eso, y también dice que no se le ocurriría hacer un desnudo a estas alturas.

Quizás si tuviera el físico de Luisa María Jiménez, que es una mujer que sí vive para eso. Yo le digo: “Luisa, ¡qué envidia de tu físico!”.

–¿Haces ejercicio?

Una vez que engordé mucho me sentía mal físicamente, y no quería renovar el ropero. Me dolían las piernas. Y lo hice por mi salud. En 16 sesiones combinadas con una dieta y una crisis del estómago (por el descontrol con las comidas) bajé 8 kilos.

–Ahora la cirugía estética resuelve mucho. ¿Has pensado en ella?

Claro que lo he pensado, si ya estoy llegando a los 50.

–¿Qué te harías, por ejemplo?

Me pondría mamas. Eso es un atributo femenino muy bonito. Una simple camiseta adornada por una buena copa es diferente. Esas son cosas que te preocupan a esta altura de la vida. Ahora estoy preocupada con mi nariz, porque estoy viendo a mi madre, y yo soy su vivo retrato. Me he tirado fotos al lado de ella y veo que para allá voy. Le digo a un amigo mío que es cirujano estético que estoy preocupada al ver la nariz de mi mamá. Él me dice que la nariz no para de crecer. Ni las orejas. Los cirujanos estéticos siempre tienen soluciones estéticas. Él dice que yo estoy bien. Yo tengo de negros y de chinos en mi familia. Le pregunté qué creía él que yo necesitaba. “Date un «toquecito» en el cuello”, me dijo. Pero tengo miedo de hacerme algo y perder mi identidad.

–¿Has visto como quedaron Nicole Kidman y Courtney Cox después de las cirugías? Parecen muñecas inflables.

Fatal. Yo nunca me haría eso de inyectarme nada. Una amiga mía me estaba enamorando para que yo me pusiera el botox con ella. “Compartimos el bulbo”, me decía. Eso es lo nuevo ahora. Bueno, yo quería que ella se lo pusiera primero para ver. Quedó como María Félix. ¡Con una prestancia!

Y ella estaba feliz. Pero le pedí que hiciera muecas con la cara. Hicimos la prueba y no podía ni tirar un beso. Empezó a reírse porque no podía botar bien el agua cuando se enjuagaba los dientes. Entonces me di cuenta de que yo no puedo hacerme eso, porque yo hago muchas muecas a la hora de hablar.

Foto: Lidia Hernández

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